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El Museo Cristo de la Sangre de Murcia, junto a la iglesia del Carmen, ha dado mucho juego a la artista malagueña Cintia G. Reyes, ... que expone hasta primeros de abril 'Antes de que oscurezca', una serie de piezas que ahondan en el concepto de lo liminal y el umbral. «Es una preocupación que trabajo de manera constante en mi obra. Sobre todo, me preocupa la memoria y la tradición oral porque reivindico el hecho de que en España, por desgracia, hemos sido analfabetos hasta hace muy poco. No tenemos esas tradiciones de Alemania o Inglaterra en las que los diarios eran fundamentales. Si algo no te contaba tu abuela o tu abuelo, quizás no te enterabas». Eso se hacía, por ejemplo, en Murcia y en Andalucía con la silla en la puerta, otro espacio liminal, al que, sobre todo, las mujeres salían a tomar el fresco. «Eran espacios realmente de comunidad».
En este caso se ha centrado en una tradición propia de la huerta de Murcia, cuando el Día de Todos los Santos se abren las ventanas de las casas y se hace la cama con las mejores sábanas para que regresen los difuntos que habitaron ese hogar y se echen a dormir. Así es como a esta creadora le contaron este peculiar ritual.
Para esta propuesta aprovechó el espacio para dar la impresión al espectador de estar caminando por una calle de una pedanía, con esas ventanas incrustadas en las paredes que están «entre la aparición y la desaparición» y que además son objetos «muy plásticos y muy sensuales porque tienen esa arquitectura que es tan maleable».
Además de la parte escultórica y de la instalación 'in situ', hay una pieza interactiva, que hace que cuando alguien se sienta en una centenaria silla de enea se activa un sensor, y el personaje sentado cobra movimiento en pantalla.
«En la tradición murciana, para que el muerto entre en la casa, tú te tienes que ir y dejar la ventana abierta. Aquí dejo un halo de luz para que espectador entienda que todo lo que ve es la escenografía entre ese umbral del que está fuera y el que está dentro de la casa, es decir, del que está vivo y del que está muerto», explica Cintia, muy sensibilizada con el rescate de las vivencias de la tradición oral. «Lo que no está es posible reconstruirlo con lo que tú imaginas, y, por lo tanto, si tenemos esa capacidad, porque la sinestesia siempre está ahí, una parte de lo oído te recuerda, lo visto te llama, llama a otros sentidos. Y aquí, de alguna manera, había ese espacio liminal entre lo que oyes y lo que imaginas».
Juana, la abuela que crió a Cintia, era de Los Corrales, en el límite entre Sevilla y Málaga, «y yo recuerdo que nos sentábamos con ella en la puerta, sobre la tierra, y nos contaba que este o cual familiar ya no estaba, y te conectaban con familiares que tú no habías conocido; a mí me decían que me parecía a mi tía Anita. Esa especie de identidad y de pertenencia era muy importante porque te señalaban de dónde vienes». Esa parte de identidad en esta exposición en Murcia es fundamental, argumenta la artista, «porque todas las piezas son moldes de una ventana, de una casa, reproducidos con silicona, pero ese hecho de haber existido está».
Las puertas y ventanas que se utilizaron para esta exposición fueron encontradas en un derribo, «pero tuvieron vida, escucharon muchas conversaciones secretas». Todas, salvo una, proceden de la huerta de Murcia. Pedro Alberto Cruz, comisario de exposiciones en Nueva York y de la última Bienal de Valencia, profesor de la Universidad de Murcia y escritor, dice que jamás se ha enfrentado a una muestra tan completa como esta. «Porque esta exposición se estaba produciendo en el mismo momento de montarse, y hemos tenido que implicar a arquitectos, escayolistas, ingenieros informáticos y un montón de gente para el montaje. Las piezas parecen brotar de la pared, y pesaban mucho, por eso hubo que anclarlas de modo especial, con la ayuda del arquitecto Enrique Nieto», anota Cruz.
Todo lo que hay aquí, compendia Cintia G. Reyes, profesora de Escenografía en la Universidad de Málaga, es «arquitectura de la memoria, de lo liminal, de lo que está aquí, de lo que no, de lo que nos contamos y de lo que nos callamos». El final de todo es que toda la obra se romperá y destruirá. «Si no hay relato, si nadie lo cuenta, nadie lo sabrá, y sólo a través de la tradición oral esta exposición va a seguir viva».
Es muy poético, y, al tiempo, «muy político», anota Pedro Alberto Cruz, «porque las comunidades se crean con las historias que nos contamos, y hoy hay una gran fragilidad en ese concepto. El hecho de que esta exposición no vaya a sobrevivir como objeto, porque al final siempre legamos al objeto la memoria, será nuestra responsabilidad: lo que recordemos visualmente y lo que contemos. Al final, eso genera diálogo y comunidad, que es lo que Cintia intenta reproducir con las conversaciones de su abuela con sus vecinas en esos umbrales que conectaban el exterior de la casa con el interior». Que todo esto se vaya a destruir va contra el mercado, «Cintia es disidente», insiste Pedro Alberto Cruz.
–¿Cómo era su abuela Juana?
–Era pequeñita, y una gran cuentista, me encantaba que me contara historias. Una de las que nos encantaba escuchar a todas las primas era cuando mi abuelo, al que no conocimos, hizo la carretera Málaga-Almería, que en Andalucía se conoce como 'La huía' o 'La desbandá'. Mi abuelo se escondió en unas alcantarillas, en refugios naturales, porque en la guerra bombardeaban a los que huían desde el mar y el cielo. Mi abuela nos contó que llegó una noche mi abuelo, y se escondió en la alcantarilla, y había una señora y le dijo, voy a coger un poquito de su manta. Y cuando se despertó al día siguiente había dormido con una muerta. Cada vez adornaba más el relato de aquello. Él se fue con mi bisabuelo, que nunca volvió, pero mi abuelo sí regresó para contarlo a mi abuela, y ella nos lo legó a nosotras. Ella y mi tía Teodora lo hablaban. Esa comunidad del relato de lo sucedido en la guerra es como si fuera mi herencia.
Cintia trabajó como restauradora y restauró telegramas encriptados del bando republicano con Andrés Navarro. Hizo una pieza alusiva con telegramas históricos en los que cuenta la historia de su abuelo con lenguaje encriptado que expondrá en mayo en Galería Quadrum, con una instalación con tierra de fosas comunes españolas.
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