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Hemos asistido en los últimos años a un encendido debate sobre qué soluciones implementar en el campo de Cartagena para paliar los actuales problemas del ... Mar Menor y cuál debe ser su nivel de cohabitación con las actividades agrícolas preexistentes. Durante este tiempo, desde ciertos sectores se ha intentado establecer una dicotomía entre la construcción de infraestructuras grises 'de final de tubería' y la 'implementación' (hasta la semántica se cuidaba, y es que el diablo está en los detalles), de soluciones verdes basadas en la naturaleza que «actuaban en origen». Esa visión incentivadora del antagonismo, procedente en muchas ocasiones de parte de la propia comunidad científica, casa más bien poco con el espíritu holístico y multidisciplinar que precisamente debe tener un análisis científico. El campo de Cartagena ha demostrado ser durante la pandemia un activo estratégico de nuestro país, pues nos ha permitido mantener algo tan básico para nuestra sociedad como la soberanía alimentaria (fortaleza que no hemos podido exhibir en muchos otros ámbitos, como, por ejemplo, la producción de mascarillas).
Esto no debe entenderse en absoluto, como una defensa del mantenimiento del status quo pasado. La necesidad de implementar soluciones estructurales que aborden de manera decidida la mitigación y reversión de las problemáticas actuales del Mar Menor persiste. Y eso, pese a la catarata de millones que desde el Ministerio se anuncia desde hace meses que se están invirtiendo (millones que solo veo en anuncios de políticos o en notas de prensa que mandan a los periódicos, porque actuaciones que puedan tocarse con las manos, pocas, la verdad). De hecho, las pocas inversiones reales que se han ejecutado han sido precisamente infraestructuras de mitigación del riesgo de inundación ejecutadas por la CHS [Confederación Hidrográfica del Segura], peyorativamente catalogadas como 'grises'. Y es que la mayoría de esas propuestas floridas y bien encajadas en el marketing del discurso político, que, en muchas ocasiones hunden su fundamento técnico en un simplista ecologismo de salón, no están consiguiendo pasar del papel y el anuncio a los hechos.
Resulta, por tanto, necesario cambiar el actual planteamiento del aarco de actuaciones prioritarias para recuperar el Mar Menor, alejándolo del dogmatismo ideológico y el marketing político, que cada vez tiene más peso en los ministerios, y someterlo con mayor rotundidad al realismo técnico (sin descuidar, por supuesto, el rigor científico). Infraestructuras verdes, azules o grises son todas ellas necesarias para resolver un problema tan complejo y poliédrico como el del Mar Menor. No hay que abandonar la apuesta por soluciones verdes o basadas en la naturaleza, que, además, pueden constituir un campo de experimentación e investigación para convertir la problemática de la laguna en una oportunidad de innovar y avanzar en el conocimiento científico.
Sin embargo, el mantenimiento de esta apuesta no puede realizarse desde un planteamiento sectario que implique orillar soluciones basadas en infraestructuras de las que la ingeniería tiene un consolidado 'know how' y experiencia de aplicación. Y este planteamiento tampoco debe de hacerse desde la actual visión 'burocrático-céntrica' de la administración pública, sino tejiendo alianzas con los actores privados del sector primario que actúan en la zona, implicándolos y corresponsabilizándolos para que formen parte de la solución y no del problema. Pues, si bien la administración ha de liderar la ejecución de las soluciones que se pongan en marcha, serán posiblemente estos sectores sobre quien deba recaer parte del peso de su mantenimiento en el futuro, si es que se quiere implementar soluciones que sean efectivas y sostenidas en el tiempo.
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Fernando López Hernández
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