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El azar es mi forma de leer 'La huerta en haikus' (La Fea Burguesía, 2022), la aventura en la que los haijines («hacedores de haikus») ... de Murcia vuelven a reclutarnos como lectores de estos hermosos pasatiempos. El azar digo. De 'Haikus del pajarico', José Ángel Castillo Vicente: «Canta el jilguero, anunciando el verano, con su gorjeo». De 'Haikus del Portillo 2', José Luis Martínez Valero: «Puerta del agua, cuando bebe la tierra. La sed se apaga». De 'Haikus de la rosa 1', Lola Gracia: «Rosa perfecta, intocable de fuego, don de las hadas». De 'Haikus de la palmera 1', Ángeles Carnacea: «Tan elegante, escala hacia las nubes, llamando al agua». De 'Haikus de la azada 2', Carmen Martínez Marín: «La azada espera las manos laboriosas. El agua viene». De 'Haikus de las granadas 1', Soren Peñalver: «Grávidos prenden los coronados frutos de los granados».
Como vemos, ejemplos todos válidos. Crear un haiku requiere tener ganas de juego. Pero hay que saber jugar, y arriesgarse; porque hay que armar y desarmar, sin sobrepasarse. Es como regar un bonsai. Solo hay que tener cuidado: no hay que cortar demasiado pronto.
Hace poco leí un titular que resume muy bien esta masiva simpatía por el haiku: «El haiku brilla más que el tuit». Fue a raíz de la publicación en Alba Editorial de otro libro, 'La semilla y el corazón', que reúne los orígenes, historia y modernidad de la poesía japonesa, con la versión original traducida por Teresa Herrero y Juan F. Rivero. En 'La huerta en haikus', María José Villarroya Durá ya nos pone en antecedentes: 17 sílabas en tres versos sin rima. La combinación de tres números (5, 7, 5) produce auténticos y asombrosos ingenios: «Dame, tú, otoño, el regalo encarnado de tus granadas» (Villarroya). Muchos de aquellos 'haijines' de 'Murcia a vista de haiku' ya plasmaron sus emociones sobre 17 rincones de la ciudad de Murcia en 2021, y vuelven a hacerlo ahora reflexionando sobre esta «tierra para morir de pena», como decía el poeta y académico Francisco Sánchez Bautista, cuya infancia en aquel nativo paisaje de la huerta de Llano de Brujas olía a vegetal, a flor, a fruta, a tierra sorregada, «y Dios sonaba por la acequia alada de mi sangre que al mundo amanecía». Porque aquí, el que más o el que menos, es de tierra frutal; todos nos hemos nutrido con el limón, la naranja, el níspero, la pera, el melocotón, «y la granada que abre su agridulce rubor a quien lo toma». Leyendo 'La huerta en haikus' al azar, puedo darle la razón al magno bardo, querido cartero de versos, que habría sido feliz con este libro luminoso, realmente vivo.
Voz de poeta
no le pidamos más:
vivir, morir.
Como digo, sigo leyendo al azar. De 'Haikus de la azada 1', Aurora Gil Bohórquez: «A medio día, el reposo de las hormigas y del huertano». De 'Haikus de los vinagrillos 1', José Luis Aguayo: «Qué bellos son cuanto más amarillos los vinagrillos». Ana Cuesta: «Cuando amanece, en medio de la suerte naces dorado». Cecilia Guillén: «Cuatro son suerte. Tres hojitas muy verdes siembran el suelo». De 'Haikus en el molino 2', Josefina López: «Molinos fueron. Las ruinas encharcadas ociosas miras». Como leemos, el haiku es apreciación, mirada estudiosa sobre las cosas, sobre el orden y el desorden que nos ciñe. Al fin y al cabo, el poema es una mirada voladora, y no necesariamente marcial como la de un cóndor, o despiadada como la del buitre, sino única, completa, elegante. Una mirada que diferencia, que nos habla también de la flexibilidad del autor para expresar creativamente su mundo. Yo, desde luego, en 'La huerta en haikus' veo esa mirada amorosa sobre la tierra, multiplicadora. La humanidad late en la sencillez, en ese simple e ingenuo juego del 5, 7, 5.
Blas Miras
Soren Peñalver nos recuerda que el monje desnudo, Taneda Santoka, alcanzó a componer unos 8.400 haikus. Imaginemos lo crudo y melancólico que es vivir en la montaña. Nuevos días por caminos solitarios, expuestos a la lluvia, a nuestro aire, sin límites aparentes... De algún modo, nuestros 'haijines' hacen como Santoka al interpretar estas 17 imágenes de la huerta de Murcia de María José Villarroya. «El agua corre, moliendo el duro grano; trabaja gratis», nos dice Teresa Vicente sobre las ruinas del molino de Funes. Me resulta curioso cómo una foto, la de los palomos a la carrera en Santa Cruz, genera sentimientos idénticos.
Teresa Vicente
El haiku, siendo la mínima expresión, ofrece tantas variaciones... Decía Quevedo sobre la pervivencia de la vida, «polvo serán, más polvo enamorado», y quizás eso sea lo que sucede en el fuero interno de cada uno al mirar la huerta, como ese espacio en la memoria que cada uno reconstruye con sus remembranzas. Es lo que interpreta Vicente Cervera ante una fotografía de la acequia Mayor: «Cantan las aguas mientras vuelan las aves de mi niñez». Dice Julio Ciller, ante un bancal de crillas: «Tras el arado, bajo los altos caballones, se esconde el oro». Viéndolo en su conjunto, cada haiku es una sensación, pero también un testimonio, un susurro, a veces un gemido, otras un grito. La tierra peinada, la alegría de un nuevo día, la sed aliviada, la paz en los hombres... Son encuentros con la vida, desde luego, manifestación de un amor, algo tan penetrante que solo a veces es posible explicar.
Presos del verso
alegres parecéis.
¡Volad, haijines!
Enhorabuena a los editores de La Fea Burguesía por dar vuelo a este libro. Y también a todos los autores y autoras, y, especialmente a María José Villarroya y a Aurora Gil Bohórquez, hacedoras de este proyecto. Si por algo hemos de seguir leyendo y escribiendo es para encontrarle un sentido a todo esto. Hemos sido demasiado impasibles con la extinción de nuestras señas de identidad y de nuestra cultura popular. Somos así, cabría esperar. Pero no. Esta fuerza creadora que les ha inspirado estos haikus bien vale la pena subrayarla y pregonarla.
Es asombroso cómo un juego amplía nuestros horizontes.
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