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¿Felicidad y sexualidad van siempre de la mano? Esta es la pregunta que propone Valérie Tasso, sexóloga, escritora, nacida en 1969, conversadora apasionada, apasionado ... ser vivo, único, racional. Pies en la tierra y el gozo en dosis generosas, pero que no esclavice jamás. Conviene no dejar pasar torpemente ninguno de esos días azules, cálidos y bellos a los que cantó Emily Dickinson. Mañana, a las 21.00 horas, en el Mirador de Bahía (Mazarrón), participa en el ciclo 'Amor y felicidad', que coordina y presenta Lola Gracia.
–¿Qué no es conveniente?
–Hoy se apela constantemente a las emociones, sobre todo en las redes sociales, y se está perdiendo el razonamiento. Y las emociones no están mal, pero no deben dominarnos de la mañana a la noche. Tampoco es conveniente caer en la trampa de querer ser felices a toda costa, ni dejarse llevar por ese positivismo ingenuo, infantil, que caracteriza a los 'coaches' y a quienes quieren vender sus libros de autoayuda. Se aprovechan de la enorme falta de sentido en nuestras vidas para vendernos humo.
–¿Qué tipo de humo?
–La euforia. La felicidad es un concepto muy sobrevalorado, porque nadie es feliz todo el día, pero lo que sí podemos hacer es generar seres eufóricos: personas que se llegan a creer que se sienten felices cuando realizan algunos deseos. Una sensación que dura nada, y que está relacionada con las pulsiones del niño que desea, de modo caprichoso, constantemente. Hay un protagonismo excesivo del 'yo': autoestima, autoayuda, autoemprendimiento...
–¿Y sexualmente?
–Se ha llegado a una hipersexualización de la sociedad que no es nada beneficiosa; convivimos con un imperativo de gozo, con esa falsa idea de que la felicidad se logra gozando veinticuatro horas al día, sea como sea, al precio que sea... Y así no se está en paz nunca. Lo que genera esta falsa idea son seres que se frustran permanentemente, que se sienten desgraciados porque ese objetivo es, además, imposible de satisfacer.
–¿Entonces?
–Fíjese: si a ese contexto de hipersexualización que nos rodea socialmente, le añadimos el imperativo de felicidad del que estamos hablando, ya tenemos una perfecta bomba de relojería. Y todo ello, encaminado a que seamos consumidores exacerbados, y confundidos, de ese falso buen rollo que tiene al sexo como otro bien de consumo más. Cada vez más infantilizados, cada vez menos maduros y felices.
–Pues usted dirá.
–Lo primero, dejemos de ver el sexo como un bien de consumo. El sexo necesita algo de misterio. Cuando te dicen que el sexo es natural, eso es mentira, no lo es. Es natural en los pulpos, pero en los humanos, que claro que somos seres biológicos, es tremendamente cultural. Intentar banalizar la sexualidad, la propia o la del otro, es un grave error. Para mí el sexo es un valor, pero no deja de ser un valor problemático, que tiene que poseer algo de sagrado. Si se banaliza, como hacemos hoy, llegará un momento en el que dejaremos de disfrutar, se perderá el morbo. No soy partidaria de la represión, por supuesto, pero sí de volver a dar cierta solemnidad al sexo. Como decía Georges Bataille, sería bueno volver a generar cierta transgresión alrededor del sexo. No todo puede ser absolutamente transparente; qué quiere que le diga, a mí una persona totalmente transparente no me interesa. Es muy interesante ese ir descubriendo poco a poco.
–¿Desvincula el sexo del amor?
–¿Por qué no? ¡Claro que sí! Se nos ha vendido durante muchos años ese topicazo de que el sexo con amor es mucho mejor; eso depende de cada uno, a veces sin amor lo es muchísimo mejor. Por un lado queremos follar con todo el mundo sin ningún tipo de compromiso, porque el compromiso se está perdiendo, y por otro mantenemos vivos los tópicos. ¿En qué quedamos?
–¿Qué le molesta?
–Ahora, por ejemplo, me tienen frita con lo de la rutina. Se están vendiendo un montón de prácticas sexuales que parece que es obligatorio probar a toda costa. Te dicen que hay que romper con la rutina, cuando lo cierto es que es necesario un mínimo de rutina y tener referentes. Pero como el sexo es un bien de consumo, nos venden que hay que cambiar como sea nuestra rutina sexual, lo cual es una estupidez porque ahora conozco a gente que ha convertido en otra rutina más el buscar cosas nuevas en el sexo.
–¿Usted qué no hace?
–No doy consejitos. Cuando me los piden, digo '¡olvídate de mí!'. Un 'coach' sí te da consejitos y recetitas. Si yo tuviera recetas, debería empezar por sospechar de mí, porque tener recetas implica asumir seres humanos homogeneizados, cuando cada uno de nosotros somos únicos, diferentes.
–¿Cómo afectará la pandemia a la afectividad y al sexo?
–Siempre he pensado que ganará el sentido común. Si tenemos dos dedos de frente, sabemos lo que tenemos que hacer y lo que no. En cuanto a la Covid-19, me da mucho miedo una cosa: que sea una gran excusa para que algunos modelos puritanos impongan sus fines de abstinencia. Ya sabemos que cada cierto tiempo llega una ola de puritanismo de Estados Unidos, y que esa ola nos salpica a los europeos. Me asustan los extremos. Por una parte, la Covid-19 podría ser una fabulosa excusa para demonizar el sexo por parte de estos radicales puritanos; y, por otra, me da pavor lo contrario, el que se diga vivamos el momento, follemos porque no hay un mañana. No se trata de tenerle miedo al virus, sino de tenerle respeto. Hay que actuar con mucho sentido común y protegerte todo lo que tengas que hacerlo. Yo empecé mi vida sexual muy joven, ya con el sida presente y utilizando preservativos, que volvieron a la palestra a raíz de este virus tan tremendo. A corto y medio plazo, la Covid-19 puede generar estas tendencias extremas: un retorno a un puritanismo absolutamente radical, y también a un hedonismo mal entendido. Para mí, el hedonismo es estar en paz con uno mismo.
–¿Y el sexo virtual?
–Estas nuevas generaciones de lo digital tienen más facilidades para tener relaciones virtuales, incluso en el terreno sexual. Pero hay algo fundamental, y es que somos seres humanos, y el ser humano necesita del otro, y no virtualmente; necesita del contacto con el otro, porque ese contacto es la condición para seguir siendo seres humanos. De lo contrario, como mucho, seremos solo unos simples homínidos.
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