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Muy a menudo en estos últimos años, salvo por las cábalas pandémicas, habrá aparecido en su arco de visión. Lector, recuerde, es importante. Haga memoria de las veces que tuvo la sensación de que él podía ser un espía y usted el espiado, su probable ... inspiración. Características corrientes: no mide más de 170 centímetros, gafas de pasta, pelo ralo y cano, pero tiene un aire dandi. Suele salir con americana. Datos insuficientes para una ficha policial, pero por algo hay que comenzar. Es fisgón aunque ande entretenido. Suele ser lector de prensa diaria, y, por lo general, aguarda sentado con café o copa de vino blanco a que el telón de la mañana se levante y la vida y su humanidad desplieguen solo encantos.
No teman, en realidad. Si alguna vez lo ven, porque aparece en escena sobre el mediodía, ¡no huyan! Atrévanse a acercarse al sujeto, no come hombres. Es más, su sentido del humor suaviza las tensiones aparentes, si deciden acercarse caerán en la cuenta de que no es un sabueso de Putin ni un insociable que abre y cierra su gabardina con lascivia. No piensen en estupideces.
Llevaba un tiempo detrás de él. Sabía su nombre: Pedro García Montalvo. Una vez, antes del cerrojazo de marzo de 2020, incluso habíamos coincidido en una cena. Esa noche era yo quien le observaba. Sabía que era el gran fabulador de la novela murciana. Estaba yo intimidado ante torres tan altas, pues también estaba el poeta de la naturalidad, el filósofo de amistad eterna con el artista de la seducción, la cuentista mayor, la pintora herida y la anfitriona, una empresaria de éxito. Sí, le observaba porque leí 'Pedro García Montalvo. Los sentimientos y las vidas' (Tres Fronteras, 2009), magnífico compendio –incluido el documental de Primitivo Pérez y José Antonio Postigo, bárbaros en su quehacer–, donde uno puede hacerse a la idea de cuan da de sí una vida de consagración a la literatura. Basta con citar los títulos para ponerse firme: 'La primavera en viaje hacia el invierno' (1981), 'Los amores y las vidas' y 'El intermediario' (1983), 'Una historia madrileña' (1988), 'Las luces del día' (1997), 'Retrato de dos hermanas' (2004) y 'El relámpago inmóvil' (2009). Dice Andrés Trapiello que todas sus novelas son buenas, con apuestas arriesgadas. «No son novelas de truculencia, no tienen una trama excesivamente complicada, no tienen personajes estrafalarios, no hay todo eso que el siglo XX o nuestro siglo XXI ha ponderado como valores literarios supremos, que es la maldad, el descreimiento, el desarraigo, la venganza, todos los lados más oscuros del hombre, lo más sórdido en las relaciones, ¿no? Pedro es, en cierto modo, un hombre que indaga en el hombre, e indaga en las cosas más tenues del hombre común».
Desde luego, si hay un hombre actualmente sentado en una terraza, este es él. Le había saludado después en distintas terrazas, con su periódico y su vino, en aparente distracción, aunque vigilante de todo. Le contacté por correo electrónico, y vagaba por La Manga. «Cuando esté por Murcia nos vemos». Llegó septiembre, tenía fisioterapeuta un miércoles, mejor un jueves. Hecho. «¡Es un trato! («It's a deal»), como dicen en las malas traducciones del inglés. Te llamaré el día antes a tu móvil, por si hay algún cambio, o me escribes tú». Y así acabé plantándome a su lado, en la terraza del café Moderno de Alfonso X, con un autor esencial que yo, antes de entrar en profundidades, ya había visto como personaje literario.
Antes de contar qué sucedió, una matización. Un día después del encuentro me escribió. «En la entrevista dejé a propósito que el «personaje literario», el «paseante sentado», diera mucho de sí. Me pareció una buena idea literaria. En realidad, yo paso la mayor parte del día en mi casa, en mi salón, escribiendo o haciendo cualquier otra cosa. Y solo aparezco por los 'cafés' al tiempo del aperitivo, no más de una hora, por lo general, y, a veces, al atardecer. Pero, en fin, es verdad que me encantan de siempre las terrazas y el aire libre de las calles. Solo si estoy con amigos prolongo la estancia sin medida diurna o nocturna. Bueno, tú sabrás mucho mejor que yo equilibrar «persona» y «personaje literario». La entrevista es toda tuya»...
«Todos los afectos están aquí», cuenta García Montalvo, sobre su ubicuidad en la ciudad. Puede escoger la plaza de la Candelaria, la plaza de los Apóstoles, la calle Simón García o la placica de San Blas. Reconocerá que el café o el vino blanco, al igual que el periódico, son «la excusa» para adquirir un sitio en el espacio público y desde ahí observar el panorama cambiante del mundo, día a día. Emplea la expresión «compañeros invisibles» para referirse a los no conocidos que, como él, andan sentados también a la caza de lo distinto. «Personas cercanas a mi edad, debo decir». Tiene 70 años, por si no quieren ir a Google. Esos son los pretextos para ejercer de 'voyeur': el periódico o el vino. «Mi padre estaba suscrito a LA VERDAD precisamente, él también era muy lector, de manera espontánea, y mi afición a los libros y a la prensa es por él. Los domingos compraba 'ABC', pues daban un suplemento literario y artículos, y cuando fue creciendo yo se lo criticaba: 'Papá, ¿'ABC'? Pero en la dictadura 'ABC' era lo más liberal que podías encontrar».
Su padre era jefe de ventas de una empresa de calzado. «Cuando se jubiló también él iba a los cafés. Tengo una imagen muy vívida de él. Hay un pasaje que va a la Glorieta desde la calle Frenería, donde la antigua Ferretería Guillamón, allí había un pequeño bar, donde él estaba muchas veces leyendo el periódico. Yo pasaba, me replegaba un momento, semiescondido, para quedarme con esa imagen de mi padre». Era la distancia justa para objetivarlo como padre y como persona. «Así no lo podía ver en la casa ni en ningún otro lugar. Era algo entre emotivo y afectivo». En cierta prosa o artículo inédito su padre sigue aún leyendo el periódico.
Un 24 de febrero, cuando cumplía justamente 60 años, salió de la Universidad de Murcia. «Me gustaba mucho estar con gente joven a la que le gustaba la literatura, y dar clases me encantaba, pero no desaproveché la oportunidad y me jubilé. Por aquel tiempo empezaba a hablarse de que las pensiones iban a ser para todos a los 65 y no dejé pasar el tren». Desde entonces, no ha vuelto a publicar. Pero no ha dejado de escribir. Tiene dos novelas terminadas, y este 2021 se ha propuesto empezar a moverlas. Eso es algo que le mantiene «inquieto», porque, reconoce, «tengo que volver lo antes posible» al panorama. Lo hubiera hecho antes, pero la reforma de la Ley de Pensiones de Montoro –vigente entre 2013 y 2019–, que obligaba a los creadores de más de 65 años a elegir entre pensión o derechos de autor complicó la vida a mucha gente. Este mes de septiembre, como dice, ha decidido ponerse en marcha y sondear el mercado. «Sé que continúa Gimferrer en Seix Barral, que es uno de los clásicos de mi época de escritor incipiente o escritor primerizo. Y en Anagrama sigue su gran jefe también».
Dice que volver a publicar sería una buena noticia, «al menos para mí, tengo por lo menos un seguidor fiel que soy yo, aunque pondré también a mi mujer, que no se enfade». De esas dos novelas inéditas, una de ellas fue escrita en 2013 y la otra es más reciente. «No se alejan mucho de esa 'no saga' madrileña. Personajes que vuelven a aparecer, algunos que eran protagonistas ahora son secundarios, o pasan al fondo de la calle».
«Escribo con regularidad –afirma–. Novela, ensayos, artículos, anotaciones... Yo tengo muchas notas que podrían juntarse como anotaciones, más que como diario, pero eso no me urge». A los 60, recién jubilado, pensó en hacer una gran selección de sus inéditos. «Me interesaba más la creación, más que el ensayo, pero una década después aquí sigo postergándolo».
En el salón de la casa, donde hace vida en general, tiene un rincón con el ordenador «y unas cuantas cosas»: la portada del primer Quijote y una cubierta de Antonio Machado. «Ahí están los dos, por estar con alguien que te caiga bien», ríe. «Si por algún momento se desordena, porque la asistenta ha limpiado, hasta que no los encuentro no puedo empezar a escribir». Con ellos, con Cervantes y Machado, se siente bien arropado. Piensa el narrador que ellos «siempre podrán echarme una mano».
García Montalvo aprendió a leer en un colegio de niños [El Buen Pastor, en la calle San Nicolás de Murcia, su barrio, donde vivió en la calle Navarra; a los 8 años cambió a los Maristas del Malecón, «entonces un lugar paradisíaco»] con una versión del Quijote de Edelvives muy abreviada. «De las pocas cosas eróticas que había en el Quijote habían logrado sacarlas todas sin desdibujar el conjunto y, al leerlo completo, era fácil encontrar los sitios donde había hueco». Recuerda que esa edición llevaba dibujos de Gustave Doré y, al final, un glosario de palabras. «Yo me lo pasaba muy bien, quizás algún padre se preocuparía de ver a su hijo leer el Quijote con placer. No era una literatura obligada, sino leer algo al día, el tono era muy amigable, para mí era agradable».
Madrid está, como está Murcia, muy ligado a sus tramas literarias. «Tuve la sensación o la idea de hacer una historia en la que los personajes reaparecieran. Murcia era entonces una ciudad pequeña donde los personajes se van a encontrar cada dos minutos y, al final, acabarían matándose o casándose, todo se iba a precipitar. Pero en Madrid todo se puede hacer un poco más lento. A mí me gustaba la novela un poco más lenta, que no es el signo de los tiempos, y me fui a Madrid, no definitivamente, pero sí con muchas estancias. Solo viví en Madrid una época que mi padre trabajó allí. He cogido mucho el tren nocturno, que era barato y no dormías, y me quedaba con los amigos en Madrid, porque los estudios de Filología no te importunaban mucho». Allí, en Madrid, ha paseado muchísimo, y visto paisajes y personas. Pero siempre volvía a Murcia, donde su vida ha sido más cómoda. «He vivido encantado. Al principio, había dos meses de verano cuando yo era niño, luego pasamos a tres, después a cuatro, y ahora gozamos de siete meses de verano. Mis recuerdos de calor eran un poco en julio y en agosto había un anteotoño, siempre llovía al final, pero el verano ha extendido todos sus dominios».
Cuando García Montalvo empieza a escribir había más novela experimental y clásica, ahora hay más variedad dentro del género. ¿Cómo es la sociedad que ve como «paseante sentado»? ¿Reconoce algo lo que fue esto tiempo atrás? «La nuestra es una generación muy particular, porque excepto una guerra, todavía queda tiempo para la peor de todas, ¿no? que es la que vendrá. Vivimos el final de la miseria de posguerra, los años 50 de dictadura, los 60 y su lenta transformación de eso que era el franquismo, y luego ya la transición. Hacia el año 2000 empieza una época de cambios, complejos, y viene a continuación la era tecnológica. Finalmente, nadie sabe muy bien dónde estamos hoy. De modo que conocimos casi el medievo de lo que fue la posguerra en casi toda España, la España del desarrollo y la entrada en Europa. Hemos vivido ocho siglos en el espacio de 50 años».
¿Pesimista respecto al presente? Ya vemos por dónde va el mundo. «Solo con el verano murciano ya deberíamos ser pesimistas. Yo trato de aguantar al máximo, la visión más o menos optimista, porque no queda otra».
Salvo un periodo en Inglaterra y en Estados Unidos [fue becado por la Fundación Juan March para una investigación en la Universidad de Illinois], el resto de su vida transcurre en Murcia. De aquella década en la que vivió muchísimo, y escribió muchísimo, no salvaría nada de lo escrito. «Es una época en la que se cambia mucho, hay quien nace ya armado como Atenea desde el principio, pero yo prefería esperar, esperar, esperar. Luego ya me alegré de que todo aquello no se hubiera publicado». Aquello «ni siquiera está en el famoso baúl de Pessoa, que ya no hay manera de encontrar material a partir de una fecha determinada». De Estados Unidos guarda más que buenos recuerdos. «Es un país hermosísimo, más que por algunos de sus seres humanos, que los había, por la belleza de los paisajes, de las tierras. Viajé mucho. Por el norte de México y el sur de Canadá. La naturaleza variada, desde California hasta la costa de Nueva Inglaterra, una cosa muy hermosa. Pero con eso no se puede hacer una novela, aunque recuerdo un escritor que hizo una novela sin seres humanos, creo que fue aquello lo que cerró el movimiento de la 'nouveau roman'. Quitas el paisaje y ya solo te queda la página en blanco».
Siempre concibe a los personajes en un lugar concreto, «no siempre conocido por mí, pero sí reconocible por mí». Aficionado al cine, por muy intensa o dramática que sea la acción, procura localizar el lugar donde está filmada la película, algo que cada vez es menos común encontrar en los créditos del final. A finales de los 80, el novelista conoce en Madrid a José Luis Cuerda, que acabaría llevando al cine la adaptación de su novela 'Una historia madrileña', bajo el título 'La viuda del capitán Estrada' (1991). «Era una persona con un humor increíble. El humor, más allá de sus películas, lo tenía él cuando hablaba». El productor Eduardo Ducay, que había producido 'Tristana', de Buñuel, fue quien le recomendó a Cuerda la obra de García Montalvo. «Cualquier noticia de periódico puede dar lugar a una película de dos horas», piensa el autor murciano. «Es mejor que el director se olvide de la novela original y haga lo que le parezca». En dos ocasiones más se intentaron llevar al cine otras novelas suyas, 'El intermediario' y 'Retrato de dos hermanas', pero no prosperaron.
No es mitómano, reconoce. Las amistades empiezan muchas veces por afinidades literarias, como fue el caso de José Luis Cuerda. Huye, más bien, de la vida literaria y de las masificaciones. «Con Cuerda nos reíamos mucho, era un personaje particular. Me invitó a una conferencia de cine en La Coruña, para ir luego a su viñedo, pero, al final, no llegó a realizarse. Siempre encontrábamos la manera de unir La Mancha y la región murciana».
Escritores muy cercanos a él en el alma, como Pessoa o Dickinson, no viajaron tanto físicamente. Pero dice Montalvo que, «en la duda, viaja». Él se ha visto obligado a viajar más de lo que esperaría a Berlín, donde vive uno de sus dos hijos y dos de sus nietos. «Es una especie de bosque donde han puesto cosas que es la ciudad. En cualquier lugar encuentras naturaleza. Berlín es todo así, y se parece a la Murcia de mi infancia, que era una inmensa huerta donde, en medio, había una catedral rodeada de acequias con agua. Esos bosques parece que nos dicen que fueron el principio de todo». Lo que ha visto en Murcia, asegura, le da para seguir escribiendo «dos centurias». Aunque las convicciones se suavizan con el tiempo, «no pienso muy distinto de lo que pensaba hace décadas. Hay que tener el pesimismo del presente y el optimismo del futuro, porque el presente no da nada prometedor. Como dice la juventud, lo vivo de forma regulera».
Es «un verdadero creador», dice Eloy Sánchez Rosillo, uno de sus amigos, como Trapiello, Francisco Sánchez Bautista y José López Martí, venerado por Miguel Espinosa, y como lo fue Gaya («conocerle fue un regalo de la vida»). «A Eloy lo conocí con nuestras novias, íbamos de juerga en la universidad. Sabíamos que éramos aficionados a la literatura, pero guardábamos un silencio absoluto sobre nuestras actividades. De pronto, Eloy ganó el Adonais y rompió el pacto», bromea.
El «paseante sentado» nunca para. Recuérdelo.
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