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Se conoce que la gente de mi entorno me tiene por ser una persona resolutiva. Vamos, que despacho los problemas rápido, con eficacia y determinación. ... Resuelvo sin necesidad de comprar vocal. Y ahora es tiempo de 'resoluciones', las 'New Year's Resolutions', costumbre que no se me da tan bien. No he sido yo de hacer listas de propósitos de año nuevo. Sí que hago a diario listas de tareas pendientes, algo absolutamente imprescindible desde que estoy estrenando cerebro, o más bien desde que vivo sumida en una brutal privación de sueño. Os cuento, son ya muchos los estudios que han demostrado que durante el embarazo el cerebro se 'resetea' para adaptarse a la lactancia y poder enfrentarse a los nuevos retos de la maternidad. De hecho, se reduce la materia gris, literalmente. Se sabe que la 'matrescencia', que dura entre dos y seis años, conlleva procesos de neuroplasticidad extrema similares a los de la adolescencia para que nos centremos prácticamente en exclusiva en nuestros bebés y renunciemos a nuestras habilidades sociales. No se trata de algo negativo, claro, sino que implica una mayor eficacia; esa que demuestran las madres. Es precisamente gracias a esta ventaja por lo que he conseguido sobrevivir sin dormir más de noventa minutos seguidos durante los últimos diez meses.
A esto habría que sumarle que a partir de los cuarenta hay un 'recableado' radical del cerebro, que se reconfigura para poder aprovechar mejor su nutriente principal, la glucosa. Se trata también de algo relativamente positivo, pues supone una adaptación, una resistencia al envejecimiento que puede mejorar algunos procesos mentales, pero que a la postre puede conllevar también un pensamiento menos flexible, en general. En estas estamos, estrenando año y capacidades, asumiendo que el cambio es lo único constante, que no podemos bañarnos dos veces en un mismo río porque ni el río ni nosotros somos los mismos. Apelaba Platón en sus diálogos a la necesidad del autoconocimiento, de comprender nuestra esencia, tanto si queremos progresar, hacernos las preguntas apropiadas o tener un objetivo vital. Una resolución. Aquel «conócete a ti mismo» del templo de Apolo en Delfos tiene su análogo en el «¿quién soy yo?» que subyace detrás de (casi) toda obra de arte.
Al final del año hacemos el balance de lo bueno y malo, seguido de una batalla entre la esperanza, la culpa, la indulgencia y la ambición, a principios de enero. Sentimos que tenemos otra oportunidad para empezar; para crecer, para eso que mis estudiantes llamarían de forma funesta 'ser la mejor versión de uno mismo'. A 2023 no le pude pedir más. Me he comprado una casa y un coche, me he casado (en secreto) y he tenido un hijo. Profesionalmente tampoco me ha ido mal, he sido programadora del Cendeac, he expuesto en la Galería Isabel Hurley y me han nombrado vicedecana de la Facultad de Bellas Artes. Eso sí, mi sueldo como asociada sigue siendo de tres cifras. Con el cerebro en servicios mínimos pero con la máxima lucidez he entendido cuál es mi propósito en la vida. Poca cosa. No puedo ser más feliz, aunque sí podría tener una vida más fácil –y eso que los abuelos están entregados–.
Volviendo a las resoluciones, sucede que los anhelos abstractos son deseos, no propósitos. Los propósitos deben ser concretos y estar bien definidos. El propósito es una decisión, incluye planes, metas y objetivos, mientras que los deseos no son más que sueños, intenciones o vagas aspiraciones. Dice la ciencia que la inmensa mayoría de los propósitos de año nuevo se frustran a los pocos días. Las cifras de fracaso varían según el estudio pero todos coinciden en que los grandes objetivos se deben concretar en pequeñas acciones rutinarias si queremos tener éxito. Eso sí, el simple hecho de formularlos, especialmente si se hace por escrito, aumenta drásticamente nuestras probabilidades de lograr esas metas. Vamos allá. Mi propósito para 2024 es dormir más. Necesito dormir. Y decía Eva Perón que «donde existe una necesidad nace un derecho». Javier Milei le contestaría que las necesidades son infinitas y los recursos son finitos, pero qué sabrá un populista exaltado... Mientras, leo a Yolanda Díaz en X: «Espero que este nuevo año convierta todos vuestros buenos deseos en derechos». ¿Esto es un buen deseo en sí? ¿Es un propósito político? Ya te lo digo yo, confundir deseos con derechos es infantilismo, narcisismo y puro pensamiento Alicia. Me parece que hay demasiados cerebros con disonancias cognitivas por resetear. En lo prosaico, centraré mis nuevas capacidades resolutivas en luchar, no por alcanzar un sueño, sino por vencerlo.
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