Hace ya algunos meses alguien me habló de la entonces futura exposición pictórica de un tal José Luis Galindo que iba a tener lugar en ... el Palacio Almudí de Murcia. Me contaron que Galindo era un pintor anciano que renunció a comercializar su obra y se ganó la vida trabajando como profesor de artes plásticas en la Escuela de Artes y Oficios de la capital.
Supongo que, como todo artista, su pulsión primigenia fue la de trascender a través de su obra, de poder vivir de ella y de cosechar en vida el éxito al que todo mortal aspira: unos para alimentar su ego y otros simplemente para tener la vida resuelta y poder dedicar la mayor parte de su tiempo al ocio más que al negocio. (Recordemos que etimológicamente negocio significa la negación del ocio).
Galindo, que pronto se cansó del mercantilismo del arte y de los galeristas que no fueron capaces de apreciar su obra, les mandó a hacer puñetas. Decidió entonces, alejarse del mercado para seguir pintando en silencio. Durante años y aprovechado el tiempo libre que le permitía su profesión docente, consolidó un estilo propio e inconfundible sin caer en la fácil tentación en boga del arte abstracto, creando un universo irónico e incisivo en torno a la condición humana. Esa obra ingente permaneció oculta en un piso durante mucho tiempo hasta que, afortunadamente, una gestora cultural decidió rescatarla del olvido. Todavía hoy puede visitarse hasta el próximo 27 de abril de 2025.
Haber nacido o vivir en esta región es algo maravilloso pero si eres catalán o vasco las cosas resultan mucho más fáciles
Probablemente, tras este efímero acto de justicia en el que políticos, amigos de los museos y medios de comunicación celebran la exposición, todo vuelva al ostracismo. A menos que, como ocurre sobre todo en Estados Unidos, un pope del mundo del arte reivindique su figura y alguien apueste por la obra de Galindo y se ponga en marcha el negocio especulativo. Basta que un museo importante pague una cantidad significativa por uno de sus cuadros para que sus obras se coticen y su precio ascienda como la espuma. Solo en ese momento, Galindo pasaría a formar parte de la Historia del Arte con mayúsculas. Entonces, nadie o muy pocos se atreverían a cuestionar su obra. Entender este mecanismo es fundamental para darnos cuenta de la falacia de cualquier arte convertido en producto. Da igual que hablemos de pintura, de literatura o de cine. Los éxitos comerciales se fabrican por encima del valor real de lo que se vende.
El problema es la subjetividad de quien establece el valor y de las estrategias de quienes son capaces de convertir en éxito de crítica y/o de público la obra del «artista» que alcanza la vanagloria. (Gloria vana por continuar con la etimología).
A lo largo de la Historia del Arte, sobre todo a partir de las vanguardias del siglo XX, lo insustancial se propaga por prestigiosos museos y salas de exposiciones. Recuerdo aquella famosa obra del Carl Andre del 1966 que consistía en 120 ladrillos formando un simple rectángulo. Un prestigioso crítico comentó que 120 ladrillos en un garaje son 120 ladrillos pero expuestos en un museo se convierten en obra de arte. No ocurre lo mismo con un cuadro de Velázquez, decía aquel crítico, que en un garaje sigue siendo arte sin necesidad del contexto. Basta asistir a cualquier famosa feria de arte para encontrar que la estupidez es muy rentable si alguien sabe convertirla en «genialidad», salvo excepciones. Porque el ARTE de verdad sigue existiendo aunque tenga que convivir con tanto despropósito.
Volviendo a Galindo, soy capaz de imaginar una biografía alternativa, en la cual hubiera llegado a convertirse en un artista consagrado y que su obra estuviera esparcida actualmente por las más importantes colecciones públicas y privadas del mundo. Tal vez un magnate presumiría de haber colgado en su salón un Galindo junto a su Modigliani o Picasso. También, en un universo paralelo, el Museo Reina Sofía o la Bienal de Venecia le hayan dedicado una retrospectiva... Quien dice un Galindo podría decir un Frutos Llamazares por mencionar a un gran artista de condición análoga que también hace poco fue reconocido en Murcia precisamente en otra exposición antológica en el citado Almudí.
Haber nacido o vivir en esta región es algo maravilloso pero está claro que quizá si eres catalán o vasco las cosas resultan mucho más fáciles. Luego, está el fenómeno contrario, los «artistas» que, siendo murcianos y no murcianos, llegan muy lejos aunque su obra resulte prescindible, pero de estos no daremos ningún nombre.
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