![Ginés Sánchez: «Todos estamos vivos de milagro»](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/la_verdad_2017/noticias/201809/29/media/cortadas/129484157--624x960-k34D-U6010735010825YG-624x385@La%20Verdad.jpg?uuid=c08863aa-c5b7-11e8-a55a-961b838e9941)
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Para armar su último «monstruo», porque Ginés Sánchez (Murcia, 1967) es un creador de monstruos literarios, eligió la mesa de un bar de la plaza de la Catedral de Murcia. 'La Verdad' lo cita en el mismo lugar, El Portal de Belluga, cuando la novela, una de las novedades de Tusquets para despedir el verano, ya ha iniciado su andadura comercial. De librería en librería, de mano en mano, de ciudad en ciudad. Hoy en Murcia, mañana en Barcelona, pasado en Sevilla...
Esa mesa sigue ahí pegada al cristal. Él queda como un maniquí en el escaparate. Mira con familiaridad a la calle, pero le da la espalda al sol. Y es así, guarecido en su sombra, como empieza a dar forma a esa cosa portentosa de 592 páginas, 'Mujeres en la oscuridad', que arranca con una cita de Vega Cerezo ('Toda bestia herida necesita una pradera donde yacer con su daño', de 'Lo salvaje', Raspabook) y continúa con ellas, las tres protagonistas, huyendo:
« -No sé qué llevamos - dijo la mayor de las tres -, pero puedo imaginarme que es algo importante a la vista de cómo están las cosas. Y el problema es que parece ser algo que ellos quieren. Y que van a buscar. Tal vez no pase nada. Pero si pasa, puede ser lo peor, ¿entendéis?».
-El viejo estilo nunca falla.
-Ahora estoy empezando a escribir en el ordenador, pero de aquí para atrás siempre escribía a mano. Por eso esto lleva un esfuerzo extra. El desarrollo de párrafos era tan brutal que realmente hacerlo a mano era demasiado. Con esta novela me he acostumbrado por primera vez a escribir directamente en el ordenador. Pero llegas a un fragmento en el que tienes que parar, irte de donde estés, y sentarte en casa a escribir a mano. Porque hay trozos que no salen de otra forma. Nadie lo entiende, yo el primero. Pero lo dicho: el viejo estilo nunca falla.
-¡Por aquí paseando por Murcia no me he encontrado a ninguno! Tú estás haciendo tus cosas y no te ves, pero la imagen que pudiera tener la gente de mí concentrado, con mi mano izquierda escribiendo... debió resultar curiosa.
-A veces lo que uno ha pensado al principio y el resultado final no coinciden en absoluto. ¿El día en que se me ocurre la idea? En realidad, es una idea que ya me rondaba. Pero hablas con el editor, tú te pones a escribir, y lo primero que le preguntas al personaje es: ¿Quién eres? Después hay que empezar a trepar por él, él empieza a irse por sitios... y a veces encuentras que todo eso que le ha pasado es mucho mejor que todo lo que habías pensado, con lo cual hay que cambiar la historia entera, porque no vas a desperdiciar eso. Hay un momento, cuando el proceso creativo está muy avanzado, en mi caso fue con las dos terceras partes del trabajo hecho, en el que sí sabes cómo quieres que sea la novela.
-Esta novela lleva un par de años de trabajo. Cuando se publicó 'Dos mil noventa y seis' -enero de 2017- estaba trabajando en 'Mujeres en la oscuridad'. Una primera vuelta, retocas, retomas... ¡Un desastre mental!
-Saltar de una historia a otra es muy complicado. Yo escribí todo el eje, y después fui con cada una. Hice todos los capítulos de Julia, y así pasó con Tiff y con Miranda. Soy muy cuidadoso con las voces. Cada historia tiene su propio ritmo, y eso hay que cuidarlo. O de lo contrario solo consigues interferencias. Son cuatro voces en realidad. La voz de cada una, y la voz de las tres juntas. Cuando logras el armazón haces cada voz; te tienes que desintoxicar antes de ir de una a otra. En 'Lobisón', mi primera novela [por la que recibió en 2012 el premio Nuevo Talento Fnac], el cronista principal tiene una voz muy particular. Y luego están las cartas que le escribía su padre. Ahí era imposible. La voz de Adrián era tan peculiar que no podía escribir una carta, tenía que esperarme un par de días para salir de ese rollo.
-Yo pretendía hacer inicialmente algo diferente. Una cosa como más modesta. Hasta que en un momento dado me propone hacer algo más hermoso. La editorial me pide que salga de la zona de confort para hacer algo hermoso. Yo estoy bastante contento, la verdad. Porque en ese momento es cuando empiezo a entrecruzar las historias, y a generar el poso de fondo que tiene, que en la idea original no estaba. Volví a sentarme en el taller de pensar, y armé el fondo, que lo cambia todo.
-Es verdad. Rulfo hablaba de que a la hora de construir un texto están los tiempos muertos, un espacio vacío. En este capítulo va a pasar esto y esto, pero por enmedio hay cosas. En 'Lobisón' y en 'Los gatos pardos' [IX Premio Tusquets Editores de Novela 2013], los tiempos muertos los suprimí. Sin embargo, en 'Mujeres en la oscuridad' es al revés. Me dije: vamos a rellenar los tiempos muertos y a hacer juegos dentro de ellos. Tengo la sensación de que voy siempre con el pie cambiado. A veces pienso que hago lo contrario a todo el mundo. Y mientras el editor esté contento, yo también.
-He disfrutado, sí, pero he sufrido mucho también. Pero no me he cortado con las palabras. Sufres porque tú empiezas a hacer juegos malabares, y es divertido. Pero si estás haciendo juegos malabares con 20 pelotas, tienes 20 posibilidades de que se te caigan. No es lo mismo que con tres pelotas. Siempre hay esa tensión. Claro que disfruto, porque hay muchos juegos dentro de los juegos. Mi novia, Cristina Morano, me decía que por qué hacía eso, convencida de que la mitad de los juegos no los iba a coger nadie.
-Algunos juegos pueden resultar complicados, y espero que al menos si no se entienden que se disfrute con la lectura. Cuando lees a Cortázar no sabes exactamente qué hace, pero te lo pasas bien, porque es bonito lo que hace.
-A Cristina Morano, poeta y diseñadora gráfica, dedica este libro [«¿Viste que llegamos?»]. ¿Qué le debe a ella?
-En esta novela prácticamente todo. Si alguien tiene que reprocharme algo, que la llamen a ella. En el proceso de formación de la idea, tú coges a tu pareja y le revientas la cabeza hablándole de lo mismo, y yo la he llevado destrozada. A mí Cristina me ayuda muchísimo, porque tiene visión de conjunto, y conocimiento.
Ginés Sánchez es a menudo incluido en el grupo de los llamados «narradores de la desolación». Tiene vínculos con la pedanía murciana de Cabezo de Torres. De ahí es oriunda su familia, aunque el paisaje que más le acompañó en su infancia es la tierra dura y los árboles retorcidos de Los Almagros y Fuente Álamo. Estudió Derecho en la Universidad de Murcia, montó su propio despacho profesional en Murcia y con treinta y pocos su vida ya estaba encarrilada. Una vida cualquiera, debía pensar. Porque la idea de escapar le rondaba desde que era párvulo. Hasta que lo dejó todo. Y comenzó una vida de nómada, trabajador aquí y allá, en oficios variopintos. Dio unas cuantas vueltas al mundo, de modo que tiene «muchos paisajes metidos en la cabeza».
-Ya estaba empezando a escribir entonces. Fue algo que estaba pensado desde siempre. Tenía 33 años. Y ya con 20 años lo decía. Estás atrapado en un mundo muy sólido, o muy hecho, con una serie de responsabilidades... Tenía mi propio despacho, llevaba temas de separaciones, familias... Iba razonablemente bien. Ya con treinta y pico años te has abierto camino, y tienes el sitio más o menos hecho, y un día te levantas y en la ducha piensas: 'Y cuando llegue al juez tengo que decirle... y cuando vuelva al despacho tengo que...' ¿Es esto lo que quieres hacer los próximos 20 años?, me dije.
-El primer sitio a donde voy es a la isla donde se filmó la mayor parte de la película 'El cartero', la isla Salina, en las Eolias, al norte de Sicilia. Allí me tiré seis o siete meses, no conocía a nadie. Esto es muy particular de mí, y es la demostración de que todos estamos vivos de milagro, y en mi caso más. Porque yo allí no conocía a nadie. Aterricé una noche en Palermo, sin conocer a nadie y sin hotel, y al primer taxista le dije: «¡Llévame a un hotel!». Y aquí estamos.
-Pasé temporadas, y de repente un día te cansas. Sin esperarlo. Un día estaba en La Habana y tenía los billetes para seguir a México, y volví a España sin pisar México. Un día dices: me he cansado. Y volví.
-Pasé ratos de tristeza y ratos divertidos. Si fuese ahora, creo que sería diferente porque soy una persona distinta, y creo que lo aprovecharía mejor.
El novelista murciano trata de contar cosas reales. Disfruta exportando retales, retazos o, como él dice, «lonchas de vida». Que queden finales abiertos. Porque la vida siempre está abierta, hasta que te mueres. «Llega el protagonista, salva a la chica y se van en el velero... Pero al día siguiente tienen que levantarse para hacer el desayuno, y la vida sigue. Lo que me interesa a mí es lo que pasa a partir del rescate», cuenta a 'La Verdad'.
-Lo que más me sorprende es lo que me decepciona en determinados momentos. Los seres humanos, individualmente, todos son buena gente. El 95% lo único que quiere es vivir tranquilo, llevar una mínima dignidad. Pero en grupo, el ser humano se transforma. Yo estoy en un proceso de domesticación de mí mismo. Yo escribo monstruos, pero no puedes estar siempre haciendo lo mismo. Te buscas excusas para buscar al monstruo en otros sitios, y así los personajes principales son también secundarios. Esta novela, en el fondo, es muy de sociedad monstruo. Ese punto salvaje, desbarrado, de la naturaleza del hombre.
-Me gustaría hacerlo de 'Los gatos pardos', cogerlos a los tres y hacer una segunda parte. En la propia historia está contado el final de algunos de ellos, pero hay varios 'spin off'. Podría ser muy divertido.
-No entiendo de eso. Esta es mi quinta novela, y las cinco son distintas. ¡Trato de volver loco a todo el mundo! (ríe). En 'Dos mil noventa y seis' y en 'Entre los vivos', si quieres desolación, te vas a hinchar. Mis personajes dejan un poso de tristeza, pero son supervivientes, y muy duros. Luchan y luchan por mantener viva una parte de ellos, y al final siempre consiguen escaparse.
-Yo no he pensado lo mismo en todos los momentos de mi vida. Entiendo que a una mujer le pasa exactamente lo mismo, una mujer también cambia de pensamiento y de forma de sentir la vida. Cada mujer es un universo en sí mismo, qué más da que seas hombre o mujer. Es como si te preguntan: ¿Y qué has sentido al escribir sobre un personaje negro o blanco? El concepto feminista no lo tengo claro. Si se avanza en la novela se ve que hay una situación de empoderamiento y de rebelión, pero el mundo lleva 4.000 años en manos de los hombres y está hecho una mierda, las cosas como son. Y ellas llegan a la conclusión de que si lo llevasen las mujeres, quizás sería distinto. El género preponderante ha sido el hombre. Asómate al Telediario y verás cómo está el mundo.
-En un momento dado hubo que tomar una determinación. Tenía a esas tres chicas, y pensé otorgarle a una de ellas un contenido más activista, pero los personajes ya estaban armados, y no quería deformarlos. Ese concepto está bien, pero para las siguientes novelas, para lo que escriba después, y puede ser interesante profundizar en eso. Aquí los personajes tenían su vida hecha.
-¿Qué noticias le remueven?
-He estado escribiendo en 'La Verdad' un par de años y yo el concepto cacique lo llevo bastante mal. No tengo una ideología clara, y si la tuviera dejaría de pensar por mí mismo, pero la sensación de ver a políticos que no les interesa lo que están haciendo, eso es lo que me indigna. Ese juego secreto de los políticos. Gente que a la cara te puede decir una cosa y por detrás piensa: 'Lo que te estoy haciendo, tío'.
-En esta última novela es donde más obvio es, sobre todo en los personajes secundarios. Todos llevamos máscaras, todos tenemos una cierta capacidad psicopática para expresar una cosa y estar pensando otra.
-La Región es un poco como Canarias. Vamos siempre un par de horas tarde. Los murcianos no queremos que nos calienten la cabeza. Nos gusta estar al margen. Los cambios nos afectan, sí, pero de forma tangencial. Lo mismo es que mis personajes son murcianos, no lo había pensado nunca. Esta es la primera vez que los personajes tienen preocupaciones burguesas, que están preocupados por su felicidad.
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