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Clara Janés (Barcelona, 1940), miembro de la Real Academia de la Lengua Española, autora de una veintena de libros de poesía, Premio Nacional de Traducción ... en 1997, es «una incondicional de Murcia». Su nombre está siempre en boca de los círculos poéticos, que la invocan y la veneran como a una diosa del amor de la Antigüedad. «Con Dionisia García hablo muchísimo, con Soren [Peñalver] cuando se presta también», ríe al otro lado del teléfono dispuesta a conversar sobre su último libro, 'Camino de Sardes. Logos bifronte' (Los Libros del Innombrable, 2020), un volumen editado en Zaragoza por Raúl Herrero en el que la adorada poeta se pregunta: ¿Qué es el amanecer cuando no hay amanecer?
La figura del místico sufí murciano Ibn Arabí (Murcia, 1165-Damasco, 1240), habilidoso en el manejo de la mística, la filosofía y la poesía, es crucial en 'Camino de Sardes'. «Este libro, en realidad, viene de una obsesión que tengo desde la infancia sobre la luz. Según la luz, yo de niña tenía un humor u otro», cuenta a LA VERDAD. «Me preguntaba con frecuencia qué sería de la gente que vive en el norte, que tiene momentos en que la luz va alargando casi todo el día, y momentos de gran oscuridad. Empecé a investigar, pero yo ya tenía a un poeta favorito, el mayor de los líricos suecos, Gunnar Ekelöf (1907-1968), que muy pronto justamente se enamora de Ibn Arabí, hasta tal punto que se va a Inglaterra y estudia árabe, persa y turco. Y, además, se inventa un alfabeto que nadie comprende, para «esconder» sus poemas y que no entiendan lo que escribe. Eso sería durante un tiempo. Hace sus viajes... y en Turquía, en una iglesia [la capilla del palacio de Blanquernas de Estambul], tiene como una especie de revelación [la inspiración estaba respaldada por la epopeya 'Digenis Akritas'] que le mueve a escribir diecisiete poemas. Era el comienzo de 'Diwan', que es su trilogía, importantísima, que está formada primero por 'El príncipe Emgión', luego 'La leyenda de Fatumeh' y tercero, 'Guía para el averno', que es una historia contada de manera poética, una preciosidad. Y todo viene por ese impulso hacia Ibn Arabí, que le hizo estudiar estos idiomas». Todo por versos como estos del sufí murciano a propósito de las doncellas: «Cualquier paraje en que desciendan se convierte / por las bellas en jardín de pavos reales. / Cuando abandonan un lugar, la tierra se cubre con los sepulcros de sus amantes».
Autora. Clara Janés.
Título. 'Camino de Sardes. Logos bifronte'. Ensayo. [La foto de cubierta es un 'collage' de Rafael Hortal según idea del poeta murciano Soren Peñalver, donde aparecen Gunnar Ekelöf y Clara Janés cuando era una niña).
Editorial. Los Libros del Innombrable. Zaragoza, 2020. 227 páginas.
Precio. 17 euros.
Ibn Arabí ('Los engarces de la sabiduría', 'Las contemplaciones de los misterios', 'Las iluminaciones de La Meca'), llamado «hijo de Platón», infundió especial significado a la palabra qalb (corazón), «que definiría como el órgano del conocimiento visionario». «Por supuesto que es el lugar donde resuena la poesía para Ibn Arabí, que sigue siendo un personaje interesantísimo y con vigencia», reivindica Clara Janés. «Muchos de los libros que tengo de él están en francés. Eso significa que sigue despertando interés. Hizo una revolución en la manera de interpretar la religión. Y fue incluso mal visto y tuvo que marcharse [recorrió varias regiones de Oriente Próximo, en La Meca fue acogido por una familia iraní, y fijó su residencia en Damasco, donde murió]. Es muy interesante también su obra poética ['El intérprete de los deseos']».
Anota Janés que «el pensamiento cordial de Ibn Arabí es como un universo en expansión, y la paradoja es campo abonado para la poesía, la forma en que se expresa «la ciencia de los secretos». Pero al margen de la paradoja y toda la técnica, Ibn Arabí es un poeta extraordinario por su enorme capacidad de 'superposición'».
En 'Hielo en las alas', la primera parte de 'Camino de Sardes. Logos bifronte', brillan los trovadores suecos. «Además de Gunnar Ekelöf –evoca Janés– tenemos a Harry Martinson, que está siempre pensando en el mar; a Kjell Espmark, que mira a Alejandría; a Magnus William-Olsson, que nos habla de Píndaro... es como una búsqueda del otro clima, podríamos decir. Como estos poetas miran al Sur, lo cual me parecía lógico, pensé añadir la segunda parte, 'Las flores en fruto', hablando de este otro clima que ellos buscan, y ahí incluyo a Ibn Arabí como uno de los más importantes» referentes para ellos.
En los primeros capítulos están los vientos y los bosques, la grieta, la palabra, la mirada, el mar, la nieve y la sangre, el Camino de Sardes. En la segunda parte encontramos secretos y deseos, el murmullo de las arenas, la sombra de Platón y el vino de los ángeles, los números, los sueños, el peso de las palabras...
En este libro está «la vida», es una enciclopedia sobre la vida, sobre el conocimiento adquirido en una vida. «Yo creo que sí –confirma la poeta–. Aparte de ser un libro que disfruté muchísimo, yo tenía mucho material, y lo que iba viendo es, por ejemplo, por qué les interesan tanto los caballos a los poetas suecos, y los colores y el mar, cómo los interpretan. Por supuesto la luz y la sombra... Todo esto no es que sea solo rigurosamente literario, ni muchísimo menos, pero claro al tratarse de un país determinado del Norte, ellos le dan una importancia enorme a los bosques». En este punto admite haberse tomado «como un gran disgusto» saber que están talando bosques. «¿Pero cómo pueden estar talando bosques en Suecia?», se alarma. «¡Me parece una cosa horrible! No lo entiendo, me envían unas fotografías que se me ponen los pelos de punta... Cómo es posible hoy esto con un cambio de clima tan tremendo. Aquí en Madrid no deja de llover, cosa que antes no pasaba...».
Recobra la alegría y el entusiasmo citando un verso de Artur Lundkvist: «La ola es la protesta del mar contra la gravedad». «¡Qué cosa más bonita!», no deja de sentir sobre estos hallazgos en sus estimados bardos del Norte, sobre los que la traductora urde este volumen rebosante de belleza, de sugerencia y de intelectualidad.
La relación de Clara Janés con Raúl Herrero, el editor de Los Libros del Innombrable, se remonta a las traducciones que ha publicado sobre poetas suecos de Francisco J. Uriz. «Yo pensé que este editor se merecía algo especial, y como el logo de la editorial es esta imagen de dos cabezas, yo tuve en cuenta esto también y se me ocurrió un libro con dos cabezas. Al tener poetas del Norte, que muchos miran al Sur, pues ya tenía las dos cabezas de luz».
Es un libro bosquejado «poco a poco, porque algo así no se puede improvisar, y lleva trabajo, sí, con mucha ficha, mucho esfuerzo, calculando, mirando, no solo sobre las traducciones de Uriz sino también las de Justo Jorge Padrón, que hizo la primera gran antología de poesía sueca, que para mí fue una revelación». El editor catalán Carlos Barral fue, trae a la memoria Janés, «el primero que publicó en España a Ekelöf».
–¿Cuáles fueron sus primeras curiosidades poéticas en la vida?
–Yo tengo dos cosas de la infancia brutales. La primera es cuando tengo menos de un año. Me está meciendo mi tía, en una habitación oscura. Termina de sonar la música. Porque la ocurrencia de mi padre era que me hicieran dormir con el concierto para dos violines de Bach. Recuerdo esa oscuridad, y durmiéndome mi tía, y pienso: «La vida es como la música que cruza la oscuridad. Ahora no puedo hablar ni ando, pero cuando pueda hablar lo diré». ¡Date cuenta de la burrada! Eso lo descubrí cuando en un congreso en París me pidieron hablar sobre los primeros recuerdos, y mi primer recuerdo es ese. El segundo recuerdo está relacionado con este. Ahí tengo tres años, mi hermana Alfonsina acaba de nacer, y paso a la habitación a verla y me quedo parada cuando veo entrar la luz desde la ventana. ¿Qué veo? Unos polvitos encendidos que se mueven. Y pensé que aquello estaba vacío y que la luz no se podía tocar, pero estaba ahí. Desde ese momento me pregunto qué es la luz, y en este libro está ese interés mío por la luz y por lo que significa también para esos poetas suecos. Me levanto muchos días antes de amanecer, y el cambio que se produce es tan espectacular... aún hoy me deja asombrada.
–¿Qué ha descubierto?
–Tengo una terraza enorme [vive en Madrid desde 1964], y veo los movimientos de los pájaros y todos se mueven según la luz. Es muy impresionante. Hay unas antenas cerca de casa, y cuando se está acabando la luz, van los pájaros y se ponen. Da igual la hora, ellos se mueven por la luz.
–Habla con admiración de Ekelöf y su facilidad para los idiomas, pero usted es también políglota.
–Yo aprendí el checo para traducir a Vladimir Holan. He aprendido el persa, y oyendo música persa contemporánea. Los iraníes son los más apasionados por la cultura que he conocido yo en mi vida. Yo lo aprendí casi sin darme cuenta. Desde finales de los 90, cada domingo traduciendo del persa con un amigo, hoy puedo traducir sin ningún problema. Y te puedo poner incluso vocales, que ellos no ponen.
–¿Ha tomado caminos equivocados?
–No siempre eliges el camino, a veces se te impone. Lo importante es sacar buen partido del camino. Y eso creo que lo he conseguido. A veces el azar también te lleva. Mi madre me envió a estudiar a Pamplona. Yo descubro el Café Iruña, y voy todos los días a escribir allí, y soy escritora porque iba al Iruña a escribir. Luego, por ejemplo, me invitan a la India, y ese camino no lo he elegido yo, y he ido dos veces, y he sacado un libro, 'Río hacia la nada'. Hay cosas a las que tú le das un giro y puede ser mejor.
–Publica con Tusquets, Cátedra, Hiperión, Visor, Siruela, Pre-Textos... Es una poeta muy solicitada por las editoriales...
–Desde que estoy en la Real Academia me piden muchísimas cosas. Por ejemplo, los alumnos de Hispanística de la Universidad de Berlín me quieren entrevistar, o me piden poemas para una revista árabe que se hace en español. Cosas de estas que van surgiendo. Pero otras cosas son las que tú quieres hacer. Yo tengo la táctica de no agobiar a nadie. Cuando hice 'Kamasutra para dormir a un espectro' no tenía intención de publicarlo, me parecía algo tan difícil... porque contenía elucubraciones sobre las palabras, que no son tan accesibles. Pero hablando un día con Victoria Cirlot se lo comento y fue ella la que realmente me puso en ello. Tengo cosas inéditas, las voy guardando y si no se produce una oportunidad buena... yo no la voy a perseguir porque si no es muy frustrante.
–¿Cómo ve a las nuevas generaciones y su interés por la poesía?
–Quedan lejos estas generaciones de la mía, pero con algunos tengo una conexión muy buena. No puedo cada día recibir un poema, porque es que es una barbaridad... ¡Tendría que estar todo el día en el ordenador! Yo me tendría que haber operado de cataratas ya y no he podido. No es que yo me sienta el juez capacitado para toda esta novedad, porque me he dedicado a estudiar la ciencia. Desde hace cuatro años voy a un congreso sobre Galileo Galilei en Padua (Italia)... Lo más interesante para la cabeza es seguir aprendiendo. El movimiento también, pero a mi edad ya...
Desde su fundación, solo ha habido once mujeres académicas en la RAE. Janés ocupa desde 2016 el sillón 'U'. Pertenece a la Comisión de Cultura «donde está el filósofo Emilio Lledó, Mario Vargas Llosa, que aporta muchísimo de palabras que en España no tenemos de uso corriente, pero que en América sí tienen; está Goytisolo, José Antonio Pascual, Inés Fernández-Ordóñez, que es dialectóloga y sabe mucho. Generalmente se reciben propuestas de fuera, y preguntas, y se discute sobre cada palabra, y se da una respuesta, se incorpora si no está, se añade un matiz si no lo tiene», puntualiza sobre el trabajo coral en la casa grande de la Lengua Española, a la que accedió con el discurso 'Una estrella de puntas infinitas. En torno a Salomón y el Cantar de los cantares'.
Dice Clara Janés que «la luz no es la misma en un paisaje de nieve, en la mar encrespada o sobre las arenas. La mano de la luz en el desierto tiende al movimiento, induce al espejismo, es decir, a dar vida a unas formas que, de hecho, son inmateriales. El sol, en su escalada, llama a las arenas, provoca un impulso ascensional, propicia levitación. Por todo ello, el desierto es el lugar para la mística». En 'Camino de Sardes. Logos bifronte', el lector comprueba fácilmente que el mundo de Clara Janés es más rico con Ibn Arabí, quien una vez dijo que «conociéndole le doy el ser» sobre esa «zona de arenas silenciosas y de luz sin confín», recuerda la barcelonesa,
Páginas que se gozan, sí, no sin sentir cierta turbación. Sobre todo cuando la académica trata de descifrar el componente matemático de la música y la poesía. El amor, la belleza, la virtud, la sabiduría, la ética, la religión, la estética, el arte, la dignidad... son la base de la alimentación de Clara Janés.
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