Borrar
'Transmutaciones' Ramón González
Diario de escritura (XIV)

Diario de escritura (XIV)

Tiempo por venir ·

Domingo, 4 de agosto 2019

Lunes 22 de julio

Te despiertas con la noticia terrible. Ha muerto el hijo de un amigo escritor. Lo ha vuelto a azotar la tragedia. Por un momento tratas de ponerte en su cabeza y te das cuenta de que es imposible hacerlo. Ningún dolor es comparable al de la pérdida de un hijo. Tú, afortunadamente, no lo has vivido. Pero intuyes que nada debe de doler más que ver morir a quien has dado la vida.

Durante todo el día no puedes dejar de pensar en eso. En el sinsentido, en que la vida se hace trizas en un instante y entonces de nada sirve todo lo demás.

Aunque no logras concentrarte, lees por la tarde a Georges Didi-Huberman para el texto sobre Hamilton. 'Remontajes del tiempo padecido'. ¿Cómo hacer que las imágenes vuelvan a significar algo para nosotros, las imágenes, como las del Holocausto, que tantas veces se han mostrado y ya han perdido su fuerza? Según el historiador francés, la clave está en el contexto, en volverlas a montar y hacer emerger su detalle, su singularidad. Las abstracciones eliminan la potencia de la imagen. Solo empatizamos con el dolor de los demás cuando lo que vemos es concreto. No millones de muertos. Sino uno detrás de otro, con nombres y apellidos, con historias que podrían haber sido también la nuestra.

Martes 23 de julio

Terminas de leer el ensayo de Didi-Huberman temprano y acudes al tanatorio. Has pensado mucho si ir. En estos casos terribles no sabes si es mejor quedarse al margen y no interrumpir el dolor íntimo. Pero al llegar compruebas algo que intuías: en ese momento uno necesita estar acompañado. Lo recuerdas perfectamente de la muerte de tus padres. Nadie sobra. Y estar ahí, de algún modo, es también afirmar la vida, lo que continúa, lo que permanece, a lo que nos debemos aferrar para no hundirnos: la familia, los amigos, la gente te quiere y aprecia, los que están ahí para decirte que comparten tu dolor, ese dolor propio e intransferible que, aunque es cierto que nadie te lo va a quitar, al menos en ese momento está atemperado. Luego llegará la soledad. Y será necesaria. Pero eso será más tarde. En el momento traumático, los otros nos reconfortan.

En el tanatorio intentas contener las lágrimas. Faltan las palabras. No hay nada que se pueda decir. Solo estar ahí. Abrazar, tocar, mirar.

Sales de allí atravesado por la tristeza. Esa es la palabra. Tristeza. Inmensa. Inconmensurable. Tristeza y ausencia de palabras. Hoy, en todos los rincones.

Miércoles 24 de julio

Por la mañana, en Cartagena, taller de escritura con Gonçalo Tavares. Desde que leíste 'Jerusalén' es uno de tus escritores predilectos. Siempre habías fantaseado con conocerlo y al fin ha llegado la oportunidad. Te sientas junto a Diego y José Manuel y las tres horas y media del taller pasan volando. Compruebas que es exactamente como habías imaginado: preciso, reflexivo, serio, profundo, inteligente. Después, en la comida, añades: afable y cariñoso. Le regalas tu libro y te firma 'El reino'. Regresas a Murcia con la sonrisa en los labios. Todo un privilegio. Un oasis en medio del desmoronamiento.

Llegas justo para visitar tres pisos en Murcia. Ninguno os convence del todo, pero hay uno que os podría encajar.

Por la noche, lees 'Melancolía de izquierda', de Enzo Traverso. Es un libro brillante, como todo lo que escribe Traverso, uno de los intelectuales que más admiras. Lo conociste en Cornell y también fue un privilegio compartir charlas y comidas. Este libro es una cartografía de las utopías fracasadas y también un termómetro del presente, un tiempo en el que ya es difícil imaginar que el futuro será que mejor que el mundo en el que vivimos. ¿Cómo creer en la revolución cuando tantas han fracasado? Se trataría, dice Traverso, de volver a dar sentido al término, volver a creer y a llenar de posibilidad las ideas de cambio y transformación. Y para eso, paradójicamente, es necesario mirar hacia atrás. De nuevo, aquí, Benjamin o Bloch: esperanza en el pasado, en los sueños no cumplidos.

Jueves 25 de julio

Últimas tutorías en la universidad. Coges algunos libros del despacho y te despides hasta septiembre.

Las izquierdas -para variar- no se ponen de acuerdo. Vergonzosa sesión de investidura. El «es más lo que nos une que lo que nos separa» no parece funcionar aquí. Ya comienza a cansar todo. Miras de reojo a Portugal y tienes algo de envidia.

Decides que ha llegado el momento de dejar las redes sociales por un tiempo. Twitter, Facebook e Instagram. Te despides y desinstalas las aplicaciones. El mundo, no obstante, sigue su curso.

Por la tarde dos parejas visitan vuestro piso. Hace una semana que salió a la venta.

Sigues viendo 'El cuento de la criada'. Todo demasiado intenso. Los mismos recursos -primeros planos, cámara lenta, momentos preciosistas- una y otra vez.

Antes de acostarte, en el iPad, tu nueva rutina: Idealista y Fotocasa. Te has dejado las redes, pero has encontrado una nueva adicción. Conoces ya de memoria todas las casas de Murcia que podrían interesarte.

Viernes 26 de julio

Esbozas el texto sobre Patrick Hamilton. Querías haberlo terminado antes de irte al balneario para ponerte a la vuelta con la novela. Esta mañana intuyes que eso va a ser imposible y tienes que dejarlo a medio.

A finales de la tarde, recibes la llamada de la inmobiliaria: la pareja que visitó ayer el piso quiere comprarlo. Esta misma tarde vienen a casa y firmáis el contrato de arras. Te caen bien y te entusiasma su entusiasmo. Es la misma ilusión con la que quince años atrás os vinisteis aquí a vivir.

Tras la firma, abrazas a Raquel y os sentáis en el sofá sin saber muy bien qué decir. De repente, todo se acelera. No podías imaginar que todo esto fuera tan rápido. Llegan entonces el vértigo e incredulidad. Más adelante vendrá la ilusión, pero en este momento lo que sentís es una especie de nostalgia anticipada. Vuestra casa ya no es vuestra.

Pasáis toda la noche en Idealista. Te acuestas con esa obsesión y no te puedes dormir. Pisos, hipotecas, plazos. No sabes cuánto va a durar esto. Lo sientes también por tu novela. Ahora mismo no hay más espacio en tu cabeza.

Sábado 27 de julio

Almuerzo en El Yeguas con tus hermanos. Llevabas varios meses sin ir. Comentas que has vendido el piso y brindáis por el futuro. Aunque para ellos no tenga sentido irse a vivir a Murcia. El pueblo ya estaba lejos de la huerta. La capital es otro mundo.

Por la tarde, preparas los libros para la semana en el balneario. Te llevas novelas para varios meses. Es uno de los momentos más ilusionantes del verano. Y, sin embargo, estás inquieto. Nervioso. Extraño. Fuera de ti. Al fondo, todo se transforma, se replantea, se desvanece. Escribes hasta la madrugada en tu cuaderno privado para intentar dar sentido a lo que está ocurriendo. Te urge encontrar las palabras, aunque luego no sepas pronunciarlas.

Domingo 28 de julio

Salís temprano hacia Alhama de Aragón. El mismo balneario de todos los veranos. Necesitas la desconexión. El agua, los días de no hacer nada, la lectura frente al lago. El móvil apagado. El mundo puesto a distancia. Esta vez lo vas a intentar. Es solo una semana. Pero si la aprovechas vale para todo el año.

A lo lejos, la incertidumbre. Te pones el albornoz. Por la tarde vas a nadar.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Diario de escritura (XIV)