Doscientos años
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James Rhodes dijo hace unos días que no entendía «eso del reggaeton», y claro, le han caído como panes. Hasta ahí todo en orden dentro de las leyes de la termodinámica de las redes. Pero creo que esta historia oculta algunas líneas que no se ... terminan de tocar y me gustaría darles una vuelta. Es evidente que cualquier cosa que diga el señor Rhodes va a ser chafada y vilipendiada por las opinólogos de derechas y también desde hace algún tiempo por un buen número de los seguidores asiduos de esa corriente atizadora que se significa con una especie de nueva izquierda cultural contra la izquierda política. Supongo que es lo que toca cuando te nombran adalid del buen rollismo sanchista y le ponen tu nombre a una ley.
Hasta ahí el análisis político, que me interesa más bien poco. Si seguimos desbastando motivos de la polémica, llegamos al punto de giro de un nuevo tirabuzón estilístico, que es esa manía de alojar lo culto (lo tradicionalmente culto), lo elevado, lo clásico, lo filosófico y lo académicamente cultural en el bando enemigo para poder escoger lo popular, lo comercial y lo que vende, como arma propia, como discurso de cercanía con y ante la sociedad, y arrojarlo en contra del otro.
Aquí nadie se sienta a discutir si tienen más o menos relevancia o aceptación unas composiciones o unas creaciones que otras, se trata de elegir y decir que Rhodes es un buen o un mal pianista (me encantaría saber qué consideran algunos un mal pianista) o que Bad Bunny es la mierda o Dylan (me encantaría saber qué consideran algunos un Dylan). No doy ni quito razón a ninguno de esos razonamientos, solo exigiría que fueran en verdad razonamientos, y que como tales se pudieran confrontar y conversar sobre ellos. El caso es que llegado el momento, y cargado el tuit, hay que posicionarse y elegir: culto o popular, blanco o negro, y agitar fuerte la bandera al sonar la señal de inicio de la batalla.
Antes de seguir con el juego de lados, y obviamente por dejar aquí una opinión que si no me moja del todo, al menos, esté un poquito húmeda, he de decir que siempre me ha parecido un absurdo la discusión por estilos y que si hay algo sacrosanto es el sentimiento de un espectador o un oyente ante una obra. Un sentimiento sacrosanto que puede cambiar mañana, nos horrorizan cosas que amamos y amamos antiguos horrores, y hay cosas incluso (algo de esto creo que decía Kant sobre lo sublime) que ni siquiera está claro que nos atraigan o nos repelan.
Podríamos hablar de las letras del reggaeton y también de las del rock de los cincuenta o las del rap noventero y estaríamos simplemente haciendo juicios de valor moral que al fin y al cabo varían con el tiempo y no es sino hasta que ese tiempo pasa que se pueden mirar con perspectiva. Esos doscientos años que dice Rhodes, por ejemplo.
Pero tampoco me parece que hagamos un favor mezclando el debate (si es que es necesario debatirlo así) del juicio moral, social e historicista con el musical, que no deja de ser en el fondo ni más ni menos que una congregación de gustos y disgustos, y no debería ser ninguna cosa más.
Si discutimos de música a nivel técnico, solo podemos ver cómo están escritas las cosas y como están compuestas y grabadas las canciones, y las tendencias que siguen, crean o pasan de moda, no si son buenas, malas, bellas o feas. Ese es el debate que tristemente no veo por ningún lado, porque a nadie le interesa y no da 'likes' ni retuits.
Más allá de todo esto, lo que me parece realmente relevante es si dentro de doscientos años nos vamos a seguir tirando los trastos a la cabeza como si no hubiéramos aprendido nada, lo relevante es si no vamos a conseguir ni un solo foro de conversación en este país en el que hablar de música y de cultura sin lanzarnos los gustos a la cara como si fueran zapatos y si vamos a conseguir dentro de doscientos años, o de dos mil, no utilizar a los músicos, las canciones, las opiniones, ni a la juventud para ponernos en bandos y hacernos daño.
Dejemos la música en paz, utilicemos en positivo las pasiones, dejemos los discos sonar, sean de quién sean y de cuándo sean, y así a lo mejor, tal vez, un día, dentro de doscientos años, o de dos copas, podremos bailar todos juntos.
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