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Diario de escritura (XXX)
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Desde bien temprano, preparas una conferencia para el curso sobre arte y literatura que organizan en la Facultad de Bellas Artes. Adaptas varios textos previos. Cortas y pegas, apenas escribes nada nuevo. Tienes la impresión de estar repitiéndote y siempre volver a las mismas cosas.
A finales de la mañana, llevas el coche al garaje y te acercas a Espinardo a encontrarte con Mieke Bal, que inaugura esta semana una exposición en la universidad. Has llegado a normalizar el hecho de encontrártela en Murcia.
Por la tarde, entrevista sobre tu 'pulsión de escritura' en el Casino. Consuelo hace un repaso por todo lo que has escrito, prácticamente desde tus primeros cuentos. Aunque te cuesta entrar -demasiadas cosas en tu cabeza al mismo tiempo-, rápidamente te pones en situación. Agradeces no volver a hablar solo de 'El dolor de los demás'.
Tras el acto, te quedas un rato conversando con María. Entre otras cosas, te pregunta si ya no te pones nervioso en las charlas. Le respondes que cada vez menos y que eso te preocupa. Es lo que te ha ocurrido hoy. Te has sentado frente al público con excesiva normalidad, sin cortar con el flujo de pensamientos del día, y has tenido que forzar la sensación de excepción para lograr meterte en el papel. Necesitas ponerte nervioso antes de hablar para que todo se active. La inquietud. La punzada en el estómago. La excitación paradójica. Como un enamoramiento.
Tutorías en la universidad. A las doce, conferencia en el ciclo que ha organizado Jesús Segura. Sientes que lo que dices llega a su destino.
Al terminar, te enteras del acuerdo de gobierno. El abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Demasiado escenificado. Y, sobre todo, demasiado tarde. Para tan poco viaje no hacían falta tantas alforjas.
Clase sobre la teoría del sujeto de Lacan. Terminas cansado y sales corriendo en coche hacia Albacete. Llegas justo para coger el tren.
Albacete-Sevilla-Cádiz. Más de diez horas entre una cosa y otra. Al menos, podrás leer, trabajar y ver series. O eso creías. Porque, en un momento de descanso del texto que revisas en el ordenador, el compañero de asiento inicia una conversación casual. Después, se va contigo a la cafetería y continúa durante todo el viaje. También va a Cádiz. Es simpático y no te desagrada la charla, pero prefieres el silencio. A ciertas personas les encanta viajar para conocer gente. A ti te gusta sumergirte en tus pensamientos. El viaje es también un viaje interior.
A riesgo de ser descortés, te pones los auriculares y comienzas a leer 'Terra Alta', el libro con el que Javier Cercas ha ganado el Planeta. Te escapas hacia la literatura y no levantas la vista hasta que el tren se detiene.
Llegas a Cádiz a media noche. Has tardado lo mismo que si hubieras viajado a Ciudad de México. En las noticias ves las manifestaciones de los CDR en la frontera con Francia. Te parece una revolución elitista e insolidaria.
Ves un episodio de 'Fleabag' antes de dormirte tranquilo en el hotel.
Escribes el diario en la habitación y después sales a pasear por Cádiz. Hace frío y llueve. El viento se te mete en la piel y sientes un pinchazo en la garganta. Te resguardas en un café y contestas mails pendientes.
A medio día comes con Salvador y Daniel. La compañía y las tortillitas de camarones ya merecen el viaje. Te da tiempo a una pequeña siesta. Te levantas con dolor de garganta y la nariz taponada.
En la charla hay poquita gente, pero mantienes la tensión y sales airoso.
Tomáis unos manzanillas con embutido y jamón y te vas temprano a la habitación. Compras dos Panteras Rosas y te los comes mientras ves tres episodios 'Fleabag'.
A las siete despiertas acatarrado y tomas el tren hacia Madrid. No hay farmacias abiertas. Al llegar compras Frenadol y pañuelos de papel.
En Madrid, comes con Leo y Fernando. Sus guiones son pura literatura. Sabe leer y contar historias como pocos. Pero sobre todo es una persona excepcional. Ha sido todo un descubrimiento.
Coméis con jereces y salís contentos del restaurante. En el Hotel de las Letras, pedís unos Old Fashioned y continuáis la conversación. Tú tienes que bebértelo casi de un trago y subir a la habitación a cambiarte para la charla en el Círculo de Bellas Artes. Leo dice que ahora te ve, en un rato.
Te duchas y te lavas los dientes para disimular la ebriedad. Esperas que nadie lo note, sobre todo quienes te acompañan en la mesa redonda, Laura Barrachina, Adolfo García Ortega y David Toscana.
Estás milagrosamente lúcido. Mucho más de lo que esperabas. Te creces y hablas con naturalidad. Y en todo momento no dejas de pensar dónde estás. Has escuchado tantas conferencias en ese espacio como público, has visto allí a tantos escritores que admiras... Flotas de felicidad. Es la mezcla del alcohol con la emoción.
Al salir, te encuentras con Sergio, Ella, Cristina, Margarita y más amigos. A las diez, recibes un mensaje de Leo y dice que ya viene, que va a cambiarse y baja a la fiesta del hotel. Cuando subes a la habitación para coger más clínex, te lo encuentras durmiendo. Intentas despertarlo, pero no hay manera. Respira fuerte, pero parece que está vivo.
En la fiesta hay poca gente, pero encuentras un grupo agradable. Paula, Manuel, Antonio y Nuria. Cierran enseguida. No dan de comer y Paula se muere de hambre. Subes a la habitación a por frutos secos del minibar e intentas despertar a Leo una vez más. Chacho, dices mientras lo zarandeas, baja que está Jabois y nos vamos al Cock. No hay respuesta.
En el Cock continuáis hasta que os echan. Hablas con Esther, con Nere y con Sol. Sigues pletórico. Resfriado pero contento. Casi te sientes en casa.
Regresas a la habitación tarde. Leo sigue durmiendo.
Resaca grande. Pero no tanto como esperabas. Estás peor del resfriado que de la resaca.
Cuando le cuentas a Leo, se queda un momento callado. Me cago en todo, dice. Madrid me debe una fiesta.
Por la tarde, en el Círculo, continúan las conferencias. En la charla de Sergio del Molino con Javier Cercas tienes la sensación de que algo importante está sucediendo. Cercas habla de su literatura, pero también de la necesidad de tomar postura, de no mantenerse al margen. El público aplaude y a ti se te eriza la nuca y no puedes evitar las lágrimas. Es una especie de catarsis colectiva. Se lo dices a Cercas mientras lo abrazas emocionado al terminar.
Una emoción semejante sientes al final del recital poético de Hasier Larretxea. Mientras él recita, sus padres sierran y cortan madera con hacha. Es el reencuentro de dos mundos. El origen que llama, la relación con lo que fuimos y lo que seguimos siendo, la conexión de dos universos.
Acaba el festival y volvéis todos al Cock. Algunos hablan y a otros no se les entiende. Tú sigues cansado y con el resfriado cada vez peor. Pero la felicidad es tal que todo desaparece. Es la literatura, sí. Pero sobre todo son los amigos.
Cuando te despiertas, sientes que el día se va a hacer eterno. Compras unos libros en La Central y entras con Leo en Five Guys, donde sirven las hamburguesas favoritas de Obama. Están buenas, sí, pero el barullo y la incomodidad no se pueden aguantar.
En el tren de vuelta, regresan también las ganas de escribir. Ocurre siempre igual. Y es una paradoja. Se escribe escribiendo, encerrado en casa. No hay otra manera. Pero es cierto que hablar de literatura y estar con escritores te acrecienta la pasión. Al llegar a casa, no puedes evitar abrir el cuaderno y esbozar algunas ideas. La novela por venir viene también a través de estos impulsos. A pequeños fogonazos. Aún no es un incendio, es cierto. Pero con el tiempo esta madera tal vez acabe prendiendo.
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