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GINÉS S. FORTE
Martes, 25 de enero 2022, 00:33
Dedicar un terreno a un único cultivo es un avance para la productividad agrícola que, sin embargo, tiene su reverso con el empobrecimiento del suelo y la degradación medioambiental, entre otras adversidades. Los agricultores tradicionales lo sabían bien, de ahí las prácticas de barbecho y rotación con las que saneaban los suelos. Otra posibilidad es plantar en una misma parcela distintos productos a un mismo tiempo. Si se hace bien, las particularidades de unas plantas pueden equilibrar las de otras de modo que el estrato no sufra y resulte de paso más aprovechable. Un grupo de científicos lleva desde hace cuatro años investigando cómo hacerlo bien, dentro de un proyecto europeo liderado por la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT) que estos días presenta sus conclusiones.
«Murcia es una de las regiones europeas donde mejores resultados se han obtenido de la combinación de cultivos tradicionales y alternativos», explica Raúl Zornoza, responsable de Diverfarming, como se conoce a este proyecto en el que, además de la UPCT, también participan desde esta comunidad autónoma el Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (Cebas-CSIC), la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja Región de Murcia) y las empresas Industrias David y Disfrimur Logística, además de numerosas entidades, tanto públicas como privadas, de otros países de Europa.
30% de reducción en el aporte de abonos al intercalar el cultivo de melón con determinadas leguminosas.
60% de disminución de la erosión obtenida en terrenos de cítricos a los que se han incorporado otros cultivos.
20% menos de emisiones de CO2 obtenidas al introducir tomillo y alcaparras en las calles de los almendros en secano.
Como reflejan las palabras de Zornoza, experto en el manejo de suelos de la UPCT, el proyecto se ha preocupado especialmente en mejorar las condiciones de productos tradicionales en el ámbito de los diferentes territorios de la Unión Europea en los que se ha ensayado. De ahí que en la Región de Murcia se haya centrado en cultivos hortícolas, cítricos y almendros.
En el caso de las plantaciones hortícolas, los investigadores han combinado el cultivo de habas con brócoli en un mismo terreno y el de caupí con melón, «con técnicas de arado reducido, fertilización optimizada, control integrado de plagas e incorporación de abono verde derivado de los restos de cosecha», de acuerdo con los responsables del proyecto en la UPCT.
El «estudio del melón intercalado con leguminosas como el caupí o judía africana ejemplifica los beneficios agronómicos de esta técnica, que con el mismo consumo de agua logra una segunda producción y que incluso puede reducir un 30% la aportación de abonos orgánicos [en el caso del brócoli] por la mejora de la fertilidad del suelo y el aumento de polinizadores gracias a un incremento de la fauna auxiliar, que también reduce las plagas», añaden. Estas conclusiones se presentarán el próximo 2 de febrero a través de internet, en un seminario virtual dirigido «a la comunidad agrícola, técnicos, personal de instituciones públicas dedicadas al ámbito agrario y cualquier persona interesada en la sostenibilidad agrícola y medioambiental».
En él se especificará cómo, «además, el rendimiento del melón mejoró respecto del cultivado en la parcela de control sin diversificar». De paso, los ensayos han demostrado un aumento de «la fijación de nitrógeno al suelo, ya que las leguminosas lo hacen de manera biológica, lo que ha facilitado la reducción del aporte de fertilizantes».
Para los cítricos, en concreto mandarinos, los científicos de la iniciativa Diverfarming, han experimentado rotando habas, verdolaga y caupí durante tres años y alternando habas, de septiembre a diciembre, y cebada o avena, de enero a junio. Los ensayos «han notificado diversos beneficios medioambientales», según las conclusiones de los investigadores, expuestas por primera vez el pasado miércoles, día 19, en otro seminario virtual organizado por la UPCT. En todos los casos, concretan, «se ha logrado un producto complementario sin afectar al cultivo principal», al paso que se han mitigado los efectos de las plagas y se ha enriquecido la biodiversidad del suelo con más microorganismos beneficiosos. De este modo se ha obtenido «también una reducción del 60% en la erosión». Como contrapartida, ha sido necesario un incremento del consumo del agua en un 34% y un mayor laboreo.
Sobre el almendro, los resultados alcanzados se muestran mañana, miércoles 26, también a través de un seminario virtual por parte de los desarrolladores de los ensayos, y junto a representantes de la asociación Alvelal, con sede en Almería, que es una iniciativa centrada en el desarrollo sostenible del territorio a través de la restauración de paisajes. En este caso, el equipo del proyecto ha completado en la Finca Los Escuderos, en Murcia, la introducción de tomillo y alcaparra entre las calles en secano del cultivo de este fruto seco, que es el producto que más superficie agraria ocupa en la Región de Murcia.
La combinación ha derivado en «ingresos extras por la venta de aceite esencial de tomillo obtenido, sin reducir el rendimiento de la almendra». Al mismo tiempo se ha mejorado la disponibilidad de nitrógeno y agua para el cultivo leñoso y se ha contribuido «a la mitigación del cambio climático con un 20% menos de emisiones de CO2», a la vez que «la erosión del suelo se redujo enormemente y su fertilidad aumentó». Los beneficios medioambientales y económicos obtenidos, precisan los estudiosos, «compensan los inconvenientes detectados en cuanto a costes de recolección y posible compactación del suelo».
En un contexto agrario como el actual, en el que, en palabras de Gonzalo González Barberá, investigador del departamento de Conservación de Suelos y Agua del Cebas-CSIC, se «tiende demasiado a la simplificación», la línea seguida por Diverfarming parece enfilarse en un sentido contrario, que por otro lado es el que está marcando Europa, dentro de retos como el de 'Seguridad alimentaria, agricultura y silvicultura sostenibles, investigación marina, marítima y de aguas interiores y bioeconomía', del que forma parte. De ahí que este proyecto liderado por la UPCT, y financiado por el Programa Horizonte 2020 de la Comisión Europea, también cuenta con la participación de universidades (entre ellas la de Córdoba), centros de investigación y empresas de Italia, Reino Unido, Países Bajos, Alemania, Hungría, Suiza y Finlandia.
Los investigadores resumen las bondades detectadas de la diversificación citando «incrementos de los microorganismos beneficiosos en el suelo y de la retención de carbono, y reducciones en las emisiones de efecto invernadero». Estos son, precisan, los «principales beneficios ambientales hallados con esta práctica agrícola que aporta mayores ingresos al agricultor», de modo que «reduce sus riesgos ante el vaivén de precios en el mercado». Aunque, «eso sí», reconocen, «dificulta las tareas de recolección». Un inconveniente asumible si se opta por unas prácticas en línea con la nueva agricultura respetuosa y sostenible por la que apuesta Europa.
Para comprender bien el avance que suponen las investigaciones sobre diversificación de cultivos conviene conocer el mal que tratan de combatir. En la época de nuestros abuelos «se cumplían con los preceptos que hoy día conocemos como agricultura sostenible», de acuerdo con las explicaciones del ingeniero agrícola y productor mazarronero Sebastián Sánchez, muy volcado con estas prácticas en su propia explotación. Sin embargo, hace unas décadas irrumpió «la actual agricultura industrial basada en el monocultivo, con la que pasamos a depender de agroquímicos y semillas producidos por multinacionales».
Durante su conversación con este periodista hace unos meses para un reportaje en torno al plan 'De la granja a la mesa' de la Comisión Europea, que contempla que el 40% de los fondos europeos dedicados entre 2021 y 2027 a la política agraria contribuyan a la denominada acción por el clima, Sánchez aclaraba que con la tecnología y los conocimientos actuales ya resulta posible «aprovechar los recursos del planeta de forma sostenible». Cuando irrumpió en la segunda mitad del siglo XX la llamada «agricultura industrial» en Occidente, precisa Raúl Zornoza, investigador del proyecto Diverfarming, se consiguió «garantizar el suministro de alimentos a una población creciente, y se mejoró la rentabilidad de las explotaciones agrarias».
Ahora, en línea con la tesis de Sánchez, ya es posible encontrar otras vías, menos dañinas, para la labor más básica de la actividad humana: la búsqueda de alimentos.
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