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Te levantas temprano y comienzas la novela. Por fin. Durante toda la mañana, ensayas tonos y puntos de vista. Es, sin duda, lo más difícil. Tienes la historia. Esquemas y mapas. Una fotógrafa en crisis que recibe el extraño encargo de realizar el retrato de un difunto. Hoy, en pleno siglo XXI. A partir de esa premisa has esbozado los personajes, los escenarios, los conflictos y el posible desarrollo del relato. El esqueleto de la historia. Tienes en la cabeza el principio, los puntos de giro e incluso el final. Sobre todo, el final. Un final aproximado. Pero te falta lo más importante. Quién cuenta, desde dónde y cómo lo cuenta. La voz, el tono, la perspectiva. El narrador. Pruebas una tercera persona, pero no acaba de funcionar. Tampoco una primera. No sabes entrar en la mente de la fotógrafa. Prefieres que sea un personaje cerrado.
Pasas horas y horas dándole vueltas y al final acabas llegando a una conclusión: necesitas un narrador testigo. Es el que mejor sabes manejar. Alguien que cuenta la historia que presencia o la historia que le han contado. Quizá el director del archivo fotográfico. O, mejor, un estudiante de prácticas. Regresas a los esquemas y comienzas a reestructurar. Con ese narrador, sin embargo, la historia tal y como la tienes planteada se colapsa en varios puntos. Es un problema matemático. Hoy no lo podrás resolver.
Con la inquietud de lo irresuelto, acudes al ambulatorio y el médico te renueva el vendaje. La rodilla está bien. Intenta no andar y descansa, dice. Le haces caso. Si por descansar se entiende leer y escribir como un poseso.
Regresas a casa y te vuelves a encerrar. Intentas leer buscando una solución. Tras más de cien páginas de la última novela de Muñoz Molina, decides dejarla para otro momento. Sacas, no obstante, varias ideas para el tono de lo que quieres escribir. La voz bien construida, el punto de vista reflexivo y nostálgico... Ahí ves al gran escritor, aunque la novela no te llegue a entusiasmar.
Cuando estás escribiendo, lees de un modo diferente. Un carpintero que se fija en las juntas de la madera y en el modo de ocultar los tornillos, más que en la belleza del mueble. Lecturas de inspección.
Te levantas cansado porque toda la noche has tenido la novela en la cabeza. Llevas la baja a la universidad. Recoges unos exámenes y los corriges en casa. Intentas ver la televisión y escuchar la radio. No hay acuerdo de gobierno en Murcia. Y todo está en segundo plano. Incluso tus dificultades para andar. Lo único que te obsesiona es encontrar el tono de la historia. Te acuestas tarde y no duermes bien.
Por la mañana te sientas frente al cuaderno de apuntes. Antes incluso de desayunar. Comienzas a escribir y, de repente, sientes que el tono está ahí. No quieres soltarlo y continúas a través de saltos prácticamente hasta lo que podría ser el final de la novela, pasando por los posibles lugares de bloqueo. Son una serie de líneas y trazos. Más parecido a un dibujo que a una narración. Es el cardiograma de la historia. La vibración de la voz. Y te sirve para intuir que con ese tono tal vez puedas salvar los obstáculos. Por supuesto, eres consciente de que ese futuro tal vez nunca lo alcances y la escritura te llevará hacia otros lugares. Pero ahora necesitas saber que, si logras llegar ahí, podrás solventarlo.
Compras dos libros más sobre Fotografía Post-mortem y los sumas a los que ya tienes. Están entro lo bello y lo macabro. Los hojeas y se te encoje el alma.
Por la noche, ves el primer episodio de la segunda temporada de 'Dark'. Te cuesta trabajo entender lo que sucede. Raquel tampoco recuerda la primera temporada. Tenéis que buscar en internet resúmenes y mapas de personajes. Acabáis extenuados.
Repasas los esbozos que escribiste ayer y sientes que el tono funciona. Ha llegado el momento, piensas. Y abres al fin el cuaderno Midori que tenías reservado para la ocasión. Pones el título en la primera página y comienzas a escribir. Despacio, sin prisa. Cinco páginas. Ya funciona; comienza a moverse. Y en ese preciso momento, como siempre te sucede, en lugar de continuar, te frenas. Como si necesitases ahora detenerte para tomar fuerzas para el impulso. Ahora que ya sabes lo que tienes que hacer, prefieres la demora.
Empiezas a leer 'El pintor de batallas'. Hace bastante tiempo que no lees nada de Pérez Reverte. No es uno de tus autores de cabecera. Pero este libro te sorprende. La reflexión sobre la fotografía de guerra te recuerda a Susan Sontag, y también a 'Medusa', el mejor libro de Menéndez Salmón. Gozas con la lectura. Tanto, que ya no escribes en todo el día.
Por la noche, con las muletas y cojeando, te acercas a la cena de fin de curso del Club Renacimiento y disfrutas con los alumnos del taller de escritura. Quisieras seguir la noche, pero la rodilla no te deja. Vuelves a casa antes de la cuenta.
Hoy no escribes. Trabajas toda la mañana en la reedición de 'Demasiado tarde para volver'. Lo va a publicar una editorial chilena y has decidido añadir algunos cuentos más y revisarlo todo. El libro tiene diez años, pero algunos microrrelatos aún no te disgustan.
Por la tarde, acabas de leer 'El pintor de batallas' y compartes por las redes tu entusiasmo. Un escritor de tu generación te contesta de modo agresivo, ridiculiza tus gustos, te afea la conducta y carga contra ti. ¿Cómo se te ocurre alabar un libro de Pérez Reverte? ¿Qué intención oculta hay en tu tuit?
Te has salido de la doxa cultureta. Hay cosas que no pueden ser dichas, libros que no pueden gustarte porque no procede. Los puristas están al acecho y con el hacha levantada. Tienes que dejar de mirar Twitter para no encenderte. No aguantas la superioridad moral, la mala baba y el resentimiento. Y la tontería, claro. Sobre todo, la tontería.
Todavía encabronado por el rifirrafe tuitero, hoy no te concentras. Lees los suplementos culturales y disfrutas con una entrevista a Knausgård. Aunque sólo has leído dos de los seis volúmenes de 'Mi lucha', te interesa muchísimo la propuesta del escritor noruego, especialmente su mirada a la cotidianidad, su análisis minucioso de la rutina y su modo de enlazar conceptos filosóficos con eventos aparentemente banales. Ha creado un estilo, eso es innegable. Y también un personaje. Un rostro de portada. ¡Qué atractivo es Karl Ove!
Casi del tirón, ves los últimos cinco episodios de 'Dark' y disfrutas como un crío. Por la noche, sueñas con una invasión extraterrestre y, en el mismo sueño, comienzas a escribir una novela de ciencia ficción.
Te cuesta trabajo quitarte de la cabeza el sueño. Una novela de ciencia ficción. La novela que trataste de esbozar el año pasado pero que decidiste al final no escribir.
Abres un cuaderno y empiezas a hacer esquemas. A lo largo del día te vas creciendo y a media tarde ya estás convencido y exaltado. Lo que has trazado puede funcionar. Vas a probarte esta semana. Precisamente ahora que has encontrado el tono para la novela sobre la fotografía postmortem. Pero no pierdes nada. No tienes prisa alguna. Sólo quieres una cosa: disfrutar de la escritura. Y esta tarde lo has pasado en grande. Las historias llegan cuando uno menos se lo espera. Y cuando dicen de salir, ya no hay forma de frenarlas.
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