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La semana pasada mi estimado compañero en esta mesa para cinco, Daniel Torregrosa, nos mostró cómo el hambre de conocimiento racional ha movido al ser ... humano desde tiempos inmemoriales, una idea que expuso a partir de la obra poética escrita hacia el año 50 a. C. 'De rerum natura'. En ella el poeta Lucrecio Caro, inspirado en las reflexiones filosóficas de Epicuro, manifestó su oposición a las interpretaciones mitológicas del mundo, aseverando, aunque aún no pudiera demostrarlo, que el universo estaba compuesto únicamente de átomos y vacío. Leer esas palabras me recordó una cita de la poetisa y activista norteamericana Muriel Rukeyser que leí hace unos años. Ella en su afán por explicarse la vida corrigió el materialismo radical de aquellos precursores de la ciencia moderna con esta preciosa y precisa frase «el universo no está hecho de átomos, sino de historias».
Pero descuiden, no pretendo polemizar sobre quién tiene razón. De hecho, me alineo con ambas afirmaciones tal y como hizo el excelentísimo señor D. Tomás Marco Aragón, director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con ocasión de la apertura del curso académico 2025 en la Región de Murcia. Entre humanismo, arte y ciencia no hay antagonismo sino complicidad, pues no dejan de ser formas de responder a los irrefrenables impulsos humanos de entender la vida y el cosmos; De comprender, conocer y crear.
Dicho esto, permítanme que vuelva a la poesía pues la frase de Muriel también resonó en mi cabeza cuando hace apenas un mes escuché a mi colega mexicana Miriam Villaseñor citar el pensamiento de otro gran poeta, Federico García Lorca. Estábamos en Querétaro, en el Acto de Protesta que organizó la Escuela de Arquitectura y diseño del Tecnológico de Monterrey con ocasión del 8 de marzo. Allí, rodeadas de jacarandas y mariposas, Miriam nos contó que inicia sus clases con el siguiente aforismo: «La arquitectura no está en los edificios, como la poesía no está en los libros». Una sentencia que abre la reflexión sobre la eterna dicotomía entre el ser y el estar, entre la existencia y la experiencia, lo que en mi disciplina tiene una interesante interpretación ya que estamos acostumbrados a cargar el éxito, y el fracaso de la arquitectura sobre los hombros de las personas que la idean y la construyen, que la hacen existir. Pero la arquitectura consiste en dar forma al espacio para que la vida tenga un lugar donde habitar y, por lo tanto, es un fenómeno orgánico y fenomenológico que en realidad no tiene mucho sentido hasta que no comienza a experienciarse pues, hasta entonces, no deja de ser más que un objeto; lo que me lleva a pensar que las personas que ocupan la arquitectura no son meros agentes pasivos que disfrutan o padecen una obra arquitectónica, sino que colaboran necesariamente en la construcción del valor que ésta tiene como creación humana que aglutina saberes técnicos, sociales, culturales, y por qué no, incluso el saber del bien vivir.
Decía Federico García Lorca que la poesía no se encierra entre páginas, aparece en imágenes, símbolos, y sensaciones que trascienden lo puramente literario. Y yo diría lo mismo de la arquitectura pues ésta se extiende mucho más allá de los planos, los muros o las ventanas para ser sublime cuando la experiencia de los que la habitan es sublime.
Con esto no quiero eludir responsabilidades ni mucho menos, solo compartirlas, porque volviendo a Lorca, igual que «la poesía no quiere adeptos, quiere amantes», yo también me inclino a pensar que la arquitectura bien hecha no quiere admiradores, quiere cómplices. Personas que la analicen, la comprendan y con su propia interacción la enriquezcan convirtiéndola en ese hogar que es refugio, ese hospital que, a pesar de todo, transmite serenidad o en esa escuela inspiradora.
Qué bien funciona la poesía para explicar el cosmos, la vida y sus misterios, ¿verdad?
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