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Acaba 'Juego de Tronos'. Te levantas a las tres de la mañana para verlo y, luego, con la excitación, ya no te puedes dormir. El final no te desagrada. Pero tampoco te emociona. Es correcto. El más lógico de todos los finales posibles. Sin embargo, nadie está contento. Tal vez porque cuando una serie acaba, algo muere. De semana a semana, mientras la serie continúa, la vida se proyecta. Esperamos el próximo capítulo y, de algún modo, eso nos protege de la muerte. Pero todo está destinado a terminar. Y cuando eso sucede, llega el abismo. Afortunadamente, si la historia es buena, el final no tiene por qué arruinar nada. Uno disfruta del camino. Y eso ya es suficiente. El viaje; no el destino. Además, como en un libro, siempre es posible regresar. Una y otra vez. Es la diferencia con la vida real. Que acaba para siempre y ya no es posible vivirla de nuevo.
Por la tarde, conferencia de Javier Moscoso en el Cendeac. Una historia cultural del columpio. A través de las tecnologías del balanceo, traza una historia de la emancipación femenina. El columpio y su relación con el sexo y la libertad de la mujer. Te interesa ese tipo de historia que se centra en algo concreto y, a priori, anecdótico, para acabar planteando una interpretación general del mundo. Moscoso es un sabio.
Mañana de reuniones en la universidad. No logras escribir una palabra en el despacho. Nunca has podido hacerlo y estás decidido a cambiar ese hábito. Trabajas mejor en casa, en pijama, sin distracciones. Pero recuerdas con cariño las sesiones de trabajo productivas en tus estancias en Estados Unidos. Todo el día escribiendo en la universidad y desconexión total al llegar a casa. Algo así quisieras recuperar. Ámbitos de trabajo delimitados. La docencia y la investigación en el despacho. La literatura en casa. El ocio… para otra vida.
A las siete, debate en Libros Traperos sobre literatura y política. Has preparado algunas ideas, pero no estás demasiado lúcido. Llevas así ya varias semanas. En cualquier caso, te intentas hacer entender. Defiendes tu sentido del arte y la literatura comprometidos. No un arte temático, ni panfletario. Literatura política frente a literatura 'sobre' la política. El compromiso del escritor está en primer lugar con el texto que escribe. El qué y el cómo van de la mano. Intentar transformar el mundo comienza por intentar transformar el lenguaje -el género, la forma… todo lo heredado-. Acabas abogando por una especie de 'realismo crítico', casi en el sentido de Lukács, a quien ya casi nadie cita. Ni esteticismo onanista, ni literatura panfletaria. Buena literatura en lugar de literatura buenista.
Temprano, escribes el diario. Miércoles de memoria, una vez más. A media mañana, la noticia: Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias. Te alegras como si te lo hubieran dado a ti. Llevas unos años encandilado por los libros de Hustvedt. La descubriste tarde. Durante un tiempo, lo confiesas, para ti fue la mujer de Paul Auster, otro escritor al que admiras. Pero con el tiempo has descubierto que ella es incluso mejor que él. Más inteligente y sofisticada. Es el modelo de escritora a quien quisieras parecerte. 'Todo cuanto amé' y 'Elegía para un americano' son las novelas que te habría gustado escribir. Sueñas con la posibilidad de conocerla algún día. A ella y también a Auster. Piensas, tal vez ingenuamente, que tendríais mucho de lo que hablar.
En el Cendeac, conferencia de Alberto Ruiz de Samaniego sobre la cabaña y la pulsión de aislamiento del sujeto moderno. Cita pasajes de diarios de Kafka, Handke y de Thoreau. Escritores solitarios que escriben para encontrarse a sí mismos, creando un límite con los demás. Tu diario, en cambio, está poblado por los otros. Escribes en comunidad. Rodeado de la gente. Intentas convertir tus páginas en lugares de encuentro.
Muere José Cantabella. La noticia te aflige. Él te hizo la primera entrevista en la radio y escribió la primera crítica en 'El Faro' cuando apareció 'Infraleve'. Fue el primero que se tomó en serio lo que escribías. Después, siempre te trató con cariño y simpatía. Lees en internet las reacciones de los que lo conocieron más de cerca y te conmueve el cariño de los amigos. Era una buena persona. Es lo mejor que se puede decir de alguien.
Pasas el día con una sensación extraña, como si el tiempo de repente se hubiera acelerado. Es lo que sucede cuando muere alguien al que le quedaba aún mucho por vivir, que todo se reposiciona, aunque sea por un momento. El futuro se achata. Y todo se convierte en presente.
Comes con Mar y os ponéis al día. Por la noche, ves el final de 'Monteperdido' y te deja frío.
Recibes el 'mail' con las imágenes de Sylvia Molina para ilustrar las próximas entradas del diario. Te interesan sus paisajes interiores y su trabajo sobre los trazos de la memoria. Es también un modo de dar forma al tiempo que se escapa.
Pasas el viernes en casa, intentando escribir un relato sobre el Real Murcia al que te has comprometido. Después de darle varias vueltas, decides que no puedes escribir otra cosa que no sean tus recuerdos. La no-ficción se ha llevado por delante la capacidad de fabular. O tal vez sea que hay historias que solo pueden ser contadas desde el yo. La del Murcia es una de ellas.
Os quedáis en casa esta noche. Pedís unas pizzas y veis 'Glass', la última película de M. Night Shyamalan. Un horror. La peor cosa que has visto en tiempo. Antes de dormir, te refugias en la nueva novela de Siri Hustvedt. El título ya te ha ganado: 'Recuerdos del futuro'. Es una idea que siempre te ha atraído: los futuros del pasado, el mundo imaginado por venir, que nunca coincide del todo con el mundo que acaba llegando.
Escribes toda la mañana, pero te sientes apagado. Después de la siesta no remontas y decides ir a la piscina. El agua te hace renacer y sales de allí renovado. Cenas con Raquel en el mexicano y ves al Barça perder mientras te tomas un helado en Sirvent. Sueñas que vuelas y la gente no se percata de nada.
Votas temprano y tienes el día por delante. En un blog lees alusiones veladas a tu 'Aquí y ahora'. Un escrito lo tacha de banal y lo desprecia. En otro lugar, alguien habla de entusiasmo desmedido. Piensas que es más fácil tolerar la tristeza que la alegría. La miseria de los demás es adictiva. Lo que tú escribes es demasiado feliz. Demasiado vitalista. Tal vez algo de drama lo haría más atractivo. También sabes bastante de eso. Pero ahora prefieres dejarlo de lado. Ya has tenido bastante estos últimos años. Y siempre amenaza con volver. No es necesario convocarlo.
A mediodía, comes con Yolanda, Paula y Marta en el Morata y comentáis la jornada electoral. Ninguna de vuestras previsiones acaba cumpliéndose. Nadie gana y todos pierden. Te acuestas con incertidumbre y dolor de cabeza. Intentas leer, pero ya es demasiado tarde. Mañana, Dios dirá.
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