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Se llama Antonio Lario y todos le debemos mucho. En la noche del pasado 19 de febrero, su buen hacer no sólo evitó una catástrofe ... en forma de pérdida de vidas humanas, sino otra medioambiental que, además, habría privado al puerto de Cartagena de toda actividad económica por tiempo indefinido y en varios kilómetros de desolación a la redonda. Su profesionalidad y su pericia evitaron -miedo da pensarlo- el choque del petrolero 'Front Siena'.
Antonio Lario protagonizó una gran noticia en un año que no ha sido fácil: la tragedia se ha cebado con Valencia -ahí al lado-, y a la guerra en Ucrania se le unió Israel sembrando venganza y muerte en Palestina, yéndosele de madre la mano que pedía justicia por la barbarie cometida en su territorio por los asesinos de Hezbolá. Y eso no es todo, Donald Trump volverá a la Casa Blanca y, en Europa, el eje franco-alemán está en horas muy bajas y el gobierno italiano de Giorgia Meloni está feliz con lo de Trump; así está el panorama.
Hay gente a la que se le va la cabeza, pero también hay otra mucha que la utiliza, teniéndola como la tienen en su sitio, para adentrarse cada vez más por el camino, elegido libremente, de la estupidez, la ambición desmedida, la prisa suicida, la picaresca, el engaño, el abuso, la trampa...; con la cabeza en su sitio consumen violencia, o la fabrican, la ensalzan, la idolatran, la fomentan, la imitan, la respaldan con leyes, la silencian, la justifican, la relativizan, la aprovechan. Qué desgraciados, porque no toda la violencia procede de «los potros de bárbaros atilas» o de «los heraldos negros que nos manda la Muerte», como escribió César Vallejo con bellísima tristeza.
El odio es hoy uno de los problemas que se están asentando en nuestras sociedades. Y con el odio no gana nadie, si bien, como dice José Mujica, «hay muchos que se quedan prisioneros» de él. Las calles de media España, por tirar a optimistas, están amenazadas por este peligro: el odio. Y cuando se odia, o se desprecia, o se desatiende a los otros, el peligro de la violencia y la carnicería se extiende como un macabro festín de juegos artificiales.
Cuando se odía, cuando se pierde la fe en la utilidad y la bondad de un imaginario colectivo en el que quepamos todos, la destrucción campea a sus anchas. Cierto que a veces cuesta trabajo no claudicar de lo importante: la dignidad, los ideales, la opción preferencial por los más desprotegidos. No hay que dejar de defender ese puente tendido que nos ayuda a no decaer en el empeño de intentar conseguir el futuro que queremos, con el que soñamos.
No estaría mal que todos nos propusiésemos no tener que sentir vergüenza alguna al mirar a nuestros hijos a la cara. Los hijos, a los que poder decirles: «Oye, que 'la vida es bella, ya verás como a pesar de los pesares tendrás amigos, tendrás amor'», esos versos de Goytisolo que son de todos.
Que no todo el mundo puede levantar un granero, pero cualquiera puede incendiarlo, nos lo dijo David Mamet y creo que en eso ya estábamos usted y yo de acuerdo. Estamos necesitados de gente que construya presente y futuro, de gente que resulte un estímulo, un ejemplo, un motivo para seguir confiando. Precisamente, estos reconocimientos de los Murcianos del Año 2024 apuestan por agradecer la valía y el esfuerzo llevados a cabo por gente de aquí que se ha propuesto hacer las cosas bien. Y esa es la gente que más precisamos. «En la tierra hay un paraíso roto», dejó escrito Jules Renard. Otro que tiene más razón que un santo -en efecto, tampoco él lo fue-, pero con lamentarse mientras se espera que nos caiga el maná no adelantamos nada. LA VERDAD, una de cuyas señas de identidad es su apuesta incondicional por la cultura, el apoyo a la ciencia y al deporte, y la sensibilidad hacia los temas sociales y medioambientales, consolida su compromiso de acicate a los sectores económicos y de crítica constructiva y moderación ante la clase política, al tiempo que asume el enorme valor de las iniciativas solidaridas de la sociedad civil y el respaldo que merecen las instituciones públicas que cumplan de un modo impecable su misión, destinada a servir al conjunto de la sociedad.
Esta Región, con sus evidentes carencias reclamando soluciones, es claramente un ejemplo de individualidades que nos hacen a todos sentirnos orgullosos de esta tierra. Brilla en el deporte, el teatro, la literatura, el ensayo, la danza, la empresa, la investigación, las artes...
Vivimos en una tierra en la que todavía, y ojalá que no la estropeemos más, es un placer encontrarse -en palabras de Francisco Sánchez Bautista- con «albarillos, tapalahojas, peras, dátiles y fresquillas». Todos los que hoy se merecen ser Murcianos del Año 2024 seguro que aplauden estas palabras de Günter Anders: «Desconozco la esperanza por principio, porque mi principio es: mientras haya aún la menor oportunidad de intervenir de manera útil en esta tremenda situación en que nos hemos metido, hay que aprovecharla».
En 'Arde el mar', Pere Gimferrer invita a esas nubes que acechan escondidas tras otras a descargar «este fardo de lluvia». De un solo golpe, «¡como talando un árbol de raíz!». Y ello, porque se agradece «la lluvia desde el porche». Aquí la necesitamos mucho ustedes y yo, nos urge su presencia, pero no siempre que llega se agradece, sobre todo cuando aparece con violencia y no como una bendición que se traduce en ver correr el agua por acequias, pantanos, arrozales, mejillas o pozos subterráneos. Seamos claros, nos hemos librado de una buena, de un puto infierno: algo parecido a la dana de Valencia. Sintámonos por eso también agradecidos y afortunados, sin dejar de ser solidarios con nuestros vecinos mediterráneos.
Estos Murcianos del Año 2024 han sido elegidos por los periodistas de LA VERDAD, en un año de dificultades y retos informativos en el que, siempre sostenidos por el buen hacer de nuestro director, Alberto Aguirre de Cárcer, han sido premiados a nivel nacional tres reportajes de impacto social de nuestros compañeros Isabel Manzano -'Soñaba que me volvían a atropellar'-, Rubén García Bastida -'Autistas contra los estereotipos'- y Javier Pérez Parra -'El riñón de Pascuala ya da vida a Paco'-. También Miguel Ángel Ruiz ha estado de enhorabuena este año, pero él debido al merecido éxito de crítica que ha cosechado su primera novela, 'Almenara' (Xordica), de lectura obligada.
Redactores y colaboradores del periódico les presentarán -¡enhorabuena!- a los veinte Murcianos del Año, que son, además del ya citado Antonio Lario: Irene Andújar, Álvaro Carpe, Ana Carrasco, José Antonio Carrillo, Antonio Gómez, Marco Antonio Egea, Juan Carlos Espín, María Jiménez Movilla, Ginés García Millán, Noelia Ibáñez, Roberto Lifante, Eva López Abellán, Lola López Mondéjar, María Luisa Lozano, Luis Cayo Pérez Bueno, Raúl Quinto, Muriel Romero, Yolanda Torres y Lola Tórtola.
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