Diario de escritura (LXXXVIII)
TIEMPO POR VENIR ·
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TIEMPO POR VENIR ·
Escribes temprano. No avanzas demasiado antes de ir al preparador personal, apenas un párrafo. Al salir, comienzas las primeras gestiones del departamento. No ha habido ... reclamaciones en la votación, así que te toca de verdad.
Lo tienes todo en la cabeza, pero logras aislarte para escribir. Esto va a ser lo más difícil. Encontrar los momentos de desconexión. Hoy lo consigues y acabas otro capítulo.
También agotas un frasco de tinta. Siempre se pierden, los sustituyes o los abandonas, pero casi nunca los acabas. Hoy, al ver este vacío, compruebas que todo lo que has escrito en este último año tiene espesor. También eso es tu novela. Un río de tinta tal vez no, pero sí un buen charco.
Es 8 de marzo. Ojalá algún día no sea necesario un día así. Un tuit de Elvira Navarro lo expresa a la perfección: «Porque seamos Literatura, y no literatura femenina, ni escrita por mujeres, ni autoras que solo se estudian en asignaturas del tipo 'las escritoras en la literatura española'». Y porque no haya más actos ni antologías bajo el infame rótulo 'ellas también cuentan'. Feliz #8M».
Es martes y parece que ha pasado media semana.
En clase habláis de Yves Klein y no puedes evitar la crítica de género. Las antropometrías, el artista como macho dominador, la modelo como musa sumisa, como mero objeto. Ya no es posible mirar de otro modo. Por muchos logros de Klein que uno pueda rescatar. Por mucho que cierto arte contemporáneo no pueda entenderse sin sus contribuciones.
Envías tu primer mail como director del departamento, la convocatoria del consejo. Ves tu firma al final del correo y te da un poco de respeto.
Por la tarde, café con Alberto y Leo. Ibas a escribir, pero no tienes la cabeza para eso. Llamadas, gestiones, todo lo que se viene encima.
Veis 'La boda de Rosa'. Es una película amable, sin pretensiones, pero funciona. Te gusta mucho más que 'Las niñas', que no te llegó a decir nada.
Después, continúas enviando mails y preparas la clase del día siguiente. Te acuestas tarde, pero satisfecho. No te importa trabajar. Mientras sea tranquilo, es solo tiempo. Y una cosa detrás de la otra.
Despiertas con sueño y escribes.
Es curioso cómo se crean las rutinas. Ahora te acabas el café en el despacho. Lo has convertido en una costumbre. Preparas una cafetera grande. La primera mitad te la tomas mientras desayunas. La segunda, en el despacho, mientras lees los periódicos o comienzas a escribir. Ya no puedes comenzar la mañana sin esa transición desde la cocina al despacho con la taza de café en la mano. En unas semanas has generado una dependencia del ritual.
Dejas esbozado el último capítulo de la novela antes de ir a clase. Hoy explicas el minimalismo. Te demoras más de la cuenta en Robert Morris. Le dedicaste un libro y dos años de tu vida. No puedes evitar emplear ahora al menos treinta minutos.
Al salir, te enteras: moción de censura en Murcia. Comienzan todos los movimientos, la incertidumbre, los que se menean y se sitúan, los que se quieren hacer los vistos, los que ahora ya cambian de lado... La pena es que esto haya empañado la verdadera noticia histórica: el soterramiento es ya una realidad. Compruebas la emoción en la cara de los vecinos. Han conseguido algo importante. Nunca hay que dar nada por perdido y ellos no lo hicieron.
Por la tarde, tratas de aislarte del ruido, apagas el móvil y pasas a limpio lo que has esbozado esta mañana. El último capítulo. Aunque falta aún el epílogo –el verdadero final–, y sabes que lo que escribes ahora no es definitivo, sí que necesitas que la última frase sea contundente, al menos mientras decidas mantenerla.
Te das cuenta mientras escribes este último capítulo que resuena ahí mucho de lo que escribiste en 'Cuaderno [...] duelo'. En el fondo, no cesas de dar vueltas a las mismas cosas. Agarrar la mano de quien se está yendo. Hablar con la piel. Acompañar. Lo has escrito ya. Pero ahora no puedes dejar de escribirlo. La novela te ha llevado ahí. A un lugar que ya habitabas.
Por la noche veis' Ane', otra de las películas de los Goya. Aunque te cuesta entrar, al final consigues hacerlo. Aun así, no te apasiona. Tal vez sea el día. Demasiados estímulos.
Reunión ilusionante con la productora. Les ha gustado el proyecto. Te apetece mucho esto. Una pena que aún no puedas desvelar nada.
Después, tu primer consejo de departamento como director. Comienzas bromeando con un 'ola k ase', utilizando el humor y un tono coloquial. La solemnidad a veces es necesaria, pero también en ocasiones es una frontera que genera violencia. Las formas duras del lenguaje, que expulsan en lugar de acercar.
Al final, te satisface el resultado. Prueba conseguida. Lo celebras tomando un vermú con Isabel, que se ha atrevido a acompañarte en esta aventura.
Mientras tanto, continúa el runrún de la moción de censura y los efectos en el resto de España. No se habla de otra cosa. Parece una novela de suspense.
Por la tarde, llega Ignacio Martínez de Pisón, que preside el premio de relatos que organiza el Club Renacimiento y Estrella de Levante. Pisón es uno de los grandes. Un escritor inmenso. Pero sobre todo es una persona encantadora y un grandísimo conversador. Leo y tú cenáis con él en el Pura Cepa. Os saltaríais el toque de queda para seguir charlando con él toda la noche.
Día frenético. Te levantas bien temprano para acabar el diario y enviarlo al periódico.Envías también varios mails y dejas solucionada la burocracia del nombramiento como director. Después, preparador personal. Hoy vas con prisa, pero sudas. No estás adelgazando, pero te notas unos bíceps que no habías tenido en tu vida.
Te duchas y sales corriendo para el Centro Párraga. La entrega de premios es en la terraza. Yayo lo ha organizado todo y el evento es perfecto. Por muchos motivos. Hace un día espectacular. El relato ganador, de Aurelio Serrano, es soberbio –parece Carver–. La calidad de los finalistas también es excelente.
A lo lejos se ve el humo del incendio de una fábrica en Molina. Es también la imagen del incendio político que salta justo en ese momento, la rueda de prensa que frustra el posible cambio.
Y en medio de ese derrumbe, mientras Murcia es noticia y la clase política demuestra que sólo le interesa el poder, allí, en la terraza, escritores y músicos se emocionan con un relato y creen ciegamente en la necesidad de la cultura y el arte para que las cosas avancen.
Esa sensación de oasis necesario no se te va en todo el día. Un oasis de amistad y talento. Los grandes amigos, los grupos, los escritores... Murcia también es esto. Murcia es sobre todo esto. Esta generación estrella. Y no solo el despropósito por el que estos días abre telediarios.
Vuelves a casa satisfecho. Bebido, pero feliz.
Hace un año que todo se paró. Viernes 13 de marzo. Lo tendrás siempre grabado en la memoria. La visita al supermercado y la sensación de que había comenzado el Apocalipsis.
Hoy vacunan a Raquel. Ha llegado antes de lo que todos esperaban. La esperanza en medio de la catástrofe. Un prodigio de la ciencia. La luz al final del túnel. Aunque la luz sea aún débil y el túnel se intuya todavía demasiado largo.
Por la noche, pedís pizza y veis 'Adú'. Hasta el momento es la que más te ha gustado de todas las de los Goya. Sólida, compleja y emocionante.
Todos los periódicos amanecen cargados de noticias sobre el aniversario de la pandemia. Reportajes, imágenes, memorias... No lees ni uno solo de esos artículos. No sabes si no quieres o no puedes evocar todo aquello, las calles vacías, los aplausos a las ocho, los zooms infinitos, las llamadas de teléfono, la ansiedad constante..., el inicio de un tiempo aciago que aún no ha terminado de llegar. Te cuesta rememorar el pasado y prefieres no ver nada, no recordar nada. Sientes que aún estáis en medio del trauma, varados en mitad de la historia, con las heridas abiertas y sangrando a borbotones, sin tiempo para asumir aún nada de nada, sin distancia para echar la vista atrás e intentar emprender la tarea del duelo. Falta mucho aún. Demasiado.
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