Diario de escritura (LXXXIII)
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Planificas la semana y el mes. Listas de tareas que nunca cumples del todo, pero que necesitas para tener el futuro organizado en la cabeza.
Preparador físico por la mañana. Te sigue doliendo la rodilla, pero es una manera de no quedarte quieto y seguir engordando.
Por la tarde, clase sobre el tono y la voz en el Club Renacimiento. Te encuentras cómodo y te das cuenta de que, conforme hablas, vas elaborando pensamientos sobre la cuestión. Te suele pasar cuando estás frente al cuaderno –escribir como forma de pensamiento–, pero pocas veces cuando hablas. Por eso prefieres el texto al habla. Sin embargo, hoy lo consigues.
Comenzáis a ver 'The Stand', la nueva adaptación de 'Apocalipsis', la novela distópica de Stephen King. Es demasiado repugnante. Tienes pesadillas con el fin del mundo. Lo que te faltaba.
Tutorías por Zoom. Envías 'mails'. Compras café. Haces las fotocopias para el examen de la semana siguiente. Se te va la mañana en un segundo.
Llega la noticia de que ha cerrado la tasca El Palomo. Es una sangría esto. Lo compruebas al caminar por la calle. Persianas cerradas que ya nunca volverán a subir. El paisaje de la desolación. Y la sensación invisible de que ya no se aguanta más, que quedan las fuerzas justas, el ánimo contado.
Compras 'Recursión', la novela de Blake Crouch. Has leído algo en internet y te ha despertado la curiosidad. Cuando abres el libro, se te cae también un poco el mundo: ahí está tu novela de ciencia ficción, la que habías planteado para un tiempo por venir y que tienes medio esbozada en cuadernos. Por supuesto, no es exactamente igual, pero sí el mismo planteamiento, una premisa semejante. Llevas con esa idea en la cabeza desde 2010, elaborándola y dándole vueltas, esperando el momento para poder contarla. Esperabas a terminar esta que escribes para retomarla. Pero ahora ya no sabes si tendrá sentido.
Te da hoy por pensar en las ideas compartidas. En las ideas que al pasar mucho tiempo en la cabeza sin ser llevadas a la práctica acaban moviéndose y resituándose, encontrando el modo de salir, las ideas que llegan a ti porque en realidad están en el aire, como los virus, y que, si no las desarrollas, antes o después, alguien las llevará a cabo. Porque uno nunca piensa solo. Hay una especie de telepatía colectiva –como escribió José Luis Brea–, una multitud interconectada a través de la que circula el conocimiento.
Nota mental: la próxima vez que se te ocurra algo que merezca la pena, no lo dejes para más adelante: escríbelo ya. Alguien lo está pensando también en ese mismo momento.
A media tarde, clase del Club Renacimiento por videoconferencia. Como ayer, hay un momento en el que llegas a una conclusión que te sorprende a través de hilar argumentos mientras hablas. Tienes que parar para escribirla. De nuevo, tomas consciencia de que el pensamiento se genera a través del movimiento de las palabras.
Por la noche, tratáis de ver 'The Stand', pero no hay manera. Ponéis 'Cachitos' y al menos así os alegráis la noche. Los subtítulos de ese programa se han convertido en un género literario.
Sigues leyendo 'Manual de la oscuridad'. La segunda parte del libro parece demasiado poco conectada. Un libro diferente. Has perdido el interés.
Preparador físico por la mañana. Luego, subes al campus de Espinardo. No se presenta nadie al examen. Vuelves a casa y te encierras a escribir uno de los capítulos más tristes de la novela. No sabes si el resto funcionará, pero al menos este capítulo lo hace. Lo intuyes inmediatamente cuando lo escribes. Eso te da fuerzas para seguir.
Por la tarde, acabas el primer capítulo de la cuarta parte. Ahora puedes escribir en cualquier esquina. Sobre todo, anotar, ampliar, mover. Estás en velocidad de crucero y todo parece una carrera de obstáculos. Los vas salvando como puedes.
Visitas al traumatólogo. Mira la resonancia y no alberga dudas: el menisco está roto. Tendrás que operarte. Ya llevas dos operaciones en este diario. Los dos meniscos. Eres de cristal.
Comenzáis a ver 'Gangs of London'. Demasiado violenta. Vuelves a tener pesadillas.
Toda la mañana en casa escribiendo sin levantarte de la silla. Hoy estás contento. Has conseguido avanzar más de lo que te habías propuesto. En la montaña rusa emocional de la novela, estás arriba.
En las redes, en cambio, siempre el mismo odio y la misma obsesión. No es nada nuevo: es la vida. Lo que ocurre es que antes uno no veía ni sabía. Te contaban, te decían..., pero no lo encontrabas escrito delante de tus narices. Sabes que no debes darle importancia, pero no puedes remediarlo. Es incómodo y desagradable. Pero en el fondo siempre es mejor callar. La ley de Twitter: «Don't feed the troll».
Hace ya una semana del programa de Buenafuente y todavía saboreas la experiencia. Se te ha pasado en nada. El tiempo vuela a un ritmo imposible.
Clase en el Club Renacimiento. Se te escapa mostrarles lo que estás escribiendo. Hay quien prefiere mantenerlo todo siempre secreto. A ti te gusta compartir, es casi como una necesidad. Mostrar la inseguridad, la indecisión, el edificio en sus cimientos inciertos.
Episodio de 'Gangs of London'. Violencia gratuita. No es necesario tanto. Acabas exhausto después de cada tiroteo.
Noticias sobre una cepa escapista que parece resistir a la vacuna. Cada vez son más las dificultades. Es la yincana pandémica. Como un videojuego. En cada pantalla aparece un enemigo más difícil de vencer. Y sin fin aparente. Detrás de cada puerta abierta, una nueva puerta cerrada.
Terminas 'Manual de la oscuridad'. Al final se te ha hecho infinita la novela. Y no acaba de cerrarse bien.
Por la tarde descansas de la escritura y ves 'Anatomía de un Dandy', el documental sobre Francisco Umbral. Más allá del personaje público –que nunca acabó de convencerte–, te entran unas ganas tremendas de escribir y de leer algunos de sus libros.
Hoy se ha transformado la idea del escritor. El modelo ya no es el dandy o el 'enfant' terrible y epatante, sino el 'influencer cool' garante de la ética y la corrección política. No sabes cuál te gusta menos.
Por la noche, otro documental: 'El infiltrado'. Un topo que descubre los negocios turbios de Corea del Norte. Solo por el riesgo que corren los protagonistas, ya merece la pena.
Lees los suplementos y escribes algunos párrafos de la novela. Le llevas a tu hermano unos libros y saludas de lejos. Parece primavera en la huerta. Es otro mundo.
Por la tarde, 'gin-tonics' y muffins. Mala combinación.
Veis 'Wonder Woman 1984'. No puede ser peor la película. Ni siquiera como entretenimiento.
Te despiertas con resaca. La boca seca y mareado. Tienes que volver a acostarte después de desayunar.
Lees prácticamente de un tirón 'Diario pinchado', de Mercedes Halfon. Te fascinó 'El trabajo de los ojos' y este librito también parece tener el don de la levedad. La capacidad de decir mucho con unos breves trazos. Es así como te gustaría escribir un próximo proyecto después de esta novela. Y es que te está costando. Estás sacando el libro hacia delante con artesanía, más que con inspiración.
Esta semana la acabas con esa sensación. Has escrito sin que la historia queme. Tal vez sea lo que ocurre con la ficción, que siempre quema menos que la realidad. Al menos la ficción pura. No es cuestión de vida o muerte.
Aun así, consigues acabar la cuarta parte del libro. Casi 150 páginas.
Ahora te adentras en la segunda mitad. Te va a costar algo más. Porque, en esta segunda vuelta, esa es la parte que vas a transformar prácticamente por completo. Lo que escribiste en el primer borrador fue sobre todo un equívoco, los caminos por los que no pasarás. Capítulos, páginas, párrafos y palabras que van directamente a la papelera. Allí quedan las novelas descartadas, los personajes que no encuentran su lugar en la trama, las historias que, como tantas veces sucede en la vida, no puedes llegar a explorar.
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