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Un día me contó, fiero y burlón, que se mira de frente al espejo cristalino y no se anda con tapujos empañados. Que ve su rostro mortal reflejado en él y exclama sin que le tiemble la voz: «¡Hijo de puta!». Dicho lo cual, se da la media vuelta y se dispone a devorar la vida hasta que el maldito cuerpo de carne y deseo aguante. Poeta luminoso, hombre amado u odiado y viajero eterno, José María Álvarez (Cartagena, 1942), vive consagrado al placer y a la escritura, que convierte en un regalo: una fuente de vino excelente, una invitación a cabalgar libres sobre los sentidos y la sabiduría. Su nuevo poemario, 'Una desamparada hermosura' (Renacimiento), es su nueva entrega a sus lectores, que lo adoran. Un poemario en el que habitan París y Horacio, Cefalú, la ginebra y Eliot, la pirámide escalonada de Zoser y Giorgione, aquellos atardeceres de su infancia en la playa de Los Alcázares y, siempre y por siempre, Bach iluminándonos con su música y su sabiduría. Ese Bach que exclama: «Señor, haz que no me abandone la alegría».
Opinión
De Álvarez, que convierte la lluvia en versos refrescantes, y el dolor en belleza, dice el también poeta Soren Peñalver: «No es un poeta, es el poeta». Sus versos se multiplican luminosos como las estrellas en las noches despejadas, están cosidos con su propia piel y en ellos permanecen respirando sus deseos y su alma violentada. Una selección de sus mejores poemas -de libros como 'El botín del mundo', 'La serpiente de bronce', 'Tosigo ardento', 'Sobre la delicadeza de gusto y pasión', 'Los obscuros leopardos de la luna'...- es imposible llevarla a cabo con la seguridad de acertar. Eso sí, una de sus composiciones más celebradas es 'La Isla del Tesoro', que el poeta sigue considerando como su más fiel autorretrato: «Navegar con los hombres / Sin Dios ni patria / Ni ley. / Haber sentido /La cubierta y el aire del mar / Como última tierra. / Asaltar Maracaibo / Reír ante la horca / Y sobre las cenizas / De todo un mundo / izar / La seda negra de los perdedores».
En 'Una desamparada hermosura', el poeta también tiene tiempo para «este whisky que me calienta el alma» y para refugiarse en «el paisaje excelente de mi biblioteca».
Provocador apasionado y sin límites, hace tiempo que a través de Internet acercó al mundo entero toda su producción poética: www.josemaria-alvarez.com. Álvarez, que junto a su compañera, la fotógrafa Carmen Marí, suele pasar largas temporadas en París -en 2004 fue nombrado miembro de la Academia Mallarmé de Poesía-, es también traductor -de sus amados Shakespeare, Kavafis, Stevenson...-. En 'Sobre la delicadeza de gusto y pasión', por ejemplo, se lanza a la aventura de la carne perfumada de deseo. Es un libro cargado de sexo duro -«el sexo es puro y duro o no es sexo»-, de amor al arte, al placer y a los viajes (del cuerpo y el alma).
-No soy un pensador, tan solo un hombre que escribe.
¡Qué Álvarez! Afirma que no tiene patria, que no ha envilecido su vida, que sigue amando Grecia, el coñac, a Mozart, el vino... Y también que sigue (bastante) fresco el deseo, que «las mujeres, oh, aún están ahí». Es un poeta de los sentidos y de los temblores, no se conforma con enviarle un ramo de rosas a una dama y esperar a que ella sonría en señal de agradecimiento: «En el sexo he sido siempre un hombre muy afortunado, lo siento por aquellos a quienes les fastidia mi buena suerte». No le place envejecer, ver cómo el tiempo se escapa entre los acantilados: «Es una etapa más de la vida y, como siempre, el problema no es el paso de los años, sino la invasión del desasimiento y de la desesperanza». Habla de desesperanza porque, según dice envuelto en humo, «no tengo ninguna esperanza en que vaya a pasar algo que merezca verdaderamente la pena».
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-Nunca la he perdido, ni en los peores momentos.
En el poema XXI de 'Una desamparada hermosura', se leen y de disfrutan estos versos: «Existen. Las he visto. / Son hijas de una noche / inmóvil. Arrogantes / pasean por bosques de leyenda / seguidas por machos cabríos de ojos que son brasas. / Sus pies aún gotean sangre / de esas entrañas de hombres que han pisado. / Sus collares son testículos. / Y de sus labios cae saliva satisfecha / de los corazones devorados». Con curiosidad infinita se abre de par en par a lo fantástico, proceda lo fantástico de este mundo o venga huyendo del mismísimo infierno.
-Bueno... cómo va el mundo no deja de ser inquietante. Pero lo que más me desagrada, más que preocupar, son las molestias ocasionadas por el poder de los cretinos, desde las prohibiciones sobre el tabaco a la destrucción de la sexualidad.
-Ninguno.
-Las pocas personas que quedan vivas, leer, pasear por ciudades que amo, contemplar pinturas asombrosas, ¡Mozart...!
-Lo de siempre: la libertad. Y lucho cuanto puedo contra quienes pretenden asolarla.
-Humildad.
-Muy buena con las personas que respeto. Desde luego, no me siento cómodo en este mundo actual. Y mis días van pasando sobre todo dedicados a leer y a tratar de escribir algo que no sea basura.
-La Educación me interesa y me importa mucho, pero el tema daría para horas de conversación... Quizá con decir que habría que desmontar todo el tinglado actual sea suficiente. En cuanto a la cultura... bueno, simplemente ha dejado de existir. Y con respecto a la 'política', mire hacia donde mire no siento más que desprecio.
-No. Sí quedan. Pocos, pero quedan. Son los que se enfrentan al horror.
-Sí. Lo suficiente.
-Escribir un buen poema.
-No. Como dice Chesterton, el pasado no deja de ser un acto de fe.
-¿Recuerda usted aquellos versos de Antonio Machado: ese páramo «por donde cruza errante la sombra de Caín»? Pues eso, y lo que nos dejan los grabados de Goya. Yo tengo en mi mesa de trabajo, siempre, una reproducción de ese cuadro de Velázquez, 'El bufón Calabacillas', para que no se me olvide de donde vengo.
-Lo que sea preciso, con la contundencia que sea necesaria.
-Con los violentos, encerrarlo. Y con los desinformados, informarles, que es precisamente lo que no se hace.
-Uno escribe un libro y lo deja en el mundo. Nunca se sabe qué va a suceder con él.
-La de escribirlo. Y la de poder mirarme en el espejo sin sentir vergüenza.
-La uña del muerto sigue creciendo. Y esa sensación sí que la tengo, la de que las cosas que son importantísimas para mí, como el arte, la belleza, la música, algunas ciudades, algunas páginas de la literatura, son difíciles de compartir...; son algo que solo unos pocos entienden.
A José María Álvarez, cuando se le recuerda que algunos 'críticos' le llaman pedante por llenar sus libros de citas en otros idiomas y exhibir orgulloso su amplia cultura, le brota una sonrisa envenenada: «¿Cómo no les va a repatear? Yo hablo de Dante y de Homero y ellos ni los han leído ni saben nada de nada. Por mí, a todos esos críticos y a muchos profesores de Universidad que son unos analfabetos, como si los ponen a todos en fila y los sodomizan. No se perdería nada, pero desde luego no sería nada agradable para quienes tuvieran que sodomizarlos.
-Que hay muchos necios y yo no lo soy. ¿Qué le voy a hacer? Tampoco soy un cretino.
-[Risas] Me gustaría ser más alto, mucho más guapo, bronceado como cuando era joven, porque ahora ya no tomo el sol; y más inteligente, generoso y cordial...; pero no puede ser.
-Que es cierto que no me interesan los problemas de los imbéciles, pero que los de la gente normal me interesan y me preocupan mucho. A los imbéciles los doy por perdidos, y cuanto antes desaparezcan mucho mejor.
-Para mí, y ya lo habían visto muy claramente Cicerón y los viejos clásicos, carecer de ambiciones sociales y tener una profunda ambición cultural, ambición de saber, es fundamental. La fórmula consiste en darte cuenta cada día de que eres más tonto, de que sabes menos, de que te queda mucho por comprender, por leer, y tender a superarte. Se trata de tender a lo excelente y de ir despreciando lo que no lo es.
-La mayor parte de lo que se publica actualmente es basura. Yo me paso el día releyendo, sobre todo a los clásicos: Shakespeare, Dante o Virgilio.
-No, solo a veces, pero es terrible leer a Borges y que te dé igual, quedarte en blanco.
-Los que se toman su vida muy en serio.
-No.
-De ser libre.
-Tendría que ver con las tentaciones de la carne.
-La inteligencia.
-No combato las tentaciones.
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