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La amiga inglesa
Relatos | Rendibú ·
IZABELA MARÍA SUFA
Sábado, 21 de noviembre 2020, 01:49
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Relatos | Rendibú ·
IZABELA MARÍA SUFA
Sábado, 21 de noviembre 2020, 01:49
La amiga inglesa no existe. Sé de ella en una de las cenas de los viernes en la casa que Eric heredó de nuestros padres. Al abrir la puerta siento que algo no encaja. Hay demasiada luz en lugar de la penumbra de siempre. Mi hermano me saluda con ojos brillantes y mejillas encendidas, tiene manchas de kétchup en su camiseta de The Cure.
-Entra, Ágata, quiero contarte algo que me ha pasado, es algo bueno, fliparás, ya verás, es que es flipante -y mientras habla no para de mover todo el cuerpo sin demasiada gracia-.
-Tengo pizza barbacoa y patatas, venga, pasa, me alegro mucho de verte.
Se alegra demasiado. El entusiasmo de Eric me inquieta. No es que prefiera verlo triste, pero sus aventuras no suelen prosperar, y cuanto más ilusionado las empieza, más destrozado está cuando terminan. Los jefes le cogen manía, las chicas lo dejan sin ninguna razón, y el disco de música no acaba de grabarse porque «nadie quiere invertir en algo disruptivo hoy en día». No recuerdo nada que le haya salido bien desde que aprendió a ir en bici. Así que cuando entre una patata reblandecida y un trozo seco de pizza me dice «he conocido a alguien», se me encoge el estómago.
-Se llama Jessica y vive en Londres. Mira la foto, solo mírala -Eric me tiende su móvil con pantalla estrellada y el orgullo que vibra en su voz me hace temer lo peor.
Detrás de las grietas del cristal me sonríe una chica del folleto de una clínica dental. Una rubia platino, con el pelo planchado a conciencia y maquillaje de tonos rosados a juego con sus encías. Lleva una blusa de seda azul con los tres botones de arriba desabrochados y su mirada está tan vacía como la cabeza de mi hermano. A la foto solo le falta la marca de agua de Getty Images.
-Me estás vacilando, ¿verdad? No serás tan gilipollas como para creértelo.
-¿Por qué no me lo tengo que creer? He hablado con ella por teléfono, me ha llamado desde un +44. Tengo guardado su número -Eric teclea Jessi en Contactos y me enseña una larga combinación de cifras.
-¿Y en qué idioma habéis hablado? Si tú apenas sabes juntar dos frases en inglés. ¿O es que os habéis cantado las canciones de The Cure? ¿Friday I'm in love? -sonrío sin ganas, igual que los tipos de la camiseta de Eric.
-Su madre era de aquí, no me hace falta el inglés. Y sí, le gusta The Cure, si lo quieres saber.
No lo quiero saber.
-¡Qué casualidad, su madre era de aquí! ¿A lo mejor hasta fue amiga de mamá?- le clavo la mirada y para de masticar su patata-. ¿Ya te ha pedido dinero?
Eric se muerde el labio inferior.
-¿Cuánto le has enviado? -dejo mi trozo de pizza en el cartón de Domino's. La herencia de nuestros padres no le va a durar mucho más a mi hermano, aunque le cediera toda mi parte que igualmente tengo pensado hacer, porque no la necesito.
-Solo un poco, lo que vale un móvil nuevo. Tiene problemas, la han despedido del despacho de abogados por unos recortes y está sola. Además su ex la acosa -la cara de Eric muestra una compasión infinita, como cuando cuidaba de nuestra cobaya que se envenenó al zamparse unos lapiceros de colores y sufrió retortijones durante varios días antes de morir.
-Eric, tío, despierta, es un timo -me entran ganas de sacudirlo y abofetearlo, a ver si por fin madura-. Es una foto cualquiera de Internet y la chica con la que hablaste es una impostora, solo quiere sacarte algo de pasta -cojo su barbilla de veinteañero entre mis manos de cuarentona-. Jessica no existe.
-¿Por qué me haces esto? -se libera de un tirón y no necesito mirarlo para saber que su cuerpo ya está segregando lágrimas y reproches que muy pronto me inundarán como un río de mierda.
Ser hermana es más difícil que ser madre. Y ni hablar de ser hermana de un chico sin madre.
-¿Hacerte qué? ¿Ver las cosas como son?
-Tú siempre sabes cómo va a acabar todo, ¿verdad? En lo de los papis acertaste, pero si a mamá se lo hubiesen detectado un poco antes, aún estaría aquí...Y a papá casi se lo curan también. ¿Por qué te pones siempre en lo peor? ¿O es porque soy yo?
Aún no deja salir las lágrimas, pero las tiene a punto.
-Es porque eres tú y me preocupo por ti.
-Te piensas que no soy capaz de nada, ¿a que sí? Que de los dos solo tú puedes tener pareja, un hijo y una vida perfecta. ¿Te crees mejor en todo, no? Joder, Ágata, ¿alguna vez has pensado que no me conoces tan bien, como crees? -se traga los mocos con habilidad.
Son muchas preguntas a la vez. Y son difíciles de responder, así que sigo callada. Tan solo le doy vueltas a Jessica, ese nombre fetiche de las niñas de rosa que duermen con peluches de ojos acristalados. Mi hermano es ese peluche.
-Eric, tómatelo con calma. Pídele más datos, dile que la quieres ir a ver. Te pondrá todas las excusas posibles y será porque no existe.
-Si el ex marido te amenaza no es una excusa, es muy serio -se levanta y comienza a recoger la caja de cartón y los restos de patatas-. Es muy, muy serio. ¿Vas a tomar algo más?
Ni tiene nada más en la nevera, ni quiere que me quede, así que me pongo el abrigo sin abrocharme los botones y le doy un beso. Su mejilla está fría y un poco húmeda.
-Estamos en contacto. No hagas tonterías, ¿vale?
No me responde y cierra la puerta a mi espalda con un golpe resonante. Por supuesto que va a hacer tonterías.
Mi marido no está en casa como de costumbre, los congresos de oncología son algo «a lo que no se puede renunciar», aunque eso no signifique que algún día puedas curar a todo el mundo. Me despido de la canguro y al poco tiempo me encuentro leyendo un cuento a mi hijo. Trata de unos elfos invisibles que ayudan a los niños a encontrar una amistad verdadera.
-Ojalá vengan también a mí, mamá-dice Frank bostezando. Se le ven las primeras brechas donde antes estaban los dientes de leche.
-Si quieres tener amigos, has de ser buena persona, es fácil. Solo tienes que cuidar de los demás. No necesitas a los elfos.
-Pero yo quiero ser amigo de los elfos. Dudo qué decir durante unos segundos.
-Vale, pues a ver si vienen a verte. Y ahora a dormir.
Le doy un beso, lo miro un largo rato y lo tapo hasta las orejas, primero con el edredón y después con la colcha. No protesta porque ya se ha dormido.
Me meto en la cama de matrimonio entre las sábanas frías como las de un hospital. Hace tanto tiempo que no siento calor al tumbarme aquí que me resigno a arreglármelas con unos calcetines muy gordos y un par de pastillas blancas. Son veinte minutos hasta que hagan el efecto y la bendita niebla cubra mi mente. Otra noche a pasar sola, los congresos de oncología son muy, muy largos. Aunque nadie sepa para qué coño sirven. Hace dos años desde que perdí a mi padre, tres desde que no está mamá. Mi marido no me deja colgar una foto de ellos, dice que me pondría triste al mirarla.
Yo creo que es porque le recordaría su fracaso.
El remedio para el cáncer no existe. Los elfos no existen. La amiga inglesa no existe. Hay tantas jodidas cosas que no existen.
Tardo más de lo habitual en dormirme y me despierto más cansada aún. El siguiente viernes vuelvo a cenar a la casa de mis padres.
Eric me observa con desconfianza mientras me quito las botas llenas de barro. El invierno nos castiga día tras día y parece que la primavera nunca llegará.
-Te he comprado una cosa -le entrego un paquete envuelto en papel de seda.
Lo coge sin prisa, pero luego rompe el envoltorio en pedazos como lo hacía el día de los Reyes Magos.
-Joder, ¡qué camisa más chula!
Le doy un abrazo y le acaricio el pelo encrespado.
-Para que te la pongas el día que venga ella.
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