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No ha de esforzarse mucho el año que nos espera por delante para ser mejor que el último bisiesto, el fatídico 2020, cuando el mundo entero claudicó ante la mayor crisis sanitaria de la historia reciente por culpa del coronavirus. Crucemos los dedos y, sobre ... todo, pongámonos las pilas -autoridades públicas en primer lugar- y adoptemos las medidas de prevención y vigilancia epidemiológica necesarias para no terminar dando la razón a los científicos del Ministerio de Sanidad que acaban de realizar un informe en el que advierten de las altas probabilidades de la llegada de otra pandemia a «corto o medio plazo». Los pelos de punta se me ponen solo de pensarlo.
Pero no quiero pecar de cenizo, nada más lejos de mi intención. Una vez dejado atrás un 2023 cargado de citas electorales, pactos políticos de toda clase y condición, leyes más que polémicas y polarización elevada a la enésima potencia, 2024 debería ser el año de la moderación; del entendimiento; de los acuerdos sociales; de la solidaridad interterritorial; del respeto al diferente; de la igualdad de género; del acorralamiento a la barbarie de la violencia machista; de la búsqueda de soluciones duraderas contra la pobreza infantil; del impulso de la educación pública para que nuestros alumnos salgan del furgón de cola en el que los sitúa, una y otra vez, el análisis comparativo de PISA; de la apuesta decidida por la transformación digital sin que nadie se quede atrás. El año que inauguramos en apenas unas horas tendría que servir también para poner en valor el muchas veces desatendido mundo rural y, cómo no, afrontar con firmeza y altura de miras los retos medioambientales urgentes, como son la recuperación del Mar Menor, la regeneración de la bahía de Portmán, la reducción de las emisiones contaminantes en nuestras ciudades y el fomento de las energías verdes en aras de la descarbonización. Nos va en ello nuestra salud. Y con la salud no se juega.
Sí, apreciado lector, creo saber lo que seguramente está pensando usted que me dejo fuera de esta suerte de carta a los Reyes Magos. No me olvido, efectivamente, del que probablemente sea el principal tema de conversación ciudadana en la capital de la Región, esto es, el caos de tráfico y los atascos insufribles como consecuencia de la entrada en vigor del plan de movilidad, del que ya ha hablado en páginas anteriores mi compañero Pedro Navarro. Dar solución a este problema constituye, a mi juicio, el desafío número 1 que el alcalde de Murcia, José Ballesta, habrá de abordar con determinación, de manera que se logre hacer compatibles la calidad del aire que respiramos y la necesidad y el derecho de los murcianos de poder acceder a sus puestos de trabajo, a los comercios y al ocio sin temor a quedar atrapados en una ratonera de vehículos, sufrir los retrasos del insuficiente transporte público o dejar el coche en aparcamientos disuasorios ubicados en lugares digamos que no muy estratégicos.
Más carriles bici, sí; más carriles bus, también; aceras más anchas para fomentar los desplazamientos a pie, por supuesto. Pero, ojo, cuidado con convertir Murcia en una urbe odiosa e incómoda a la que nadie quiera venir. Urgen soluciones sostenibles y una mejor planificación. La séptima ciudad de España lo merece.
Pero dejemos a un lado los malos humos y pongamos rumbo a Caravaca de la Cruz para celebrar el Año Jubilar, una estupenda oportunidad para el sector turístico que la Región debe aprovechar al máximo.
¡Feliz 2024 a todos!
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