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Diario de escritura (XCII)
TIEMPO POR VENIR ·
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TIEMPO POR VENIR ·
Te sientas en el sillón con el portátil sobre las piernas y envías varios correos. Lees los periódicos. Terminas de revisar la traducción de un libro de Mieke Bal sobre literatura y arte y lo envías por correo.
Estás todo el día sentado. Te pinchas heparina, pero piensas que en realidad ese es tu estado natural.
No puedes dormir la siesta. Por la tarde te quedas solo en casa. Te acomodas en el balcón y permaneces más de media hora allí con la mirada perdida. Hacía mucho que no te quedabas así, sin hacer nada durante un rato. Simplemente mirando, como si el tiempo se estuviese frenando. Quisieras hacerlo más, pero no puedes. Ves la montaña de libros sin leer, la cantidad de cosas sin hacer..., y te cuesta, pero decides hoy que no tocas nada más. Ni siquiera los 'mails' que llegan. Hasta el miércoles nada.
Por la noche comenzáis a ver 'Fauda'. Disparos y atentados. Se te meten en el sueño.
De nuevo te despiertas temprano. Varias ideas te rondan la cabeza. Te levantas y las escribes. Son esbozos para tu proyecto de 'podcast'. Comienzas a escribir y preparas el primer programa.
Después, terminas de leer el manuscrito de un amigo. También le has enviado el tuyo. No sueles cambiar de lectores de confianza. La lectura de un manuscrito es algo serio. Para quien lo muestra y para quien lo lee. Sueles decir que no a la mayoría de las solicitudes que recibes. Para hacerlo bien, es necesario tiempo y concentración –algo que no tienes–. Y si se hace mal, no sirve. Así que declinas más del noventa por ciento de las peticiones. Pasarías tu vida leyendo manuscritos si dijeras que sí. Y no está la cosa para eso.
Hoy es el Bando de la Huerta. Te gustaría salir y tomar algo en una terraza. Tus amigos han quedado a comer. Pero la pierna no te deja. Estás todo el día con el deseo y la incertidumbre. En el fondo te debates entre estar en casa y salir. Ves las fotos y sientes que te has perdido algo. El año pasado, en pleno confinamiento, te prometiste salir lloviese o tronase. Pero no puede ser. Ya llegarán tiempos mejores.
En cualquier caso, estás todo el día medio triste, o ansioso, como si te faltara algo. También hay que aceptar esas emociones y permitirse la tristeza. Aunque esta no tenga objeto alguno.
Lees 'Ganarse la vida', el librito de David Trueba sobre sus inicios. Te toca y relaja también tu tiempo. Las ganas de ser directamente el mismo que se inició a escribir, la intención de preservar la infancia, la ilusión... Quizá eso es lo que se pierde cuando uno se hace adulto, lo que se pierde también con la presión, con los compromisos. Y eso es, sin duda, lo que deberías recuperar: la ilusión casi ingenua por escribir más allá de cualquier cosa.
Por la noche, ves el Madrid-Liverpool. Ahí sí que disfrutas.
Hoy duermes bien por fin. Te levantas algo más animado, aunque aún con el paso cambiado. La mañana la pasas haciendo gestiones. A mediodía, una entrevista en Zoom. Cada vez te cansan más las pantallas. También las redes. Has comenzado a pensar en volver a dejarlas unos días. Una especie de dieta digital.
Pedís japonés. Siempre al mismo. Siempre lo mismo. Y siempre al final te enfrentas a la decisión de qué pieza comerte la última para quedarte con buen sabor de boca. Raquel y tú siempre guardáis la misma para el fin. El gunkan de cangrejo. Ya no sabéis cambiar esa rutina.
La nueva consejera de Educación y Cultura dice que no se vacunará. Es un acto de irresponsabilidad. No vacunarse y, en su caso –responsable de un espacio que debería estar presidido por la razón y la ciencia–, decirlo. Comienzas a estar harto ya de toda la tontería en torno las vacunas, especialmente de las dudas y resistencia de la gente que no tiene la más mínima idea. Por supuesto, no todo hay que tragárselo. Pero para que una sociedad funcione, es necesario un principio de confianza. Tienes que confiar en la sabiduría y destreza del piloto de avión, del ingeniero, del arquitecto, del maestro, del médico, del científico. Si nos diera por cuestionarlo todo sin saber nada, jamás avanzaríamos. Seríamos una sociedad inmovilista. Y hacia eso caminamos si comenzamos a desconfiar del saber del otro. Es el mismo principio del 'pin parental': la desconfianza ante el docente. Regresamos al pasado.
Por la mañana el médico te quita el vendaje de la pierna y deja los puntos al aire. Parece que todo está bien.
Contestas 'mails' y grabas algún vídeo. También de esto estás un poco harto ya. Grábame un vídeo..., como si fuera solo sentarte y decir lo primero que se te ocurre.
Preparas la intervención en el Laboratorio de Escritura y Arte de la Universidad de Granada, donde mañana participas.
A media tarde, quedas con Manuel para comentar su manuscrito. Os sentáis en la terraza de La Bohème. Apenas tienes que cruzar la calle. Se os mete el frío en el cuerpo. Habláis entre otras cosas de lo importante que es esa lectura desde fuera. Manuel dice que serían necesarios tres años de distancia para suplir lo que ofrece una buena lectura externa. Y, aun así, nunca tendría uno la visión exterior completa, el entrar de nuevo a la historia. Es, sin duda, una de las claves para que un libro funcione: ponerse en el otro lado, mirar con los ojos de los demás.
Por la noche, 'Fauda'.
Te levantas bien temprano y terminas el diario. Hay obras en la casa de al lado. Los martillazos se meten en tu sesión de videoconferencia con la Universidad de Granada y te generan más estrés del habitual. Por la mañana, hablas de las relaciones entre arte y literatura y, por la tarde, te centras en tu obra y tratas de teorizar sobre lo que has escrito. Tras cuatro horas de parlamento continuo, terminas absolutamente exhausto. Más que de costumbre. No sabes por qué es, pero tienes que echarte en el sofá y ya no puedes hacer nada más en todo el día. Te has desfondado.
Mañana tranquila, lectura de suplementos culturales. Empiezas a leer 'La anomalía', la novela con la que Hervé Le Tellier ha ganado el Goncourt. Desde el inicio te atrapa y te inquieta. Tiene todo lo que te gusta en una serie –ciencia ficción, presencia de lo inexplicable, tensión, misterio–, pero también lo que más disfrutas en un libro –potencia literaria y reflexión–.
Comes con Alberto y Leo en el Churra. Te sientes a gusto ahí. El trato es casi ya de familia. Después, tomáis una copa en El Bosque Animado. También has conseguido la cercanía allí.
Murcia está llena. Piensas en la normalidad. La que añoras, pero también la excepcionalidad que se ha normalizado. La mascarilla, las medidas restrictivas, las horas de cierre, la distancia..., es sorprendente cómo se ha conseguido interiorizar y convertir en rutina esa anomalía. Te vuelves a casa, caminando con Rafa. Con la muleta, el trayecto se hace largo. Llegas justo para el clásico. Disfrutas del Madrid.
Hoy has forzado la rodilla. Te cuesta trabajo dormirte.
Pasas la mañana en internet, intentando aprender a hacer un directo de Twitch. Solo al final, después de varios tutoriales, lo consigues. Pero la plataforma te resulta refractaria. Tal vez sea la estética de la interfaz, los colorines, la contaminación visual... No te logra convencer.
El resto del día, descansas y tratas de no hacer nada productivo. Es lo que más te cuesta. No puedes evitar sentirte culpable por descansar, como si no pudieras apagar el piloto automático que te hace pensar que estás perdiendo el tiempo. Has escrito sobre eso en más de una ocasión. Y, aun así, no puedes escapar de la sensación.
Durante toda la semana apenas has pensado en la novela. Van surgiendo las ganas de recomenzar, de volver y centrarte en ella, pero aún no ha llegado el momento. Cuanto más distancia le des, con más fuerza y entusiasmo regresará la escritura.
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