Borrar
El novelista murciano Ginés Sánchez mira por el cristal en la misma mesa del bar de Belluga donde escribió partes de su última obra, 'Mujeres en la oscuridad'. MARTÍNEZ BUESO
Ginés Sánchez: «Todos estamos vivos de milagro»

Ginés Sánchez: «Todos estamos vivos de milagro»

El ganador del Premio Tusquets 2013 vuelve a las librerías por la puerta grande con su obra más descomunal y cinematográfica, 'Mujeres en la oscuridad', una invitación a jugar «con 20 pelotas»

Lunes, 1 de octubre 2018

Para armar su último «monstruo», porque Ginés Sánchez (Murcia, 1967) es un creador de monstruos literarios, eligió la mesa de un bar de la plaza de la Catedral de Murcia. 'La Verdad' lo cita en el mismo lugar, El Portal de Belluga, cuando la novela, una de las novedades de Tusquets para despedir el verano, ya ha iniciado su andadura comercial. De librería en librería, de mano en mano, de ciudad en ciudad. Hoy en Murcia, mañana en Barcelona, pasado en Sevilla...

Esa mesa sigue ahí pegada al cristal. Él queda como un maniquí en el escaparate. Mira con familiaridad a la calle, pero le da la espalda al sol. Y es así, guarecido en su sombra, como empieza a dar forma a esa cosa portentosa de 592 páginas, 'Mujeres en la oscuridad', que arranca con una cita de Vega Cerezo ('Toda bestia herida necesita una pradera donde yacer con su daño', de 'Lo salvaje', Raspabook) y continúa con ellas, las tres protagonistas, huyendo:

« -No sé qué llevamos - dijo la mayor de las tres -, pero puedo imaginarme que es algo importante a la vista de cómo están las cosas. Y el problema es que parece ser algo que ellos quieren. Y que van a buscar. Tal vez no pase nada. Pero si pasa, puede ser lo peor, ¿entendéis?».

«El mundo lleva 4.000 años en manos de los hombres y está hecho una mierda. Las cosas como son»

-A la vista de todos, con un bloc y un bolígrafo, escribió 'Mujeres en la oscuridad'.

-El viejo estilo nunca falla.

-¿No sería más cómodo usar directamente el ordenador?

-Ahora estoy empezando a escribir en el ordenador, pero de aquí para atrás siempre escribía a mano. Por eso esto lleva un esfuerzo extra. El desarrollo de párrafos era tan brutal que realmente hacerlo a mano era demasiado. Con esta novela me he acostumbrado por primera vez a escribir directamente en el ordenador. Pero llegas a un fragmento en el que tienes que parar, irte de donde estés, y sentarte en casa a escribir a mano. Porque hay trozos que no salen de otra forma. Nadie lo entiende, yo el primero. Pero lo dicho: el viejo estilo nunca falla.

-No es algo que abunde entre los escritores de hoy...

-¡Por aquí paseando por Murcia no me he encontrado a ninguno! Tú estás haciendo tus cosas y no te ves, pero la imagen que pudiera tener la gente de mí concentrado, con mi mano izquierda escribiendo... debió resultar curiosa.

-Tres mujeres distintas. Y las tres corren de los hombres que las persiguen. Julia, catedrática en una universidad atraída solo por jovencitos. Miranda, una latina que trabaja en clubes selectos y desprecia el sexo. Tiff, veinteañera romántica que pincha una y otra vez en sus relaciones. Tres mujeres tristes y solas buscando algo de luz en sus vidas. Y a punto de rebelarse. ¿Cuándo descubre que tiene un buen argumento para empezar a hacer el esfuerzo de escribir la historia?

-A veces lo que uno ha pensado al principio y el resultado final no coinciden en absoluto. ¿El día en que se me ocurre la idea? En realidad, es una idea que ya me rondaba. Pero hablas con el editor, tú te pones a escribir, y lo primero que le preguntas al personaje es: ¿Quién eres? Después hay que empezar a trepar por él, él empieza a irse por sitios... y a veces encuentras que todo eso que le ha pasado es mucho mejor que todo lo que habías pensado, con lo cual hay que cambiar la historia entera, porque no vas a desperdiciar eso. Hay un momento, cuando el proceso creativo está muy avanzado, en mi caso fue con las dos terceras partes del trabajo hecho, en el que sí sabes cómo quieres que sea la novela.

«Estoy en proceso de domesticación de mí mismo. Esta novela es, en el fondo, muy de sociedad monstruo. Ese punto salvaje, desbarrado, de la naturaleza humana»

-¿Cuántos años conlleva eso?

-Esta novela lleva un par de años de trabajo. Cuando se publicó 'Dos mil noventa y seis' -enero de 2017- estaba trabajando en 'Mujeres en la oscuridad'. Una primera vuelta, retocas, retomas... ¡Un desastre mental!

-La novela tiene cuatro páginas de índice y, como en una serie de televisión, cada una de las cuatro partes tiene sus episodios. 'Donde Julia se despide de Hugo y después planta un nuevo jacinto'; 'De Tiff siendo manipulada por Liliana y luego escapándose al amanecer'; 'De Miranda regresando al amanecer y con mucho dolor'... Tres personajes en su mundo. Hasta que se cruzan. ¿Escribió de forma intercalada?

-Saltar de una historia a otra es muy complicado. Yo escribí todo el eje, y después fui con cada una. Hice todos los capítulos de Julia, y así pasó con Tiff y con Miranda. Soy muy cuidadoso con las voces. Cada historia tiene su propio ritmo, y eso hay que cuidarlo. O de lo contrario solo consigues interferencias. Son cuatro voces en realidad. La voz de cada una, y la voz de las tres juntas. Cuando logras el armazón haces cada voz; te tienes que desintoxicar antes de ir de una a otra. En 'Lobisón', mi primera novela [por la que recibió en 2012 el premio Nuevo Talento Fnac], el cronista principal tiene una voz muy particular. Y luego están las cartas que le escribía su padre. Ahí era imposible. La voz de Adrián era tan peculiar que no podía escribir una carta, tenía que esperarme un par de días para salir de ese rollo.

- ¿Cómo convenció al editor para considerar que esta novela es la mejor hasta ahora?

-Yo pretendía hacer inicialmente algo diferente. Una cosa como más modesta. Hasta que en un momento dado me propone hacer algo más hermoso. La editorial me pide que salga de la zona de confort para hacer algo hermoso. Yo estoy bastante contento, la verdad. Porque en ese momento es cuando empiezo a entrecruzar las historias, y a generar el poso de fondo que tiene, que en la idea original no estaba. Volví a sentarme en el taller de pensar, y armé el fondo, que lo cambia todo.

- Una historia más modesta es más corta. Pero le piden lo contrario, pese a que hoy se llevan los libros mínimos...

-Es verdad. Rulfo hablaba de que a la hora de construir un texto están los tiempos muertos, un espacio vacío. En este capítulo va a pasar esto y esto, pero por enmedio hay cosas. En 'Lobisón' y en 'Los gatos pardos' [IX Premio Tusquets Editores de Novela 2013], los tiempos muertos los suprimí. Sin embargo, en 'Mujeres en la oscuridad' es al revés. Me dije: vamos a rellenar los tiempos muertos y a hacer juegos dentro de ellos. Tengo la sensación de que voy siempre con el pie cambiado. A veces pienso que hago lo contrario a todo el mundo. Y mientras el editor esté contento, yo también.

«Todos llevamos máscaras, todos tenemos una cierta capacidad psicopática para expresar una cosa y pensar otra»

-La primera impresión es que ha disfrutado escribiendo, que no se ha privado en el uso del diccionario. Ana Rodríguez Fischer dice que por momentos roza el barroquismo, y que, en efecto, la lectura es «deuna exigencia poco común en nuestro panorama narrativo». Una invitación a jugar desde el inicio.

-He disfrutado, sí, pero he sufrido mucho también. Pero no me he cortado con las palabras. Sufres porque tú empiezas a hacer juegos malabares, y es divertido. Pero si estás haciendo juegos malabares con 20 pelotas, tienes 20 posibilidades de que se te caigan. No es lo mismo que con tres pelotas. Siempre hay esa tensión. Claro que disfruto, porque hay muchos juegos dentro de los juegos. Mi novia, Cristina Morano, me decía que por qué hacía eso, convencida de que la mitad de los juegos no los iba a coger nadie.

-Pero hay lectores caprichosos e impacientes por jugar.

-Algunos juegos pueden resultar complicados, y espero que al menos si no se entienden que se disfrute con la lectura. Cuando lees a Cortázar no sabes exactamente qué hace, pero te lo pasas bien, porque es bonito lo que hace.

-A Cristina Morano, poeta y diseñadora gráfica, dedica este libro [«¿Viste que llegamos?»]. ¿Qué le debe a ella?

-En esta novela prácticamente todo. Si alguien tiene que reprocharme algo, que la llamen a ella. En el proceso de formación de la idea, tú coges a tu pareja y le revientas la cabeza hablándole de lo mismo, y yo la he llevado destrozada. A mí Cristina me ayuda muchísimo, porque tiene visión de conjunto, y conocimiento.

Diez años en el extranjero

«Me tiré siete meses en la isla de 'El cartero'»

Ginés Sánchez es a menudo incluido en el grupo de los llamados «narradores de la desolación». Tiene vínculos con la pedanía murciana de Cabezo de Torres. De ahí es oriunda su familia, aunque el paisaje que más le acompañó en su infancia es la tierra dura y los árboles retorcidos de Los Almagros y Fuente Álamo. Estudió Derecho en la Universidad de Murcia, montó su propio despacho profesional en Murcia y con treinta y pocos su vida ya estaba encarrilada. Una vida cualquiera, debía pensar. Porque la idea de escapar le rondaba desde que era párvulo. Hasta que lo dejó todo. Y comenzó una vida de nómada, trabajador aquí y allá, en oficios variopintos. Dio unas cuantas vueltas al mundo, de modo que tiene «muchos paisajes metidos en la cabeza».

-¿A qué se debió ese giro inesperado a su propia vida? ¿Fue una huida planificada?

-Ya estaba empezando a escribir entonces. Fue algo que estaba pensado desde siempre. Tenía 33 años. Y ya con 20 años lo decía. Estás atrapado en un mundo muy sólido, o muy hecho, con una serie de responsabilidades... Tenía mi propio despacho, llevaba temas de separaciones, familias... Iba razonablemente bien. Ya con treinta y pico años te has abierto camino, y tienes el sitio más o menos hecho, y un día te levantas y en la ducha piensas: 'Y cuando llegue al juez tengo que decirle... y cuando vuelva al despacho tengo que...' ¿Es esto lo que quieres hacer los próximos 20 años?, me dije.

-Estuvo casi diez años viviendo en el extranjero. ¿Cuál fue el primer lugar al que se dirigió para romper la rutina?

-El primer sitio a donde voy es a la isla donde se filmó la mayor parte de la película 'El cartero', la isla Salina, en las Eolias, al norte de Sicilia. Allí me tiré seis o siete meses, no conocía a nadie. Esto es muy particular de mí, y es la demostración de que todos estamos vivos de milagro, y en mi caso más. Porque yo allí no conocía a nadie. Aterricé una noche en Palermo, sin conocer a nadie y sin hotel, y al primer taxista le dije: «¡Llévame a un hotel!». Y aquí estamos.

-¿Nunca pensó en anclarse a algunos de esos lugares?

-Pasé temporadas, y de repente un día te cansas. Sin esperarlo. Un día estaba en La Habana y tenía los billetes para seguir a México, y volví a España sin pisar México. Un día dices: me he cansado. Y volví.

-¿Qué aprendió?

-Pasé ratos de tristeza y ratos divertidos. Si fuese ahora, creo que sería diferente porque soy una persona distinta, y creo que lo aprovecharía mejor.

Lo que más disfruta

«Escribiendo lonchas de vida y finales abiertos»

El novelista murciano trata de contar cosas reales. Disfruta exportando retales, retazos o, como él dice, «lonchas de vida». Que queden finales abiertos. Porque la vida siempre está abierta, hasta que te mueres. «Llega el protagonista, salva a la chica y se van en el velero... Pero al día siguiente tienen que levantarse para hacer el desayuno, y la vida sigue. Lo que me interesa a mí es lo que pasa a partir del rescate», cuenta a 'La Verdad'.

-¿Qué es lo que más sigue admirando del ser humano?

-Lo que más me sorprende es lo que me decepciona en determinados momentos. Los seres humanos, individualmente, todos son buena gente. El 95% lo único que quiere es vivir tranquilo, llevar una mínima dignidad. Pero en grupo, el ser humano se transforma. Yo estoy en un proceso de domesticación de mí mismo. Yo escribo monstruos, pero no puedes estar siempre haciendo lo mismo. Te buscas excusas para buscar al monstruo en otros sitios, y así los personajes principales son también secundarios. Esta novela, en el fondo, es muy de sociedad monstruo. Ese punto salvaje, desbarrado, de la naturaleza del hombre.

-¿De qué personajes de sus novelas le gustaría que el lector conociera una segunda parte?

-Me gustaría hacerlo de 'Los gatos pardos', cogerlos a los tres y hacer una segunda parte. En la propia historia está contado el final de algunos de ellos, pero hay varios 'spin off'. Podría ser muy divertido.

-¿Le gusta que le hablen de la narrativa de la desolación?

-No entiendo de eso. Esta es mi quinta novela, y las cinco son distintas. ¡Trato de volver loco a todo el mundo! (ríe). En 'Dos mil noventa y seis' y en 'Entre los vivos', si quieres desolación, te vas a hinchar. Mis personajes dejan un poso de tristeza, pero son supervivientes, y muy duros. Luchan y luchan por mantener viva una parte de ellos, y al final siempre consiguen escaparse.

-Vivimos en un mundo afectivo variable y muy acelerado, donde se cuestionan continuamente las relaciones. En 'Mujeres en la oscuridad' los hombres que participan, excepto excepciones, tienen conductas machistas. ¿Qué quería hacer ver al lector?

-Yo no he pensado lo mismo en todos los momentos de mi vida. Entiendo que a una mujer le pasa exactamente lo mismo, una mujer también cambia de pensamiento y de forma de sentir la vida. Cada mujer es un universo en sí mismo, qué más da que seas hombre o mujer. Es como si te preguntan: ¿Y qué has sentido al escribir sobre un personaje negro o blanco? El concepto feminista no lo tengo claro. Si se avanza en la novela se ve que hay una situación de empoderamiento y de rebelión, pero el mundo lleva 4.000 años en manos de los hombres y está hecho una mierda, las cosas como son. Y ellas llegan a la conclusión de que si lo llevasen las mujeres, quizás sería distinto. El género preponderante ha sido el hombre. Asómate al Telediario y verás cómo está el mundo.

-¿Cómo condiciona la actualidad su manera de escribir?

-En un momento dado hubo que tomar una determinación. Tenía a esas tres chicas, y pensé otorgarle a una de ellas un contenido más activista, pero los personajes ya estaban armados, y no quería deformarlos. Ese concepto está bien, pero para las siguientes novelas, para lo que escriba después, y puede ser interesante profundizar en eso. Aquí los personajes tenían su vida hecha.

-¿Qué noticias le remueven?

-He estado escribiendo en 'La Verdad' un par de años y yo el concepto cacique lo llevo bastante mal. No tengo una ideología clara, y si la tuviera dejaría de pensar por mí mismo, pero la sensación de ver a políticos que no les interesa lo que están haciendo, eso es lo que me indigna. Ese juego secreto de los políticos. Gente que a la cara te puede decir una cosa y por detrás piensa: 'Lo que te estoy haciendo, tío'.

-Ese juego de máscaras también está en sus personajes.

-En esta última novela es donde más obvio es, sobre todo en los personajes secundarios. Todos llevamos máscaras, todos tenemos una cierta capacidad psicopática para expresar una cosa y estar pensando otra.

-¿Cree que Murcia está en la periferia de este mundo?

-La Región es un poco como Canarias. Vamos siempre un par de horas tarde. Los murcianos no queremos que nos calienten la cabeza. Nos gusta estar al margen. Los cambios nos afectan, sí, pero de forma tangencial. Lo mismo es que mis personajes son murcianos, no lo había pensado nunca. Esta es la primera vez que los personajes tienen preocupaciones burguesas, que están preocupados por su felicidad.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Ginés Sánchez: «Todos estamos vivos de milagro»