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Hace doce años que Bernar Freiría (Verín, Orense, 1951) se convirtió oficialmente en jubilado. Tenía 60 años. «Estaba deseando jubilarme. No es que no estuviera ... a gusto como profesor, porque he sido profesor muy vocacional y, de hecho, estuve a punto de pasarme al periodismo [hizo el máster de 'El País'], pero después de dos años coqueteando volví a la docencia». Como catedrático de Filosofía en institutos dio clases en Galicia, estuvo luego muchos años en Madrid, y cuando su compañera, Carmen, también docente, pidió traslado a Lorca, «nos vinimos, y aquí llevamos 30 años». En realidad, anhelaba jubilarse por una única razón: tener tiempo para escribir. Pero ahora no solo escribe [es del mismo pueblo que Xosé Carlos Caneiro, autor multigalardonado de las letras gallegas], sino que tiene que atender «otras diez mil cosas que te salen por el camino, porque nunca eres totalmente dueño de tu tiempo». Estos días, en la Feria del Libro de Murcia, presenta un nuevo fruto de ese tiempo ganado a la vida para contar historias: 'Las orillas de los Artigas', publicado por M.A.R Editor, la editorial del escritor y periodista Miguel Ángel de Rus, director del programa literario de RNE 'Sexto continente', que no falla en la fiesta anual del libro en Murcia.
Género. Novela
Editorial. M.A.R. Editor
Autor. Bernar Freiría
–No pretendía vivir de la literatura, pero de la docencia sí.
–De la docencia sí, sabía que al menos en este país vivir de la literatura es complicado. La escritura y la docencia son, de hecho, dos mundos. ¿Por qué me hice docente? Porque me salieron los dientes dando clase. Hice el Preu y me empeñé en una moto; mi padre me dijo que si quería moto que me la comprara yo. Monté una especie de academia de recuperaciones de verano, y así descubrí que dar clases a mí me gustaba. Claro, me encaminé a la docencia. Pero la escritura es otra cosa. No dibujaba bien, y para la literatura empecé muy joven a imaginar historias y a contar historietas a mis amigos. Y así decidí probar.
–Se tiene por «escritor tardío».
–Sí, lo primero que publiqué fue en El País Aguilar, una guía de viajes de encargo ['Viajes para jóvenes', junto con Anna Miluca Martín, en 1992], algo que no me gustaba especialmente, pero lo hice. Y la primera novela la hago en Madrid cuando me digo a mí mismo si voy a ser capaz de hacerlo ['Cuarto de derrota' y 'Los roedores', publicadas por Meteora].
–¿Qué le queda en Galicia?
–Tengo un hijo y una nieta en Galicia. Eso me tira bastante. Tengo amigos muy buenos, y una de las cosas que he sabido hacer en la vida es mantener las amistades. Voy al menos una vez al año a hacerles una visita, a mi familia por supuesto, y a mis amigos en Vigo y en La Coruña. Ellos solo se reúnen cuando llego yo. De Galicia tengo vivencias muy intensas. En 'Cuarto de derrota' el mar era casi el protagonista de la novela. De repente, me di cuenta de que el mar no me suponía ese tirón que tenía antes en mí. Me ha ido sucediendo eso más veces. Cosas que siento nítidas, que las veo nítidas, y las vierto en la novela. Y con las vivencias de infancia y juventud es también así: al llevarlas a la literatura me he ido distanciando de ellas.
–¿Qué escuchaba de Cuba en la infancia [su anterior novela, 'Triple juego en Cuba', aborda batallas, traiciones y continuas luchas de poder en la guerra por la independencia de la isla en el XIX]?
–Mi abuelo fue combatiente en la guerra de Cuba. Era una vivencia que llevaba muy dentro. Contaba cosas que lamento no haber registrado en su momento. Ya quedaban muy pocos supervivientes según él iba cumpliendo años, y llevaba un censo exacto de supervivientes de la comarca. Cuba era para él un referente. Un narrador oral excepcional. Eso quedó ahí. Y, de repente, un día despertaron en mí esas historias; yo había estado una vez en La Habana, y empecé a documentarme y a escribir. Lo disfruté mucho, era como estar allí de nuevo. Algo está de las historias de mi abuelo Juan Antonio Álvarez entreverado entre otras historias.
–¿Qué no sabemos de usted?
–Que fui matrona, por ejemplo. Luego estudié filosofía. Yo a los 19 años me fui de casa, y había que ganarse la vida. Fui a salto de mata. Empecé Enfermería, y me puse a trabajar; al tiempo hice Filosofía y ya aprobé la oposición. Esa Galicia rural que yo conocí de enfermero ha desaparecido, entre otras cosas porque la gente se ha ido a vivir a núcleos más grandes y las aldeas están prácticamente despobladas. Entonces había una economía de subsistencia.
–¿En 'La orilla de los Artigas' ha dado todo lo que tiene como escritor o lo mejor está por venir?
–Esta novela me ha llevado tiempo, pero más me llevó la de Cuba, a la que según mi mujer dediqué dos años para la documentación y cinco para la escritura. Esta, 'La orilla de los Artigas', me llevó menos. Y creo que lo mejor está por venir. En el pueblo conocí a una mujer, que se había casado con un argentino, que había tenido cuatro hijos y que, de pronto, dice que su lugar no estaba allí, se volvió al pueblo en el que trabajaba, montó una correduría de seguros y sacó adelante a los hijos, y vivía un poco con el temor de que los hijos volvieran con el padre. No conocí a esa mujer a fondo, pero la traté relativamente. La historia que yo cuento es inventada, pero ahí está el germen; es la historia real de una mujer que no está donde quiere estar, que con cuatro hijos se traslada y decide seguir adelante. [La protagonista de la novela es Elisa, una mujer capaz de tomar las riendas de su vida. Deslumbrada por Fabio Artigas y, casi adolescente, se casa con él y se instalan en Montevideo, donde descubrirá el deshonroso papel de la familia Artigas durante la dictadura de Bordaberry, y otras circunstancias que le hará tomar decisiones que cambian su rumbo vital].
–¿Qué es la ficción?
–Es algo que brota y que tienes que cultivarlo. Aunque sean ficción, las novelas tienen que tener un anclaje con la realidad. Por ejemplo, describo la industria de la carne en Uruguay, y he tenido que documentarme bien. No es que hagas un tratado de eso, pero sí has de ser preciso. Un punto de ruptura en la novela es cuando puedes habitarla conforme vas desarrollando la trama. Llega un momento en que cuando me levanto por las mañanas es como si me fuera a mi país, un país que he creado y es habitable. Unas veces Cuba, otras Uruguay... y ahí es cuando siento que el viento sopla a mi favor.
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