![Pedro Moreno: «He estado a punto de quemar varias obras de las que expongo en Murcia»](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202210/18/media/cortadas/combo-arte-kH4F--1248x770@La%20Verdad.jpg)
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Está contento, y con razón: desde enero lleva perdidos 20 kilos, en lo que tiene mucho que ver los cinco kilómetros que camina todos los días. «Me amenazaron con que llegaba la diabetes y dije: '¡Se acabó!'. Hago también pilates con un entrenador, dos veces ... por semana, y esos cambios me están permitiendo mantenerme en buen uso», explica risueño Pedro Moreno, madrileño con 80 años de edad, referente ovacionado del mejor teatro y cine español, diseñador de vestuario, escenógrafo, dibujante, Premio Nacional de Teatro en 2015... Recibió el Goya a mejor vestuario en dos ocasiones: en 1996 por 'El perro del hortelano', de Pilar Miró; y en 1999 por 'Goya en Burdeos', protagonizada por Paco Rabal y dirigida por Carlos Saura. Este jueves, en la Sala Ángel Imbernón del Museo Cristo de la Sangre, en Murcia, inaugura la exposición 'De Profundis', compuesta por obras protagonizadas por dramáticos personajes que interpelan al espectador, y que ha sido comisariada por Pedro Alberto Cruz. Moreno procura, precisamente siguiendo la enseñanza de Lope de Vega, no ser como el perro del hortelano, que «ni come ni comer deja, ni está fuera ni está dentro». Deja vivir. Es un maestro.
–Es famosa esa tremenda vitalidad suya.
–Es algo genético, me viene de mi padre. Mi familia era una de estas familias de pueblo que tenían mil oficios. Mi padre lo mismo hacía una soldadura en una tubería, que luego hacía de cristalero, que se iba a cazar...; una generación de hombres y mujeres que hacían de todo. El año pasado murió mi hermano de Covid, el pobre, y me traje de su casa el instrumento musical que tocaba. Toda mi familia tocaba instrumentos musicales. Me he criado en un mundo muy variado en el que se hacía de todo.
–Y ahora que ha dejado usted de trabajar intensamente en el mundo de la escena, ¿qué quiere hacer además de pintar en su estudio?
–Yo quiero hacer muchas cosas. Ahora, por ejemplo, me voy a apuntar a una academia para aprender a hacer grabado porque es una técnica que no conozco, y me apetece. Siempre hay que estar aprendiendo. Hay un dibujo último de Goya, que tengo aquí puesto en la pared, en el que se ve a un abuelito con barba y con dos muletas que intenta andar; debajo pone: 'Aún aprendo'.
–¿Y a qué aprendió ya?
–He aprendido a resistir y a saber esperar cuando toca hacerlo. Resistir, no dejarse vencer, es muy importante.
–¿Qué prefiere usted?
–A mí las cosas fáciles no me han gustado nunca. Siempre me he metido en todo lo que había un riesgo, porque a mí el riesgo me entusiasma y me estimula. En eso coincidía mucho con Pilar Miró, que era igual a ese nivel. Cuando le decían 'es que eso que quiere no se puede', ella respondía: 'Por eso quiero hacerlo'.
–¿Qué buena decisión tomó?
–He pasado por bastantes momentos duros y he saboreado muchos otros amargos, y por eso no quiero quedarme nunca en el dolor, en el sufrimiento, en nada negativo. Decidí que lo que yo quiero es cultivar siempre el optimismo y estar listo para impulsar la forma de salir adelante en cualquier circunstancia.
–¿Piensa mucho en el pasado?
–El mejor tiempo es siempre el presente, el pasado ya no existe; está bien analizarlo, pero lo verdaderamente importante es resolver los problemas del presente. Cuando daba clase, a los jóvenes estudiantes les decía que tenían mucha suerte de vivir en una época de crisis y les remitía a 'Memorias de Adriano', de Marguerite Yourcenar, donde leemos que en un mundo en el que los dioses antiguos han muerto y los nuevos no han nacido todavía, todo puede ocurrir.
–¿Incluso que mejore nuestra forma de vivir en sociedad?
–No me gusta esta sociedad, me parece terrible, pero todos hemos colaborado a que sea como es, por lo tanto todos somos responsables. Igual que la hemos hecho así, tenemos que encontrar los remedios a los problemas que hemos creado. No podemos dejársela de este modo a las generaciones que vienen detrás. Si hemos hecho el roto, hagamos también el cosido.
–¿Qué error hemos cometido?
–Por ejemplo, uno muy claro: nos hemos equivocado al pensar que las buenas rachas eran para siempre; viendo la Historia, te das cuentas de que las épocas de paz y prosperidad no son eternas, y de que a la vez que vamos creando el progreso, vamos creando también su contrario, creando problemas.
¿Qué reconoce?
–Que me considero cada día más ignorante. Ahora, desde que he dejado de trabajar intensamente en el mundo del teatro y el espectáculo, dedico mucho tiempo a leer cosas que me faltaban. He leído muchísimo a lo largo de mi vida, paro también tengo muchos libros empezados pero sin terminar, y otros sin tocar. Ahora quiero que vayan desapareciendo esas lagunas importantes.
–¿Qué tiene claro sobre los españoles?
–Que hemos sido siempre igual: nos dejamos ilusionar por toda la gente que quiere vendernos soluciones mágicas y promesas; se las hemos comprado siempre a todos y, luego, nos hemos arrepentido. También somos, por otro lado, una especie agradecida con la gente que se ha esforzado y nos ha ayudado. Creo que somos una raza solidaria, aunque muchas veces parezca lo contrario. Con la pandemia me he dado cuenta de que, cuando hace falta, nos ayudamos.
–¿Aprendimos ya a valorar a nuestros artistas?
–No, a eso no aprenderemos nunca porque, en el fondo, el pueblo español tiene un enorme complejo de inferioridad y siempre pensamos que lo mejor es de fuera. ¿Por qué las tiendas se llamaban de ultramarinos? Porque siempre hemos pensado que lo mejor viene de fuera [risas]. Desde siempre hemos tenido artistas de entre los mejores del mundo; desde las Cuevas de Altamira hasta hoy, creo que hemos tenido poca competencia al más alto nivel. Pero lo curioso es que a algunos de nuestros mejores artistas, aquí los hemos respetado y apreciado de verdad cuando primero los han respetado y apreciado fuera. Cuando fuera dicen que son buenos, empezamos a decir 'pues a lo mejor sí que lo son', aunque siempre queda la duda permanente. Bueno, eso nos ayuda a la gente que intentamos hacer algo en el mundo del arte porque nos lo ponen muy difícil [sonríe].
–¿Satisfecho de sus obras?
–Bueno, los artistas siempre tenemos pánico, por esa inseguridad enorme que nos suele acompañar. Fíjese: tan solo hace unos días he estado a punto de quemar varias obras de las que expondré en Murcia. Me parecía que estaban ya pasadas, y antiguas, y que ahora me apetecía hacer otra cosa. Eso es permanente y creo que, también, un estímulo que es la clave de todo.
–¿Por qué el título de 'De Profundis'?
–El título es de mi amigo [el murciano] Andrés Peláez, porque yo soy incapaz de resumir en dos palabras todo lo que hay detrás de las cosas que he hecho.
–Son obras muy dramáticas.
–Sí, no hago ni marinas, ni bodegones... Siempre he dicho que en el teatro no he vestido a los actores, sino a los personajes. Digamos que en estas obras aparecen personajes que no son nada fáciles. Soy una persona optimista, pero no me olvido de la gente que lo pasa mal, de la gente que sufre, y en mis cuadros hay mucho más sufrimiento que gozo. Me he pasado la vida yendo a todos los museos, viendo lo que hacen todos los demás artistas de todo tipo, y aprendiendo de todos ellos, de sus pinceladas, mezclas, composiciones... Pero buscaba algo que fuese exclusivamente mío, que fuese el fruto de mi libertad para interpretar el mundo que veo. Pedro Alberto Cruz me dijo cuando vio estas obras: 'No te pareces a nadie'. ¡Menos mal! La pintura es como una droga que engancha. Cuando subo a la buhardilla donde tengo mi estudio, hay noches que no me acuerdo de que tengo que bajar a cenar. Me lío y se me va el tiempo, la mayor parte liado con las búsquedas más que con los encuentros.
–¿Libre?
–He intentado serlo toda mi vida. He escuchado siempre todos los mensajes, pero teniendo muy claro que no quiero ser oveja de ningún rebaño.
–¿Ha sido feliz?
–Nos venden como conceptos absolutos palabras como amor, seguridad, ¡felicidad! Pero nada es permanente en la vida, incluida la felicidad. He tenido momentos de felicidad que sé agradecer.
–¿Cómo se enfrenta al paso del tiempo?
–Con serenidad. En la exposición hay dos óleos grandes que muestran a dos personajes que están en el aire. Pinto muchos retratos de gente que está siempre en el aire, rara vez hay suelos y en bastantes ocasiones las cabezas están separadas del tronco porque tienen un discurso propio. También ante la muerte estamos en el aire.
–¿En qué consiste la elegancia?
–Trabajé muchos años con mi maestro, el diseñador de alta costura Elio Berhanyer, y aprendí muchísimo... ¿La elegancia? He visto a gente maravillosamente vestida y en absoluto elegante. Llevaban puesto encima mucho dinero, pero nada más. Sin embargo, un día vi a una gitana, participando en la calle en un espectáculo de esos con una cabra, y me pareció el paradigma de la elegancia. Una mujer que sabía pisar el suelo. La elegancia máxima no la he visto en la corte de Inglaterra, con sus mantos y coronas; la he visto en un paseo de Senegal, por la tarde, en esa gente que paseaba por la playa con esas vestimentas que se movían con el aire y esas figuras absolutamente rectilíneas... La elegancia es una actitud, no se trata de colocarte cosas muy caras.
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