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Escribes temprano. Dejas esbozada una escena para continuar por la tarde.
Te apuntas a un entrenador personal. Está en la calle de al lado. Es la única forma que encuentras para obligarte a hacer ejercicio. Son demasiados kilos ya. Y se acercan fechas peligrosas.
Llegas a casa con temblor de piernas y brazos e incluso te equivocas al pulsar el ascensor.
Después, te pones lentillas por primera vez. Vas a probar algunos días para evitar que las gafas se te empañen con la mascarilla. La pandemia también te va a cambiar la cara.
Durante unos momentos, Google se cae en medio mundo. Por unos instantes, se desata el pánico. Reuniones, correos, sistemas de navegación... todo se paraliza. Vivimos en un mundo hiperconectado, pero los hilos invisibles de esa conexión son frágiles y pueden irse al traste más fácilmente de lo que imaginamos. La verdadera distopía es el apagón, como relata Don DeLillo en 'El silencio'. Eso sí que lo cambiaría todo.
Por la tarde, la conversación pendiente. Las cosas que no os habéis dicho. Las cosas que ya no os diréis.
Llegas a casa a las once en punto. Duermes mal. Sueñas que caes constantemente y que nunca terminas de tocar el suelo.
Te despiertas con sueño y agujetas en las piernas. Te acuerdas de las sentadillas. Caminas hacia la universidad con el gesto de dolor bajo la mascarilla.
Clase sobre Benjamin. Esperas siempre este momento de la asignatura. Y también lo temes. Eres consciente de que, expliques lo que expliques, siempre será una caricatura de lo que has leído. Es lo mismo que ocurre con el resto de los pensadores sobre cuya obra reflexionas en clase, pero con Benjamin lo notas más. Tratas al menos de señalar lo más relevante y, sobre todo, de generar interés por su pensamiento. Tal vez sea lo único que puede hacer un profesor, señalar caminos.
Por la tarde, clase en el Club Renacimiento. Te cuesta subir los escalones. Habláis sobre los diálogos. Muestras lo que estás haciendo ahora mismo, los diálogos de tu nueva novela, cómo los trabajas. Mientras los comentas y los comparas con los de 'El dolor de los demás', te das cuenta de todo el trabajo que falta por hacer.
Veis un episodio de 'The Mandalorian'. Entretiene.
Escribes dos horas antes de ir al entrenador personal. Cuando llegan las diez, tienes la sensación de haber aprovechado la mañana.
Las agujetas de las piernas te molestan. Así que hoy trabajas los brazos. Intuyes lo que va a venir después.
Acabas cansado y vas a clase aún con dolor. Llevas las lentillas puestas. La sensación es extraña. Estás mareado, pero es liberador. Eso sí, a tu rostro le sientan mejor las gafas. O eso es lo que crees. Disimulan las ojeras y la cara de pan.
Compruebas el correo. El sábado enviaste un artículo que habías acelerado porque urgía y aún no te han contestado. Suele pasar. Esos textos que te hacen pararlo todo y luego no reciben repuesta inmediata.
Noticias contradictorias en la prensa. Apertura, cierre, medio cierre, media apertura... Incertidumbre. Es, sin duda, lo peor. No saber en ningún momento lo que hay que hacer ni lo que vendrá.
Clase en el Club Renacimiento sobre los diálogos. Como siempre, la segunda clase de la semana sale mejor.
Comenzáis a ver 'El desorden que dejas'. De nuevo, te fijas en la estructura. El primer capítulo pinta bien, aunque no sea creíble el ambiente del instituto. Pero hay tensión, un enigma, y unos personajes que tienen desarrollo. También está Bárbara Lennie, que te hipnotiza cada vez que aparece en la pantalla.
Te levantas temprano y logras terminar un capítulo de la novela antes de ir a la universidad. Poco a poco se está convirtiendo en tu nueva rutina. Las horas más productivas: entre las siete y las diez. Aunque no llegues a escribir mucho, esas horas ponen tu cabeza en 'modo novela'. Todo lo que sucede después en el día, se construye sobre ese espacio previo.
Se aprueba la ley de la Eutanasia. Sientes que es un gran avance. No entiendes las reacciones. Nadie te obliga a morir porque exista la ley. Igual que nadie te obliga a casarte con alguien del mismo sexo porque exista el matrimonio homosexual. Es una conquista de libertades. Más allá de la concepción religiosa del cuerpo y la vida.
Por la tarde, sesión de firmas 'online' de 'El don de la siesta'. Es lo más parecido al encuentro en la caseta de la feria del libro. La cercanía con los lectores, la conversación, la dedicatoria... Por un momento, parece que la normalidad regresa. A pesar de la pantalla y la distancia.
Nada más terminar, te acercas al Párraga a ver la exposición de Cristina Mejías que ha comisariado Ana García Alarcón. Te interesa todo lo que ves. La fragilidad, el equilibrio, el uso afectivo de la arqueología, la presencia del pensamiento onírico... Aunque sabes que pasará un tiempo hasta que vuelvas a aceptar escribir sobre arte –o sobre cualquier otra cosa que no sea tu novela–, te entran ganas de escribir sobre lo experiencia y tienes que contenerte.
Entrevista en Radio 3 a las ocho de la mañana. Percibes desde el principio la sintonía con Ángel Carmona y la entrevista fluye incluso más de lo que esperabas.
Escribes el diario con dificultad. Las agujetas en los brazos apenas te dejan mover los dedos. Luego, quedas con Leo y Raúl en Art Nueve y María Ángeles os muestra algunas obras de la colección. Te quedas prendado de un cuadro azul de Aitor Lajarín que ya no se te va en todo el día de la cabeza.
Por la tarde, quisieras quedarte en casa, pero asistes a la gala del CreaMurcia. Has sido jurado y tienes el compromiso. Al final, te alegras de haber ido y contagiarte de la ilusión de los premiados. A pesar de la extrañeza del año y de no poder celebrar nada.
Vuelves a casa, compras un palo catalán y veis terminar 'El desorden que dejas'. Es tramposo el final. Ya no puedes ver nada sin fijarte en las costuras.
Lees los suplementos. Llegan las listas de los mejores libros del año. En realidad, lo importante de las listas son siempre los jurados. Las ves de un modo diferente cuando tienes un libro que puede estar en ellas. Recuerdas el año de 'El dolor de los demás'. Ahora las observas con curiosidad. Este año no hay un 'Ordesa' o un 'Patria'. Pero te alegras de que en muchos casos coincidan con tus elecciones, sobre todo con 'Un amor', la novela de Sara Mesa que disfrutaste este verano y 'Poeta chileno', la novela de Alejandro Zambra que leíste en el confinamiento.
En Los Molinos del Río, asistes al evento que ha organizado el Animal Sound. Don Fluor e Isaac Corrales. Es extraño. Sentados, sin poder bailar, sin poder beber. Un coitus interruptus. Pero eso vale más que nada. 'Petting' musical. Un roce con la ropa puesta. A pesar de todo, pasáis un rato muy agradable. También porque estáis entre amigos y la energía se contagia.
Después coméis en una terraza. De camino, ves tus libros en el escaparte de una librería de segunda mano. Tienes sentimientos encontrados. Verlos ahí es la posibilidad de una segunda vida. Pero es la prueba palpable de que alguien ha querido desprenderse de ellos. Uno no se desprende de los libros que ama. Así que alguien no los ha amado con intensidad. Desde luego, no como tú.
La comida es agradable y ya os quedáis en la terraza hasta la noche. Por fin tienes un rato para charlar tranquilamente con Antonio. Comparáis vuestros pezones. Sincronizáis vuestros 'manwhis'.
Llegas a casa antes del toque de queda y aún tienes tiempo de ver un episodio de 'The Mandalorian'. Es una serie fácil. Demasiado fácil.
Desayunáis viendo '30 monedas'. Esta serie sí que os tiene abducidos.
Llevas a la huerta unos libros a tu hermano. Después visitas a la Julia.
Hoy habría sido el cumpleaños de tu madre. Te lo dice tu cuñada. Tú lo habías olvidado. Cumpliría ochenta y siete. Murió joven. Setenta y cuatro. En tu cabeza siempre tendrá esa edad. Incluso menos. La edad previa al ictus. Sin darte cuenta, ha ido rejuveneciendo en tu memoria.
Por la tarde, contestas 'mails' y vacías la bandeja de entrada. Planificas la semana de escritura. Apenas has avanzado estos días. Cinco páginas en toda la semana. Escribes a ratos. Y se acercan malas fechas. Pretendes terminar la primera parte de la novela durante la Navidad. Tendrás que aprovechar las mañanas.
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