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Diario de escritura (XXVIII)
Tiempo por venir ·
MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ
Domingo, 10 de noviembre 2019, 18:02
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Tiempo por venir ·
MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ
Domingo, 10 de noviembre 2019, 18:02
Llega el carpintero y comienza a quitar rodapiés. De nuevo, la casa hecha un lío.
En la Universidad, tutorías. En el taller de escritura, segunda sesión de diálogos. Estás cansado y no sabes por qué.
Antes de acostarte miras el despacho y se te cae el alma a los pies. Todo apilado sobre la mesa. Ni siquiera puedes entrar.
Te vuelves a levantar con picores y granos por todo el cuerpo. El médico te receta más corticoides. Ya no te caben en el cuerpo.
En clase, dos horas de formalismo que, con los picores, se te hacen cuesta arriba. Ya han comenzado a salirte rojeces en la frente.
Cuando llegas a casa, encuentras al carpintero barriendo la casa, pero el serrín y el polvo están por todas partes. Inmediatamente, los picores aumentan. Le dices a Raquel que coméis fuera. No puedes respirar el polvo de la casa.
Acabas con el tiempo justo para ducharte y salir para la presentación de tu libro de cuentos breves en el Hemiciclo. Basilio conoce como nadie el género y disecciona el libro. Amal os presenta y dice que está ahí para salir en el diario. Le prometes que saldrá. Tú estás a gusto, a pesar de los picores. Al terminar, tomáis pizza, empanadillas y cervezas en el bar de Paco. Allí te rodean los amigos. Son bellos los reencuentros. Hermosos y extraños.
Pasas la mitad de la noche con cerveza sin alcohol. Pero al final te animas. Y continúas un poco más con Marta, Isabel, Leo y Lorena. Al salir de Revólver, un chico que parece Leiva propone continuar en su casa. No se le entiende mucho, pero parece decir que tiene cerveza. Tú estás cansado y mañana tienes clase. Pero decides ir por si pasa algo literario que pudieras aprovechar para el diario. Es tu excusa para todo. A los diez minutos, miras a Isabel y le dices que ya no hace falta más. Para una broma ya está bien.
Duermes en un hotel al lado de casa. Lejos del polvo y el desorden.
Despiertas sin picores y sin mucha resaca. Pasas por casa para coger los apuntes e, inmediatamente, comienzas a rascarte. Nada más salir, llamas a todas las empresas de limpieza de Murcia y al final consigues que esta tarde vengan de urgencia. Es cuestión de vida o muerte, dices.
En clase, te explayas en la relación del arte con lo escatológico. Freud, la sexualidad y la etapa anal. Vuelves a repetir una anécdota que hace tiempo escuchaste en una conferencia de Fernando Castro: la idea de que, cuando los niños juegan con plastilina, hay un momento en se suman todos los colores y se llega a un marrón muy parecido al excremento. Y «del color mierda ya no se sale», dices. Es la segunda ley de la termodinámica. Todo tiende al desorden, a la erosión y al igualamiento. Pura entropía. Esperas que en tu casa las cosas sean diferentes.
A las cinco abres a las limpiadoras y tú te vas al Loft 113 a la presentación de ganadores del Creajoven de literatura. Es un placer compartir jurado con Marisa y José Manuel. Has leído con gusto los trabajos y muchos te han sorprendido. Te llevas una alegría cuando se desvela el pseudónimo del accésit de relato.
Cuando llegas a casa por la noche, todo huele a limpio y las cosas están en su sitio. Casi de modo inmediato, el picor desaparece y la piel retoma su estado normal. Un milagro. Duermes de un tirón.
A mediodía, te acercas al Centro Párraga y te cuelas en el ensayo de Viva Suecia. Es un privilegio. Prácticamente un concierto privado. Otro milagro. El disco y el show que han montado. Se han dejado la piel. Y les auguras un éxito sin precedentes. En realidad, les deseas todo lo que se merecen.
Hoy es un día amable. Parece viernes. Lo necesitabas tanto...
Casi se te olvida que tenías taller de escritura. Aun así, lo disfrutas. Al terminar, en casa -que sigue oliendo a limpieza-, pedís una pizza y veis la última de Spiderman. Es una bazofia insufrible. Despliega todas las trampas fáciles de guion que una hora antes has explicado a los alumnos que nunca debían utilizar. Cada vez toleras menos las narraciones malas.
No vas al cementerio. Hoy. Por primera vez en mucho tiempo. Es una situación incómoda. Y prefieres evitar la ocasión de encontrarte con quienes intuyes que no quieren verte.
Pasas el día sacando libros de cajas. Por fin está todo limpio y ya puedes empezar. Comienzas con las novelas. En el salón y en el dormitorio. Cajas y cajas. Luego, en la habitación en la que has colocado el piano y que dejas como biblioteca. Ya no te pica nada. Cuantos más libros colocas, más desaparecen los granos y se alivia el picor.
No duermes la siesta. Estás como en trance. Terminas justo para ducharte y acercarte con Raquel al cine. 'Tarde de lluvia en Nueva York'. Es un divertimento delicioso. Sin pretensiones, pero muy correcta. Tal vez el arte debería ser así. Las novelas que leemos y las películas que vemos. Algo que llega como quien no quiere la cosa, que nos saca a pasear durante una hora y media, y que después nos deja en casa, sutilmente transformados, más alegres. Eso es esta película. Una experiencia leve. Woody Allen del bueno.
Desayunas tranquilo leyendo los suplementos culturales de los periódicos. No te pica nada ya. Se te han ido todos los signos de estrés.
A media mañana, comenzáis la ruta de la tapa del barrio. Es una manera de conocer calles y bares. No cesas de decírselo a Raquel: te gusta mucho esta parte de la ciudad. Cada vez más. A las dos y media ya no os caben más tapas y cervezas. Quisieras dormir la siesta, pero Gabi te escribe y te dice que está con Loola. Hace tiempo que no los ves y te acercas a tomarte una cerveza más con ellos. Se alarga la tarde y también las copas. Murcia es una fiesta y todo está a reventar. Os hacéis fotos y las subís a las redes. Luego te arrepientes de haber enseñado escote.
En casa, ves unos capítulos de 'El método Kominsky' y te vas rápido a la cama.
Por la mañana, te montan las estanterías del despacho. Era lo único que faltaba. Tú habrías tardado días. Ellos lo hacen en dos horas.
Cuando acaban, casi sin solución de continuidad, comienzas a colocar libros. Todos los ensayos y libros de trabajo. Por orden alfabético. Conforme los sitúas en las estanterías va creciendo la felicidad. Cajas de cartón que van desapareciendo de la casa. Libros que van ocupando su lugar.
Tampoco duermes la siesta ni descansas un momento. Las más de treinta cajas que quedaban las vas vaciando y colocando casi con vicio.
Empapado de sudor, terminas a las ocho de la tarde y te invade la alegría. Es una sensación parecida a terminar el primer manuscrito de una novela. Ya está todo ahí. En su sitio.
Mientras cenáis, veis el final de la segunda temporada 'El método Kominsky'. Una delicia de serie. De lo mejor de este año.
Después, te quedas un momento a solas en el despacho. Ya has encontrado todo lo que te faltaba. Tu cuaderno secreto. Tus plumas. La foto de Marcel Duchamp y la de Kafka.
Te quedas mirando a tu alrededor y todo se detiene. Un Stendhal doméstico. Estás rodeado de libros. Te gusta lo que ves. Ahora sí que es tu casa. Un hogar. Un espacio de escritura. Pones el reloj a cero. La nueva vida acaba de empezar.
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