Diario de escritura ( LXXXVII)
TIEMPO POR VENIR ·
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TIEMPO POR VENIR ·
Sueñas con viajes. Llevas así ya varias semanas. Viajar lejos, en avión. En este sueño viajas a Estados Unidos. Una estancia. En algún momento, caes ... en la cuenta de que no se puede viajar y todo se desmorona. Como los dibujos animados que caminan hacia delante en el precipicio mientras no miran hacia abajo.
Pasas a limpio un nuevo capítulo de la novela. Hoy te gusta lo que lees.
Envías temprano la candidatura a la dirección del departamento. En cuanto sale el correo sabes que ya no hay vuelta atrás. Lo has pensado mucho. O, mejor, no lo has terminado de pensar del todo. Si no, tal vez no lo harías. Pero crees que es también una responsabilidad. Nadie más quiere hacerlo. Y las consecuencias de eso serían nefastas para el departamento. Así que das el paso. Y te preparas para asumir lo que vaya a salir de ahí.
Después, entrenador personal. Te haces daño en cada movimiento. Al acabar, directo al fisio. Hoy el dolor sí es grande, sobre todo en las lumbares. Siempre te han dolido más de la cuenta. Por lo general, no puedes rozarte ni en los masajes relajantes. Pero hoy es tremendo. Acabas con dolor de dientes de tanto apretarlos.
Después, estás todo el día mareado, medio grogui. Con relajantes musculares y analgésicos. Aun así, por la tarde escribes y avanzas. Sientes una cierta urgencia. Sabes lo que se va a venir encima y quieres dejarlo todo lo más acabado posible.
Abandonáis 'Normal People'. Demasiado intensa y lenta. Demasiados silencios. Demasiados malentendidos que se arreglarían con una conversación.
Te levantas aún con dolor de espalda y cuello. Se te va la mañana contestando mails y llamadas. Las reacciones a tu candidatura. Nadie la esperaba. Tú tampoco. Sigues siendo el más sorprendido.
Se inaugura en el Prado 'Pasiones mitológicas', una exposición con célebres pinturas mitológicas de los siglos XVI y XVII. Enseguida, salta el debate en internet. Dos posturas opuestas: los que defienden la mirada del presente y los que defienden la del pasado, los que dicen que el Prado se ha llenado de violaciones y mujeres desnudas y los que afirman que pensar eso es un anacronismo, que no se puede proyectar nuestra visión presente al pasado. Tú abogas por una postura intermedia. Una mirada ambigua. Es cierto que no se puede juzgar a Tiziano con los ojos del presente. Eso es ingenuo. Pero no es menos cierto que los cuadros de Tiziano no están hoy colgados en su época sino en nuestro presente, y tampoco se puede pretender que suspendamos nuestra concepción del mundo como si nada hubiera pasado. Es necesaria una mirada ambivalente, que sepa situar la obra en el pasado, pero también medir su relación con el presente, contextualizarla, generar las herramientas para no anular o cancelar la historia, y al mismo tiempo no contribuir a aceptarla acríticamente y, de ese modo, contribuir a reproducirla. No es fácil. Desde luego, es más complejo que los debates encarnizados que han surgido en internet. Por eso no intervienes ahí. Anotas en un cuaderno unas ideas para un posible ensayo. Las cuestiones complejas no se pueden resolver a la ligera.
Por la noche, veis 'The Assistant', una película de Kitty Green sobre el #MeToo invisible y cotidiano. Te interesa la propuesta. Aunque la contención no llega a emocionarte y te deja demasiado frío.
Terminas de leer 'Yoga'. El libro de Carrère pierde fuelle a mitad. Tiene momentos y reflexiones, pero no acabas de entrar del todo. Te acaba sacando del libro la casa de verano en la isla de Patmos, el drama del burgués acomodado, la sensación de que el dinero no es un problema en ningún momento. Solo al final, el libro remonta y vuelves a disfrutar. Es la parte metaliteraria, la reflexión sobre la propia escritura, las decisiones del autor. Y también el reencuentro de la felicidad. El final de luz que te reconcilia con todo lo anterior.
Comienzan las vacunaciones a los docentes. Entiendes perfectamente que no entren ahí los profesores universitarios. En realidad, no tenéis contacto directo. No es igual meterse todos los días en un aula pequeña con treinta niños que el distanciamiento y las medidas que se han podido tomar en la universidad. Pero eso es lo de menos: lo que realmente no entiendes es por qué deberíais tener más privilegios que el resto de los trabajadores, sobre todo que aquellos que están de cara al público y en contacto directo, los que trabajan en los supermercados, los repartidores... los que han estado moviendo el país y no han descansado en ningún momento. Ellos son la segunda línea después de los sanitarios.
Continúas con la novela. Estás llegando al final. El personaje crece. Tanto, que te pones en su papel para ver lo que haría en una encrucijada. Se encuentra ante un dilema ético y tienes que pensar qué diría, cómo actuaría. No es una marioneta. Por mucho que seas tú quien escribe, el personaje tiene alma y toma decisiones. No lo puedes manipular para que haga lo que tú harías.
Ya en la cama, antes de apagar la luz, le cuentas a Raquel el final. Sabes que es una manera de destrozarle la novela, pero necesitas consultarle la decisión final de la protagonista, las dos opciones que barajas. Ella escucha atentamente toda la historia y al final te dice algo que lo salva todo, la idea justa en la que no habías pensado. Esa noche ya no te puedes dormir. Así que te levantas y comienzas a esbozar en el cuaderno. Si funciona, eso cambia muchas cosas.
Antes de regresar a la cama, escribes la dedicatoria. Ya habías pensado dedicarle este libro a Raquel, pero ahora lo haces con más razón.
Nada más levantarte, te sientas frente al escritorio. Desarrollas la idea de la noche anterior. El final se transforma. Llega antes de tiempo.
Estás nervioso y expectante. Extrañamente feliz. Sobre todo, por haber llegado a ese final y encajar las piezas del puzle. También porque hoy es la votación del consejo de departamento y quisieras que todo saliera bien, sin sobresaltos.
Por la tarde, visitas la exposición de Ramón González en el Centro Párraga. Te gusta el diálogo entre los vídeos y las esculturas. El tiempo imposible de detener. Aquiles y la tortuga. El tiempo lento con el que es imposible llegar a sincronizarse. Y también su empleo del trazo, la huella, el surco de lo mínimo, la sutileza del resto invisible.
Te desvelas a las cinco y te levantas a escribir. A las ocho, aparecen los resultados de las votaciones. Te alegra el respaldo de los compañeros. Tener eso es partir ya con mucho.
Después, tres horas de prácticas. Hablas de la relación entre arte y literatura en la obra de Vila-Matas. Disfrutas más que los estudiantes.
Coméis en Los Navarros y, después, pasáis la tarde en la terraza del Bosque Animado. Celebras la amistad.
En estado de ebriedad, se te marca el teléfono de tu editora, que te devuelve la llamada. No estás para hablar y no sabes muy bien lo que le dices. Tendrías que haber apagado el móvil.
De camino a casa pasáis por Bizz'art. Estabas sin entrar allí desde antes de la pandemia. Justo cuando os vais pinchan 'Punto muerto', la nueva canción de Miss Caffeina. Sales corriendo a avisar a Antonio, el bajista del grupo. Es probable que sea la primera vez que la escuchas en un bar. Te emocionas con la canción como si fuera tuya. Es un día especial hoy. Por muchas razones. Por muchos amigos.
Resaca grande, pero puedes escribir. Mandas varios mensajes para disculparte por si dijiste anoche algo inapropiado. Uno de ellos a tu editora. Aprovechas para contarle la novela. Esta vez sobrio.
Te duele la cabeza, pero no el cuello. En plena resaca emocional, vuelves a ver el vídeo de 'Tu canción de despedida', el último tema de Second. Ayer Fran te contó la historia de la canción y no puedes quitártela de la cabeza. Es triste y bella. Tanto, que durante media hora no puedes parar de llorar. Raquel también se emociona, aunque ella no necesita medio paquete de clínex.
Llueve. El día es gris.
Terminas un capítulo más de la novela. Te quedan dos y el epílogo. Calculas dos semanas para este borrador. Haces esos cálculos en un pequeño cuaderno de esbozos de tareas que esta noche también acabas.
Sabes que mañana comienza algo diferente. La dirección de departamento. Al final te ilusiona. Quieres hacerlo bien. Lo vas a intentar. Y vas a encontrar tiempo para todo. Eso te dices. Eso escribes. Eso grabas en el nuevo cuaderno que ahora comienzas: tiempo para todo. Tiempo por venir.
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