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Le pide a uno el cuerpo fantasear con un 2021 preñado de certidumbres y bienaventuranzas, capaz de enterrar para siempre la zozobra y el desconcierto sembrados por doquier que nos deja grabados a fuego en nuestro yo más íntimo y personal el desastroso año que hoy echa el cierre; un 2021 sin muertes por la maldita Covid, sin los servicios sanitarios al borde del descarrilamiento, sin empresas arruinadas y condenadas a desaparecer, sin autónomos con la soga al cuello, sin ERTEs ni EREs, sin ancianos aterrados en las residencias, sin familias huérfanas de abrazos y besos, incluso sin políticos incompetentes que mareen a los ciudadanos con decisiones incoherentes, contradictorias y partidistas. Quisiera uno pensar, cómo no, que el nuevo año nos surtirá de la munición necesaria para meter en vereda al coronavirus, arrinconarlo para siempre y retomar unos hábitos de vida que solo nos hemos dado cuenta de lo importantes que eran cuando nos los han arrebatado de la noche a la mañana, de un plumazo. Es ley de vida: el ser humano solo aprecia lo que posee cuando lo pierde o se lo roban.

Después de diez meses de pandemia, machacados psicológicamente por un enemigo que creíamos de otras épocas ya superadas, nadie puede privarnos del derecho a ilusionarnos con recobrar la normalidad, no una 'nueva normalidad', sino nuestra normalidad, la que forma parte de nuestra identidad, de nuestras costumbres, de nuestro modo de existir. Renunciar a ella sería como sepultar la historia e inventarnos un futuro líquido, inconsistente, sin brújula.

Pero la realidad es tozuda y conviene tener los pies en el suelo y la cabeza fría, andar con paso firme y aparcar las falsas esperanzas. Este fatídico 2020 finaliza hoy, pero solo aparentemente. La amenaza del virus continúa latente, camino ya, si entre todos no lo remediamos, de una tercera ola de consecuencias nada halagüeñas. Cierto es que la vacuna que ya ha comenzado a recibir la población más vulnerable constituye un motivo de esperanza, pero el proceso será lento y, pese a la elevada eficacia que proclaman los fabricantes y las autoridades sanitarias, la incógnita sobre el alcance de su validez solo será resuelta cuando pase el tiempo. Con la tranquilidad que da saber que su seguridad está garantizada -los negacionistas y los charlatanes incrédulos mienten como bellacos-, hay que exigir ahora a los gobiernos celeridad en la campaña de inmunización y una estrategia sólida que inspire confianza en la ciudadanía. Pues solo así se logrará el compromiso imprescindible para alcanzar la ansiada inmunidad de rebaño con la que sueñan los epidemiólogos.

Decía antes que el año que inauguraremos en cuestión de horas no tiene nada de nuevo, más bien se trata de una continuación del desdichado bisiesto que dejamos atrás. Seguiremos con la mascarilla puesta, teniendo prohibidas las reuniones sociales de más de seis personas, con toque de queda por la noche, con limitaciones a la movilidad y confinamientos perimetrales, cuarentenas y partes diarios con la estadística de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos. Casi con total seguridad asistiremos impotentes a la cancelación por segundo año consecutivo de la Semana Santa, de las Fiestas de Primavera de Murcia, de los Caballos del Vino de Caravaca... Nada de celebraciones multitudinarias.

La luz al final del túnel se vislumbra allá para finales del próximo verano, fecha que maneja el Ministerio de Sanidad para tener ya vacunada contra la Covid a la mayoría de la población. Ojalá el 31 de agosto podamos festejar la Nochevieja que hoy afrontamos con amargura. Y, rodeados de los nuestros, nos volvamos a tomar las uvas de la suerte lanzados hacia una nueva era de prosperidad y salud. Feliz 2021.

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laverdad Nochevieja en agosto