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De esto sí está segura: «Son reales los trigos del verano y los pájaros que pican el fruto de la higuera. También lo es la ... mirada precisa del amor». Qué emoción se expande por la estancia cuando Dionisia García (Fuente-Álamo, Albacete, 1929), afincada en Murcia desde hace décadas, recita estos versos de su poema 'Sin testigos'. Una historia sobre la fragilidad de la vida, los caprichos del destino, la belleza desperdiciada. Estos son algunos momentos del poema: «Sus ojos eran claros, con luces de la dicha. / El resto de su rostro se ocultaba / tras un ramo de lirios que entregaría pronto / en el número seis de una calle desierta. / Ese era su quehacer, mensajero de flores. / Un trabajo sencillo y perfumado / para manos dispuestas, pies ligeros... / Un viento desalmado maltrataba los lirios, / que el muchacho protege y amortigua. / Inesperadamente, irrumpe un automóvil. / Palpita y se alborota un corazón pequeño. / De bruces en la acera, lágrimas y alegría. / Los lirios esparcidos engrandecen la calle». Silencio. 'Sin testigos' es uno de los poemas incluidos en su nuevo libro, 'Mientras dure la luz', publicado por Renacimiento al igual que buena parte de su obra, incluido el volumen 'Atardece despacio. Poesía completa. 1976-2017'.
Cuando Dionisia García, también autora de libros de relatos y maestra de poetas, da vida con su propia voz a lo que previamente escribe sin prisa alguna, con exquisito mimo y procurando el sosiego interior, huyendo de los ruidos infernales y de las garras de la crispación, es difícil no quedarte muy atento.
Sin aspaviento alguno, esta mujer admirada por su escritura y querida en lo profundo por gentes de todas las edades, y que ahora se enfrenta a un momento muy difícil de su vida tras la muerte de su fiel compañero y padre de sus hijos, Salvador M. Busutil, considera que «el arte y la poesía nos salvan de muchas cosas. Para mí, escribir un poema es un momento de luz, no sé si útil, pero valiosísimo». Hay en su escritura sinceridad poética, huellas de lo leído y lo vivido y cantos necesarios al hecho de estar vivos.
A veces, reconoce «también yo me siento culpable de que no nos inmutemos ante el horror, de que no nos importemos unos a otros, de que no acabemos entre todos con la barbarie; no, no somos inocentes».
No se deja vencer por el desánimo, no se acomoda a las derrotas, ni en la vida ni en la poesía, y reconoce que «este mundo en el que estamos tan desencantados es también muy hermoso». Una hermosura que ha encontrado en las personas y en los lugares que le han hecho feliz, y en la poesía que, como enseña Machado –vuelvo a él con mucha frecuencia, reconoce–, te acerca a través de su lenguaje a lo que no sabes».
Y está asombrada «porque no he perdido el ímpetu. Quizás ahora, con los años, sea una persona mucho más serena, pero el ímpetu no me ha abandonado. Y estoy expectante pensando hasta cuándo va a durar este deseo de escribir, porque el día en que la fuente se seque yo pienso dejarlo». Lo dice con calma esta mujer cuya familia atiende como el mayor tesoro, que dibuja poemas que cuando se leen provocan una emoción placentera y nada avasalladora, y que concibe la poesía «como disfrute y como sacrificio, como goce y como entrega». Amiga de poetas y amiga que cuenta con muchísimos amigos, a los que cuida con paciencia monacal y mano firme y cálida, esta autora «apacible, elegante, que gusta y sabe pasar discretamente por la vida», como la define el inconfundible escritor cartagenero José María Álvarez, es una enamorada de la memoria y los recuerdos, si bien jamás se queda anclada en la nostalgia y se adentra, curiosa, en el futuro.
A los que sufren el mal terrible del olvido y a los desterrados del mundo de los afectos recíprocos, les dedica este deseo: «Confío en que tendrán algún momento de lucidez en el que puedan, incluso en la total oscuridad, apreciar una puesta de sol, un palabra amiga, un gesto de cariño...».
«Tiendo a resurgir de la adversidad», dice Dionisia García, que echa de menos «momentos de infancia en los cuales solo se vivía. Lugares. Sobre todo personas que no veré...», y a quien los temas que aborda en su poesía se le «imponen con frecuencia dado el 'almacenamiento' mental y la mirada interior y exterior». Hoy, abraza esta certeza: «El ahora, el instante».
–¿Qué le ha compensado más y dado sentido a su vida?
–Los afectos tienen la primacía, en sus diversas manifestaciones. Trabajo y amor sería la respuesta más atinada.
La poeta sigue sin entender «aquello por lo cual hay que apostar, el misterio». «¿Usted ve el aire?», me pregunta y le pregunta a al lector. «Sin embargo, es principio de vida», se responde. En su poema 'La respuesta en nosotros', escribe: «En tanto desconcierto me atrevo a suplicar / que vengan los profetas o que alguien / nos diga dónde vamos». Y ella, ¿qué sospechas e intuiciones tiene?, ¿cómo contempla el futuro? «Creo que estamos entrando en una nueva civilización. El mundo está conmocionado. Las generaciones venideras advertirán los cambios».
En otro de sus poemas de 'Mientras dure la luz', 'Lectura', se refiere al 'Corazón de Dios'. ¿Cómo es, según su experiencia? «Es una referencia citada por Carlos Pujol en su poesía. El poema 'Lectura' fue evocación de aquel acto en el Museo, fallecido el poeta. La expresión 'Corazón de Dios' me parece excelsa. Ya me gustaría experimentar esa cercanía...».
–¿De qué se arrepiente?
–De todo cuanto pude hacer no conveniente. Sobre todo ciertas actitudes que podían dañar a las personas.
–¿Cómo acercarnos a los otros?
–Con grandeza de corazón; o, al menos, con educada cordialidad.
–¿Dónde encontrar belleza?
–En la naturaleza, en el arte; en la mirada de una persona, la sonrisa de un niño... Fundamentalmente, la belleza está en los ojos del que mira.
Le comento a Dionisia García que en estos versos de 'Lo inerte' leemos: «Quién pudiera intuir y penetrar lo solo; / saber qué hace la rosa en el búcaro verde / cuando no la contemplo, y qué tus versos últimos; / entre los ecos, sus palabras». Y, seguidamente, le pregunto:
–¿Siguen intactas la curiosidad y el anhelo de comprender?
–La búsqueda, la curiosidad, el aprender algo cada día siguen en pie, sí.
He aquí otros nuevos versos, que son motivo de celebración: «Se suceden los ritmos naturales. / Se entreabre la flor que ayer no era / y se mueve la yerba en un campo de luces». Como también llegan sin pedir permiso la vejez y el andar pausado.
–¿Cómo está viviendo esta etapa de su vida?
–Con alegría medida y aceptación de las limitaciones. Desde la ventana miro los árboles, y oigo el gorjeo de los pájaros.
–«Abracemos lo incierto. Es la batalla nuestra». ¿Qué más batallas merecen ser libradas?
–Todas aquellas que estén encaminadas a mejorar la convivencia y el entendimiento entre las personas.
Reconoce Dionisia García, en forma de versos: «No ignoro la posible rendición; / tampoco quiero guarecerme / en las lejanas luces de otra época...».
–¿Teme a la muerte?
–Temo a la muerte hasta donde se teme lo desconocido. Como creyente, confío y espero.
–El poema 'De lo inolvidable' se lo dedica usted a su marido, Salvador M. Busutil, fallecido recientemente. En él escribe: «... humedecido el rostro, lluvia fina / abrigaba el corazón de una incierta aventura que mereció la pena».
–Sí, fue en aquella romería donde sellamos nuestro compromiso, que ha durado toda una vida.
–«Mi corazón consiente, y duda, y ríe...», dice otro verso suyo. ¿Cómo está hoy?
–Contestando a sus preguntas, que no son nada fáciles.
Y Dionisia García sonríe. Sobriamente. Cortésmente. Pocas palabras. Dejándose el dolor para ella sola. Suavemente se guarda para sí el luto y la zozobra cuando esta se hace presente, sin avisar. Es entonces cuando se pone en manos de estos versos de Fray Luis de León: «El aire se serena / y viste de hermosura y luz no usada». Lo afirma Alfonso Levy en el prólogo de 'Mientras dure la luz', que ella dedica al también escritor Ginés Aniorte: «Existe una serenidad de la belleza y una belleza de la serenidad; esta última bendice la obra de Dionisia García, una voz de contención clásica, y elegancia en el dolor, que solo alcanza a aquellos que no conocen la queja y regresan del silencio».
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