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Azorín nunca podrá sonar a viejo porque es la modernidad misma, cuando no la ultramodernidad. Su vigencia hoy perdura gracias a 'azorinistas' como Francisco Javier ... Díez de Revenga (Murcia, 1946), infatigable predicador de las virtudes estilísticas de una de las firmas más sólidas del panorama literario español. Siempre en la brecha, el catedrático emérito de Literatura Española de la Universidad de Murcia acaba de editar en la Real Academia Alfonso X El Sabio, en la colección 'Nueva Biblioteca de Estudios Regionales', un volumen ya imprescindible para aproximarse al universal escritor de Monóvar (Alicante): 'Azorín, entre los clásicos y con los modernos' (2021), dedicado «a la memoria de los egregios azorinistas con los que compartí jornadas de estudios y de investigación indelebles: Manuel Alvar, Mariano Baquero Goyanes, Elena Catena, María Josefa Díez de Revenga, Francisco J. Flores Arroyuelo, E. Inman Fox, Antonio de Hoyos, José María Martínez Cachero, María Martínez del Portal, Manuel Muñoz Cortés, Miguel Ortuño Palao, José Payá Bernabé y Gregorio Torres Nebrera».
Todos ellos personalidades de altura que, según Díez de Revenga, «siempre están en flor» (Semper sint in flore). Así lo dice en la dedicatoria del libro el acaparado académico, que recuerda la relación temprana de Azorín, seudónimo de José Martínez Ruiz (1873-1967), fundamentalmente desde la infancia, con la Región de Murcia. Su padre era yeclano y él fue alumno de los Escolapios de Yecla, y eso quedaría grabado en este «mozo ensimismado y taciturno. «Como a todos los escritores de finales del XIX y principios del XX, la época del colegio impregna todo y, de hecho, hay una literatura de colegio. Azorín se integra perfectamente en Yecla. Pero no solo eso. 'Las confesiones de un pequeño filósofo' (1904) es su época del colegio. 'La voluntad' (1902) está ubicada totalmente en Yecla, y también 'Antonio Azorín' (1903). Su amiguísimo Pío Baroja hace una parte de la novela 'Camino de perfección' (1902) también en Yecla». 'La voluntad', apunta Díez de Revenga, acaso sea su mejor novela. En Yecla surge también «su nombre universal», Azorín [previamente utilizó otros pseudónimos, como, por ejemplo, Juan de Lis], y de este lugar y de 'La voluntad' surgiría también «la confusión literaria más enigmática de nuestra cultura». Aquí se forjarían, recapitula Díez de Revenga, «su peculiar carácter y su espíritu, su personalidad literaria».
Con su acostumbrado fervor, el catedrático afirma que las reflexiones incluidas en 'Azorín, entre los clásicos y con los modernos' son «pequeñas anotaciones» sobre un autor «que nunca olvidó ni abandonó las tierras que le vieron nacer y crecer, las tierras amables y sin fronteras de estos pueblos tan de cerca sentidos antes y ahora: Monóvar, Yecla, Jumilla, Elda, Petrer, Sax...». Y al revés, ¿han olvidado estos pueblos todo lo que Azorín hizo por ellos?
Recuerda Díez de Revenga cómo en Yecla, en cierto modo, ha trascendido a la literatura española del siglo XX con una imagen «entre melancólica, triste y adusta (Azorín), entre calcinada, tétrica y miserable (Baroja), entre trágica y marcada por un culto excesivo a la muerte (Castillo Puche)». De la monotonía que imperaba en aquella España que abandonaba el siglo XIX y que perdía «todo lo que tenía de pintoresco», el personaje de Yuste de 'La voluntad' se pregunta, hablando de España pero fijándose en Yecla, en esa idea de hacer universal lo local: «De la antigua Yecla vieja, ¿qué queda? Ya las pintorescas espeteras colgadas en los zaguanes van desapareciendo... Ya el ramo antiguo, las azucenas y las rosas de hierro forjado se han convertido en un soporte sin valor artístico... Y este soporte fabricado mecánicamente, que viene a sustituir a una graciosa obra de forja, es el símbolo del industrialismo inexorable, que se extiende, que lo invade todo, que lo unifica todo, y hace la vida igual en todas partes... Sí, sí es preciso... y es triste». ¿Qué habría dicho Azorín de esta España que abandonó el siglo XX y se adentró en el XXI con toda su villanía?
Azorín fue corresponsal de 'ABC' en la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial, otro de los capítulos de su apasionante vida que Díez de Revenga aborda en este libro. De hecho, a la portada lleva un retrato que le hizo Gamonal en abril de 1914, cuando Azorín era una de las firmas que gozaban en España «del más sólido prestigio». «Hay que recordar &ndashversa Díez de Revenga&ndash que 'ABC' era un periódico germanófilo y Azorín era absolutamente francófilo. Él es antigermánico total, y utiliza a Saavedra Fajardo y la Guerra de los Treinta Años, lo que Saavedra Fajardo [otro murciano siempre a reivindicar] hace en las 'Empresas' [libro que considera «una enciclopedia de ciencia política y de observación psicológica», «un debate entre la novedad y la antigüedad»], como argumento contra las tropas alemanas que estaban destrozando Europa desde el punto de vista de Azorín, claro. Él estaba en París, en el hotel Majestic, un edificio muy interesante cerca del Arco del Triunfo porque fue el Palacio de Castilla, donde vivió Isabel II hasta que murió, y fue sede de la Gestapo en París, y finalmente en ese edificio se firma la paz de la Guerra de Vietnam. Azorín salía a pasear por las tardes, oyendo los cañonazos del gran cañón Berta, que no llegó a atacar París, pero que se oían. Era un decidido partidario de Francia». Además, fue condecorado con la Legión de Honor. «Una admiración absoluta por Francia», insiste.
La veneración de Díez de Revenga hacia Azorín es comparable a la que pueda sentir hacia otros escritores, pero casi que esta es más pronunciada que otras. «Este libro es una reivindicación de Azorín, un autor sobre el que yo he trabajado siempre. Uno de los primeros trabajos que yo publiqué fue cuando yo estaba en el Instituto Azorín de Elda, a finales de los años 60, y allí le hicieron un monumento, y hubo que inaugurarlo, y ese fue mi primer trabajo. Estuve en ese instituto dos años, y de Elda a Monóvar hay menos de 25 kilómetros. La Casa Museo de Azorín en Monóvar me la conozco como la palma de la mano».
A José Payá, fallecido en enero de 2021, «por cuya Casa-Museo de Monóvar, biblioteca y papeles vela con mano firme», escribió Mario Vargas Llosa en 1993 en 'El País', dedica Díez de Revenga este libro. Es este lugar, de hecho, visitable gracias al empeño de la Fundación Mediterráneo, que da las máximas facilidades a los investigadores para seguir escudriñando aspectos ocultos de una obra tan ingente como abrumadora. Aquí pueden consultarse, por ejemplo, las 'Empresas' de Saavedra Fajardo con las anotaciones marginales de Azorín, que luego él incluía en sus artículos. Díez de Revenga, de hecho, coordinó la edición de los textos de Azorín dedicados al diplomático. «En él encontró Azorín una mina».
Porque, reivindica el catedrático emérito, se necesitan 'azorinistas' ya que han muerto «casi todos». En la escalera principal de la Casa-Museo hay una fotografía de un homenaje a Azorín del P.E.N. Club (Asociación Internacional de Poetas, Escritores y Novelistas), y entre los retratados aparece Emilio Díez de Revenga, abuelo del catedrático y autor de este volumen, en el que incluye una serie de cartas entre Azorín y el escritor y político murciano, con el que entabla amistad a partir de 1916, cuando éste accede por primera vez al Congreso de los Diputados. «Ambos estaban adscritos al partido del murciano Juan de la Cierva Peñafiel [ministro en varias ocasiones durante el reinado de Alfonso XIII], al que pertenecía también Juan de la Cierva Codorniú [aviador, inventor del autogiro y también diputado]. Azorín era devoto ciervista».
Dice Francisco Javier Díez de Revenga que lo más significativo que aporta con este último libro es ahondar «en lo que Azorín hizo con la novela a principios del siglo XX, lo que se llama la novela poética o lírica, que rompe con la novela del siglo XIX. Al final me refiero a dos novelas suyas, 'El enfermo', autobiográfica, y 'La isla sin aurora', que son la aportación de Azorín a la nueva novela, a la novela diferente, sin argumento, la novela que se convierte en trasfondo del propio autor, y eso es lo más importante que hace Azorín desde el punto de vista literario». También aparecen, por ejemplo, Don Juan y Doña Inés como reivindicación de mitos de la literatura clásica del Siglo de Oro, «pero su Don Juan y su Doña Inés son personajes distintos, creados por Azorín y con carácter subjetivo en el marco de esa nueva novela». Fue un escritor, incide Díez de Revenga, «siempre resituándose en la vanguardia». De hecho, hay un capítulo, 'Azorín y la joven literatura', dedicado a los poetas jóvenes que estaban surgiendo «que no eran ni más ni menos que Federico García Lorca, Rafael Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre y Juan Ramón Jiménez [Premio Nobel de Literatura (1956)], con el que se las llevaba bien y mal, como le pasaba a Juan Ramón con todo el mundo, no entendía cómo Azorín en el año 26 y 27 se ponía con los poetas de la vanguardia, a los que Juan Ramón estaba ya más o menos despreciando. Y ellos encantados con que Azorín escribiera un artículo sobre sus libros. Jorge Guillén, por ejemplo, habla maravillas». Según Díez de Revenga, «lo que a Juan Ramón le molestaba más es que Azorín se apuntara a la última. Él incluso en esa época publica su libro 'Superrealismo', que luego por razones editoriales le llaman 'Libro de Levante' porque está lleno de descripciones geográficas de la parte de Elda, Novelda, Monóvar, Sax... El nombre de 'Superrealismo' a Juan Ramón no le gustó».
Azorín era, como dice Díez de Revenga, «un personaje sereno» que hoy, se asombra el catedrático, no solo está reducido a los 'azorinistas' sino, «sobre todo, a los hispanistas». «Hay un plantel impresionante. Franceses... y norteamericanos, como la famosa Roberta Johnson», enfatiza. Y luego encontramos, por ejemplo, admiraciones sorprendentes, como la de Vargas Llosa, que dedica a Azorín su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE). «La Casa Museo de Azorín y la entonces CAM financió el discurso de ingreso, donde fue a prepararlo, porque desde el siglo XVIII los académicos que ingresan tienen que pagarse los gastos de imprenta de sus discursos de ingreso».
'Castilla', de Azorín, fue un libro obligado en COU en la Región de Murcia durante años. Y aquí han venido todos los especialistas en su producción. «Pero eso ya no existe», lamenta Díez de Revenga. «Más que lectores, Azorín tiene estudiosos. Lo que pasa es que, de pronto surge un admirador enloquecido. Un compañero mío, Jorge Urrutia [hijo de Leopoldo de Luis], catedrático de la Universidad Carlos III, me dijo cuando recibió este libro que era «un puñetero». Él estaba escribiendo un Azorín reivindicado, y yo le animé a que siga haciéndolo, que lo publique en Cátedra ya, ¡porque quedamos pocos!», dice bromeando.
Desde 1970 Díez de Revenga viene abordando la figura de Azorín, como ha hecho tantas veces con la de Carmen Conde. «Estoy recuperando textos, rehaciéndolos, uniéndolos, porque yo me he copiado muchísimo, y hacer un trabajo de estos es muy duro, porque tengo cinco veces lo que hay en este libro, que es un resumen de toda mi vida de congresos». Quedan azorinistas, insiste, como Miguel Ángel Lozano, que hizo las obras completas de Azorín para Espasa Calpe, o Dolores Thion Soriano-Mollá, en la Universidad de Pau et des Pays de l'Adour, o Roberta Johnson, profesora emérita en la Universidad de Kansas y profesora adjunta en la Universidad de California en Los Ángeles.
De artículos de prensa de Azorín «puede que haya entre 8.000 y 10.000 publicados, porque publicó hasta el final». «Hay un artículo que él quiere publicar en Madrid, pero no lo hacen, porque era muy ciervista, y al final lo consigue en el diario 'El Tiempo' por gestión de mi abuelo. Él buscaba publicar donde pudiera, pero su lugar era el 'ABC' y la tercera de 'ABC' era su sitio». «Hoy nos puede sorprender, pero para el periódico era un prestigio poder publicar cada semana un artículo de Azorín o de Gómez de la Serna».
Pero, por encima de todo, «el Azorín que más me seduce es el de la infancia, ese que te contaba que iba de Monóvar a Yecla en una carreta. Y cuando se va haciendo mayor, cómo el pueblo de Yecla le produce un atractivo morboso, propio de un escritor tan pasional a principios de siglo». ¿Por qué Yecla, esa ciudad donde Azorín dice que solo se oyen campanas, explota tan poco su figura? Según el catedrático, «y quizás suene a barbaridad, porque en el fondo le tienen miedo a estos escritores. La Yecla literaria es Azorín, Baroja y Castillo Puche». Ahí es nada.
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