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MARÍA JOSÉ CLIMENT MONDÉJAR
Lunes, 27 de abril 2020, 21:45
Cuando entro en casa me descalzo tal y como, con pandemia o sin ella, siempre se ha hecho en los países orientales al entrar a ... un lugar sagrado. Durante estos días, el gradiente de intensidad que mide el uso de nuestro espacio doméstico habitual ha llegado al máximo y, ¿quién de nosotros no está ideando hacer pequeñas modificaciones o mejoras de su hogar en estos días? Y es que, los espacios se proyectan mejor desde dentro. Es ahora el momento, considerando criterios experienciales límite, no cuando pasamos la mayor parte del día fuera de casa.
Aquí enumero algunas reflexiones propias sobre la domesticidad en la era del confinamiento:
Las restricciones son tajantes, ese espacio que creíamos compartir con los vecinos (azoteas en edificios de vivienda colectiva, patios interiores, etc.) resulta que no es de todos, no se puede utilizar libremente a menos que se establezcan turnos y haya consenso en la comunidad de propietarios. Pero, fuera consideraciones legales, qué bonito uso se está haciendo en algunos de estos espacios, olvidados hasta la fecha. Observo, desde mi balcón, cómo en otros edificios se hace ejercicio, se baila y se toma el sol en las azoteas. Sin duda alguna, los bloques de vivienda colectiva deberían, a partir de ahora, no solo ser soporte de maquinaria e instalaciones y considerar la potencia de estas terrazas. Incluso se deberían proyectar otros espacios libres a distinta altura y reflexionar sobre el significado de 'uso semiprivado'.
¿Es suficiente la relación de huecos respecto al resto de fachada opaca? Qué gusto da una buena ventana y que la luz del sol inunde nuestro hogar. Esto también afecta al planeamiento urbano y a la anchura de las nuevas calles. Sí, grandes ventanas, pero sin perder intimidad... Muchos, en el 'momento aplauso', os habréis percatado de que la ventana del vecino de al lado está más cerca de la vuestra de lo que pensabais.
La rigidez programática de nuestras viviendas no hace más que recalcarnos nuestra monotonía y la intensificación de nuestras rutinas: ahora toca comer, ahora leer un poco en el sofá y ahora, vete a dormir. Qué horror, siempre lo he dicho: necesitamos un espacio estrella, un espacio sorpresa... un lugar para que los distintos habitantes de la vivienda puedan encontrarse y ocuparlo con espontaneidad, desplegando en él actividades menos convencionales que escapen un poco de la rutina diaria... o incluso dónde poder hacer un poco de ejercicio o tocar un instrumento musical.
Siempre he querido que la cocina de mi casa fuera alguna otra cosa, suelo comer fuera o comprarme la comida hecha. Pero estos días me he reconciliado con la encimera. Ahora que prestamos más atención a los alimentos que comemos, es momento de reflexionar acerca de la relación que guardamos, a través de ellos, con la naturaleza. También de preguntarnos cual es la relación de esta actividad intensificada, la de cocinar, en nuestro espacio doméstico. Qué vínculo funcional guarda con otros espacios y la idoneidad de su ubicación.
Está claro que a todos nos encantaría disponer de espacios exteriores en nuestra residencia habitual, pero la extensión de las ciudades siguiendo el modelo de urbanismo de baja densidad es absolutamente insostenible. Hay urbanizaciones en nuestra Región que, albergando un pequeño número de habitantes, consumen más en instalaciones de abastecimiento de agua y gasolina que una cuarta parte de la ciudad de Murcia.
Estos días somos más conscientes del potencial de operatividad que tenemos desde nuestras viviendas, de que no es necesario movernos tanto para realizar nuestras actividades cotidianas y que, con una mejor coordinación urbana y ayuda entre todos, podemos hacer de esta situación inesperada, un momento para reflexionar sobre el uso que hacemos de los recursos naturales.
María José Climent Mondéjar es Doctora Arquitecta. Profesora de Expresión Gráfica y Proyectos Arquitectónicos en el Grado de Arquitectura de la UCAM y profesora en la Escuela Superior de Diseño de la Región de Murcia.
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