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'Soma'. Javier Pividal
Diario de escritura (LXXIV)

Diario de escritura (LXXIV)

Tiempo por venir ·

Domingo, 13 de diciembre 2020, 09:49

Lunes 30 de noviembre

Mientras desayunas, abres Facebook y, en el grupo 'Fotos antiguas de Alquerías', te encuentras una foto de tus padres. Una imagen de los dos jóvenes que ya conocías y tienes enmarcada desde hace un tiempo. Lees los comentarios. «Qué guapos y qué buenas personas eran». Todos lo repiten: «qué buenas personas». Se te humedecen los ojos. No hay mejor manera de ser recordado. Una buena persona. Quizá es lo único que importa al final.

Tutorías en la universidad por la mañana. Por la tarde, te encierras con la novela. Analizas todas las tramas. Decides eliminar una de ellas. Una conexión con el espiritismo que no acaba de encajar.

La novela funciona hasta la mitad. La presentación de los personajes, el ambiente, el inicio de la historia. Pero hay un momento en el que deja de tener tensión. Y es ahí cuando debes decidir el tipo de novela que quieres hacer.

Hasta ahora, en tus novelas había un descubrimiento, una investigación, algo que había que descubrir. En esta novela no lo hay. Y no sabes si quieres que lo haya. Aunque sin esa tensión la lectura sea más reposada.

Terminas de ver 'The Undoing'. Es muy mala y tramposa. Observas cómo trabajan los trucos, los giros sorprendentes.

Tal vez estás demasiado apegado a la realidad. Cualquier giro que le venga bien a la narración te resulta inverosímil... Te cuesta trabajo soltarte. Necesitas una cura de ficción.

Martes 1 de diciembre

Gafas empañadas toda la mañana. También durante las dos horas de clase. No hay manera de encontrar nada que funcione.

Por la tarde, te encuentras con un amigo y, después, no recuerdas si llevaba o no mascarilla. Comienzas a no verlas en el rostro de la gente, como si fuera algo natural.

Tras la cena, continuas dos horas trabajando en la estructura de la novela. No dormirás tranquilo hasta que no la hagas funcionar. Es como un puzle retorcido. Tienes que pulir las piezas para hacerlas encajar. Solo al final de la noche, parece que comienzan a situarse en su lugar.

Antes de dormirte, empiezas a leer 'Orfeo', la novela de Richard Powers sobre un compositor bioterrorista. Te fijas en la estructura y la combinación de tiempos. Ahora mismo, cualquier lectura te ayuda a escribir.

Miércoles 2 de diciembre

Te despiertas y te sientas a la mesa a continuar con la estructura de la novela. Terminas justo para ir a clase. Habláis de Maradona y la relación entre el ídolo y la persona.

Por la tarde, continúas trabajando. A las siete terminas de definir del todo la estructura. No sabes si funcionará cuando esté todo escrito, pero de momento, el esqueleto se sostiene. Las partes que has tenido que sacrificar no eran sustentantes.

En la barbería te recortas la barba y se te notan aún más las canas. Miras fotos de hace unos pocos años y te sorprende lo blanca que se ha puesto. El tiempo es una locomotora sin freno.

Veis 'The Flight Attendant'. En realidad, te vas fijando en cómo construyen la acción. O eso al menos te dices para que te resulte menos culpable ver series.

Antes de dormir, se te ocurre la frase con la que comenzar al día siguiente. El inicio del primer capítulo de esta versión. Estás tentado a levantarte y comenzar. Pero lo anotas en el móvil. Duermes ansioso por despertarte.

Jueves 3 de diciembre

Hoy comienzas a escribir. Lo haces por la mañana, nada más levantarte. Escribes despacio, sin vértigo y con placer. Será porque conoces hacia dónde va la historia y ya no escribes a ciegas.

No tenías claro si partir de lo que habías escrito o volver a escribir desde cero. En cuanto escribes la primera frase, sabes que es mejor escribir de nuevo. Tal vez puedas aprovechar párrafos, ideas y alguna frase suelta. Pero poco más. El primer manuscrito te ha servido para conocer qué novela querías –y podías– escribir.

Tecleas el primer capítulo. En realidad, es la síntesis de tres capítulos de la primera versión. Comienzas más 'in media res' que antes. Adelantas el inicio todo lo que puedes. Ya caminarás hacia atrás para rellenar huecos de la trama. En el comienzo debe estar todo contenido. Incluso el posible final.

Mil palabras. Podrías continuar, pero decides parar. Quieres disfrutar de lo que escribes. Ahora. Por fin. Y no quieres darte el atracón.

Viernes 4 de diciembre

Por la mañana, conversación con Xavi Vidal en el Instagram de la librería Nollegiu. Luego, esbozas en un cuaderno el segundo capítulo de esta nueva vuelta. Habías pensado escribir directamente a ordenador. Ayer salió bien. Pero hoy te sientes más a gusto en el papel. Eso ocurre cuando no tienes una primera fase definida. Es más tentativo escribir directamente a mano y esbozar el desarrollo.

Continúas hasta mediodía, con todo apagado. Presentas en ese segundo capítulo algo de la rutina de la protagonista. Llega a un punto en el que necesitas pensar cómo continuar.

Te duchas y, mientras te afeitas, aparece la solución. Es la frase para continuar, el enganche entre dos escenas aparentemente separadas. No te da tiempo a anotarla porque llegas tarde al Churra para celebrar el cumpleaños de Raquel. La escribiré a la vuelta, te dices. Pero luego no tienes tiempo porque salís directamente hacia el Rendibú. A pesar del frío y la sed, es una alegría que se puedan seguir haciendo eventos culturales en Murcia. Una heroicidad de José Manuel. Una oportunidad para el reencuentro. Y para hacer ver que la luz al final del túnel sigue encendida.

Al llegar a casa, sentís que la calefacción es el mejor de los regalos. Mientras os coméis la cena francesa que os han regalado, experimentas la nostalgia del pasado. Hoy hubierais quemado la noche. Hasta el amanecer.

Te encierras en el despacho a intentar escribir y tratas de recordar esa frase que servía de enganche entre las dos escenas del capítulo. No lo consigues. Te acuestas frustrado.

Sábado 5 de diciembre

Te levantas temprano e intentas continuar escribiendo. No puedes. La idea se ha esfumado.

Almuerzas con tus hermanos en Alquerías. A la vuelta intentas regresar a la escritura y de nuevo no puedes. No llega la frase. En lugar de sentarte a recorrer la memoria, procrastinas haciendo otras cosas.

Por la tarde, presentación en Zoom de un libro en el que colaboras. 'Cíborgs, zombis y quimeras'. Apenas hablas unos minutos, pero se te va ya toda la tarde. Después, intentas encontrar la idea y sigues sin dar con ella.

Veis 'Borg McEnroe'. Os entretiene la historia.

Antes de acostarte, te metes de nuevo en el despacho. Justo cuando estás por levantarte de la mesa encuentras algo que se parece mucho a la idea que habías perdido. Sabes que no es la misma, pero te sirve para hacer de puente entre las dos secciones del capítulo. La esbozas y lo dejas todo planteado para el día siguiente. Duermes por fin tranquilo.

Domingo 6 de diciembre

Nada más despertar, te sientas al escritorio. Desarrollas el capítulo. Es correcto, pero no acaba de satisfacerte del todo. No se corresponde con la idea que se te escapó. Funciona, pero es diferente a ese puente que se te ocurrió.

Ya no volverás a dejar pasar nada. A lo largo de estos años, has comprobado que los mejores giros, párrafos e ideas han surgido en un instante, de la nada, y que es necesario atraparlos al vuelo.

Esta semana has cometido un error de principiante. Dejar escapar una idea. No sería tan buena, te consuelas pensando. Es lo que dice J. K. Rowling: si una idea es buena regresará. Si se ha ido así tan rápido, no será esencial. Pero el caso es que ahora esa idea está en tu texto como algo ausente, como un vacío. Nadie lo notará, por supuesto, como ocurre con todo aquello que has cortado. Pero ese hueco invisible te espolea.

Es extraño este estado de ánimo de la escritura. Euforia al llegar a algunos lugares. Desencanto cada dos frases. Una montaña rusa de emociones. Durante unos minutos te crees Paul Auster, y, al rato, sientes que nada de lo escrito tiene sentido y quisieras desistir.

Escribir es aguantar la tentación constante del abandono. Perseverar a pesar de todo.

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