Diario de escritura (LXXXVI)
TIEMPO POR VENIR ·
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TIEMPO POR VENIR ·
Escribes por la mañana. Esbozas un capítulo de la novela. Bien. Avanzas más de lo que imaginabas.
Preparador físico. Al estirar, se te queda el ... cuello enganchado. No puedes moverlo. Te ejercitas para estar mejor y acabas peor.
Pasas a limpio el esbozo del capítulo. Parece que funciona. Te ilusionas.
Comes con Raquel en El Churra, al lado de casa. Celebras que novela se mueve.
Después de la siesta, lees 'Las gratitudes'. Delphine de Vigan te conquistó con 'Nadie se opone a la noche'. Desde entonces, tratas de leer todo lo que escribe. Este libro es una pequeña maravilla. Una reflexión sobre la vejez y la necesidad de dar las gracias a aquellos que nos han amado y ayudado. Prosa contenida, precisa, elegante. Se te clava como se te clavó 'Llévame a casa', de Jesús Carrasco. No puedes evitar pensar en tu madre, frágil y desvalida al final de sus días. «Envejecer es aprender a perder», subrayas. Se te eriza la nuca al final. Es triste, pero también esperanzador. La gratitud y el amor a los demás, a los que te han querido sin pedir nada a cambio.
Nada más terminar, sientes la necesidad de visitar a la Julia. Se ha vacunado ya. ¿Cuándo te voy a poder besar, hijico?, te pregunta. Te falta la segunda dosis y veinte días más, le dices. Apúntame la fecha en un papel. Ella cuenta los días.
Veis varios capítulos de 'Capitani', una serie policiaca luxemburguesa. No es buena, pero al principio entretiene. Tiene todos los ingredientes y clichés: policía atormentado, tonto del pueblo, lugar aparentemente tranquilo que en el fondo es un polvorín... Vas siempre cinco minutos por delante de lo que va a pasar.
El dolor de cuello aumenta. La noche se te hace difícil.
En clase hablas de la escuela de Nueva York. Pollock y el expresionismo abstracto. Te sientes cómodo, aunque no logras conectar del modo en que lo habías hecho el cuatrimestre pasado. Aún no está esa dinámica, entre otras cosas porque son pocos los que vienen a clase y el resto se queda en casa. La conexión es más lenta con mascarilla.
Visitas la exposición de Ana Martínez en Art Nueve. 'Naves de Mnemósine', se titula. La disfrutas en silencio y soledad. Has seguido prácticamente todo lo que ha hecho Ana, y estos dibujos quizá sean lo mejor de toda su producción. Te gustan especialmente. Dibujos de objetos del pasado enviados al futuro. Memoria movilizada. Anacronismo productivo. Y por encima de todo, belleza.
Te quedas sin siesta. Los dedos de Paz hoy sí que se te clavan en el cuello como si fueran garras. Después, vagas por la ciudad como atontado, caminando como si fueras un zombi.
En casa lees 'La risa es la única salida'. Es el diario de Andreu Buenafuente. Te reconoces en mucho de lo que lees. La actividad frenética, la visión justa del mundo, la naturalidad con la que cuenta lo que para muchos sería extraordinario... Pasas la tarde y la noche ahí metido.
Se te olvida que es 23F. Hay días –a veces semanas– que prefieres vivir más hacia adentro que hacia afuera.
Antes de clase te da tiempo a esbozar un nuevo capítulo. Sigue todo avanzando.
En el aula, hablas de la neovanguardia. Cuerpo, lenguaje y política. Las claves del arte contemporáneo. Eso y la vida: tiempo real, espacio real.
El cuello sigue molestándote. Se mezcla con las agujetas de la paliza de la fisio. En la farmacia te dan un relajante muscular. Te tomas dos y te abandonas a la siesta. Al levantarte no sabes ni dónde estás.
Por la tarde, envías 'mails'. Terminas de leer el diario de Buenafuente. Escribes el tuyo, como envalentonado e inspirado. Y pasas a ordenador el capítulo de la novela que has escrito esta mañana. Te duele todo, pero es un buen día.
Va creciendo el estrés. Preparador físico por la mañana. Antes, escribes. Lo dejas todo esbozado.
Por la tarde, tomas un café con Alberto y Rafa en el Bosque Animado.
Victoria Abril habla sobre las vacunas. El problema es darle pábulo a personajes que no tienen ni idea de lo que dicen. Y, sobre todo, confundir a quien tiene visibilidad con alguien cuya opinión merezca más atención que la de los demás. 'El mundo de la cultura', como si eso tuviese algún sentido y legitimara para algo. Ser actor solo te hace actor. Nada más. Es algo que siempre te ha llamado la atención: tú sabes de lo que sabes. Tu opinión tampoco es de mayor importancia. Sabes algo de arte, un poco de libros, y quizá también de bares –porque has ido a más de uno–. Más allá de eso, tu competencia es nula.
Continuáis viendo 'Capitani'. Cada capítulo es peor que el otro.
Toda la mañana en una tesis de la que eres el director. La tecnología falla y tienes que intervenir por teléfono.
Conforme avanza el día, el dolor del cuello va in crescendo. Te lo dijo Paz: al descontracturar la espalda, ibas a abrir la caja de los truenos. Percibes la tormenta.
Terminas a última hora el diario. Lo envías, tomas varios relajantes musculares y te echas en la cama. Te despiertas ya con el sol puesto.
Veis 'Colores del espacio exterior', inspirada en un relato de Lovecraft. No puede ser más infame la película. No hay manera de tomarse en serio a Nicolas Cage.
El dolor estalla al final de la noche. Tomas varios relajantes musculares e intentas no mover el cuello en la cama.
Despiertas relajado. Has dormido bien. Sueños húmedos. Con amigas. A tu edad.
Escribes por la mañana. Esbozas el tercer capítulo de la sexta parte. Ni rápido, ni lento. A su ritmo justo.
Después coméis en la terraza Buenavista. Risas y buen ambiente. Amigos a distancia. El alcohol anestesia y, tal vez por el efecto con los relajantes musculares, lo ves todo desde fuera, como si estuvieras en una película.
Después, pierdes al ping pong.
Al regresar, veis 'Sputnik'. Película de astronauta que regresa a la tierra con bicho dentro en la Rusia de los ochenta. Se aguanta, pero tampoco os apasiona.
Escribes por la mañana. Esbozas un nuevo capítulo. Ves el final a lo lejos, como si estuvieras subiendo una escalera. Miras hacia arriba y ya adviertes el piso al que quieres llegar.
Termináis de ver 'Capitani'. Solo querías saber quién era el malo. Nota mental: no volver a fiarse del algoritmo de Netflix.
Por la tarde, lees 'Yoga', la nueva novela de Emmanuel Carrère. Te cuesta mucho conectar. Tal vez porque no es 'El adversario' o 'Una novela rusa'. Está a años luz de esos libros inmensos. Aun así, es Carrère. Y eso es mucho. Te reconoces en algunas reflexiones y no puedes dejar de subrayar. En especial, hoy te identificas con unas páginas en las que habla de las preocupaciones en las que habitualmente ocupa la mente: el trabajo y la fantasía sexual. Tu cabeza se estructura igual. El deseo siempre en los momentos intersticiales, habitualmente en «las zonas fronterizas entre la vigilia y el sueño». Y el trabajo, el resto del tiempo. Y también como él, tú distingues entre los pensamientos productivos de la ocupación, el «hacer el trabajo» –pensar en historias, palabras, frases, estructuras, desarrollos...– y los pensamientos menos fructíferos sobre el trabajo ya hecho –el éxito, el desencanto, la frustración..., lo que ocurre cuando las cosas ya no están en tu mano, cuando tú ya no puedes hacer nada más que esperar–. Parece que Carrère ha radiografiado tu cabeza.
En un giro inesperado de los acontecimientos, a última hora decides presentarte a director de departamento. Sabes que no va a ser fácil y que no es el mejor momento. Pero hay ocasiones en las que es necesario dar un paso al frente. Antes de acostarte, compras un libro de autoayuda: 'El sutil arte de que (casi) todo te importe una mierda'. Lo vas a necesitar.
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