Eso es lo que parece translucirse cuando uno cierra esta novela, eso sí, después de haber pasado con ella unas horas magníficas, llenas de guiños, ... trucos, citas y un buen puñado de referencias tanto vitales como literarias y cinematográficas.
Que no se trataba de una novela negra, y mucho menos al uso actual, lo sabíamos antes incluso de que se publicara, a poco que recordemos alguna entrevista con el autor cartagenero, o que evoquemos sus palabras, en una larga conversación radiofónica, cuando se publicó Falcó, otro momento en el que tuvo que salir a desmentir la negritud de aquella novela, a la que sin dudar calificó como de espías.
No es Pérez-Reverte, por tanto, autor practicante de la novela negra actual, a pesar de, o precisamente por, la explosión desaforada de títulos que se vive desde hace algunos años. Él se queda más bien con los mimbres clásicos, con la llamada novela enigma, en la que prima la mente del investigador por encima de modas o convenciones sociales, en la que casi importa más el cómo que el quién o incluso el por qué.
Homenaje
Y una vez que como lectores tenemos esto claro, no queda sino sentarse y disfrutar del homenaje, porque de eso se trata, que se le rinde al género más clásico, y a los nombres que lo hicieron grande, Agatha Christie, Ellery Queen entre otros, y, por supuesto, Sir Arthur Conan Doyle. Un homenaje al que el autor le da varias vueltas de tuerca al colocar como protagonista, no a un detective, sino al actor que más veces encarnó a la figura más inefable de todas, Sherlock Holmes.
Bajo el nombre de Hopalong Basil está el actor inglés Basil Rathbone, que de forma permanente, y con una deliciosa primera persona, lleva a cabo un juego que salta de lo literario a lo cinematográfico, y que le permite hacer memoria de los tiempos dorados de un Hollywood un tanto crepuscular (la novela transcurre en 1960), al tiempo que le sirve también para mostrarle al lector cuánto llegó a interiorizar al ínclito detective del 221b de Baker Street.
Como protagonista tenemos no a un detective, sino al actor que más veces encarnó a Sherlock Holmes
Con todas esas premisas, Pérez-Reverte se divierte, el lector tiende a imaginárselo sentado a su mesa, con una sonrisa un tanto aviesa, reproduciendo frases de múltiples novelas de Conan Doyle, e incluso desvelando algún secreto que otro de Rathbone y sus colegas de época: Grant, Cooper, Olivier, Flynn…, esos mitos que poco a poco iban ya caminando hacia el ocaso.
La habitación cerrada
En lo argumental, como no podía ser de otra forma, elige uno de los mejores mitos del género: el caso de la habitación cerrada, con una docena de personajes encerrados por un temporal en una pequeña isla griega, en la que comienzan a producirse crímenes, también pergeñados en habitáculos cerrados por dentro.
Puestos a homenajear, es mejor hacerlo a lo grande, y a ese protagonista, encuadrado en un lugar idílico y preparado para la ocasión, se le suma una galería de personajes fabricados con todo el esmero de los clásicos. Desde la diva que ha iniciado ya la cuesta abajo, acompañada de un productor italiano un tanto caníbal, hasta las dos amigas sofisticadas que recorren juntas Europa, sin olvidarnos de un médico apropiado para la ocasión, un matrimonio alemán de rígidas costumbres y el personal de un pequeño hotel regentado por una dueña judía, superviviente de Auschwitz y otros empleados muy bien perfilados.
La guinda, eso sí, se la lleva un español, el magnífico Foxá, autor de novelas negras bajo seudónimo, gran lector de Doyle que se entrega desde el inicio al actor como el ayudante que éste necesita en su recreación de Holmes. Los diálogos entre ambos, y las pesquisas consiguientes a cada crimen, hacen las delicias del lector, porque entre ambos nos van dando pequeñas clases de literatura, de lógica criminal y hasta de narrativa fílmica, provocando que sigamos sus pasos, físicos o conversacionales, casi sin parpadear.
Con esa galería de personajes, Pérez-Reverte continúa divirtiéndose al perfilar cada uno de los tres crímenes que se van a producir en la isla, y además lo hace cumpliendo de manera escrupulosa todos los pasos que deben marcar cada investigación, de manera tan canónica como lógica. Con todo, el principal atractivo, además de esa primera persona ya mencionada, es la forma en la que Basil acepta convertirse en lo que todos esperan de él: el detective al uso. El hombre, adulado, no para de recordarles a todos que sólo es un actor, pero con cada enigma, cada muerte, la adrenalina le gobierna, haciéndole sentirse más que vivo, máxime sabiendo que también combate contra los recuerdos de un peligroso pasado etílico.
Una partida de altura
La novela tiene todos los elementos necesarios para hacerla muy atractiva no sólo para el aficionado al género, sino para cualquier lector con un poco de criterio y gusto por la buena literatura. Y es que en esas conversaciones entre Basil y Foxá no hay sólo cuestiones criminales, también hay un importante tributo hacia las grandes figuras literarias que han seducido al autor a lo largo de su vida.
Pérez-Reverte juega una partida de altura, invitándonos a emplear nuestra propia lógica, y lo mejor de todo, uno lo va sabiendo a medida que se acerca el final, es que aunque conozcamos los trucos habituales de estas novelas, seguiremos sorprendiéndonos con los desenlaces, y el plural debe mantenerse con toda la intención. Busquen una buena butaca, un licor y una pipa, figurados o no, y dispónganse a disfrutar.
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