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Tomar café con ella es un placer. Entre sus libros y los recuerdos de su vida y junto a su mesa de trabajo, todo envuelto en un aire limpísimo de hospitalidad que se mueve entre un remanso de una paz que parece estar muy cómoda allí, junto a ella. Los últimos tiempos han sido difíciles para la poeta Dionisia García (Fuente Álamo, 1929), afincada felizmente en Murcia desde hace décadas. Difíciles por la enfermedad, por el empeño de las fuerzas físicas en alejarse. Pero ella está fuerte, y el lunes, a las 19.30 horas, en el Hemiciclo de la Facultad de Letras de la UMU, hizo un regalo a sus lectores y amigos: presentó un libro muy especial, 'Atardece despacio. Poesía completa (1976-2017)', publicado con sumo esmero por el editor de Renacimiento, Abelardo Linares. En él se incluye uno de sus poemas que quedarán para siempre, 'Desde el ahora': «No sé si, al otro lado, podré ver vuestros rostros, / tan hermosos y tibios cuando entráis en la casa. / Los unos con los otros avenidos. / Algo hemos hecho bien para que ocurra. / Lamento, a estas alturas, que ya no pueda un día / compartir con vosotros el té con yerbabuena de los jueves, / mientras con las palabras nos vamos entendiendo. / Inquieta, sin embargo, ese incierto después, / por lo desconocido, tras el aliento último. / Si la Luz nos ampara, seremos por su gracia. / Buscadme donde esté para que os vea».
Dice Dionisa García, a quien el también excelente poeta José María Álvarez (Cartagena, 1942), que ha escrito el prólogo de 'Atardece despacio', define como «una mujer apacible, elegante, que gusta y sabe pasar discretamente por la vida», que está «asombrada porque no he perdido el ímpetu interior. Y también estoy expectante pensando hasta cuándo va a durar este deseo de escribir, porque el día en que la fuente se seque yo pienso dejarlo». La autora, según Álvarez una «dama de aire a veces como perdido», concibe la poesía «como disfrute y como sacrificio, como goce y como entrega», y está convencida de que «el don de vivir es un préstamo hermoso que no dura, una ilusión marchita y esperada. Nadie podrá escapar a tal destino. No lo desperdiciemos».
Dionisia García
-¿Qué podemos hacer?
-Está en nuestras manos poder penetrar el alma de las cosas, mientras permanecemos abrazados a un mundo bello y frágil.
Cree Álvarez que «en un mundo convertido en adorador del más atroz Moloch igualitario y bajo la aberración de ese llamado 'pensamiento correcto' y demás excrecencias de la ignorancia, Dionisia García ha permanecido como una urna de transparente clarividencia, libre de odios y rencores, ayudando con su palabra a todos cuando se le acercan buscando orientación». Y más: «Antes de leer cualquiera de sus muchos libros, siempre he pensado: 'No me defraudará'. Y jamás lo ha hecho». «Dionisia García», añade el autor de 'El botín del mundo', «no ha olvidado nunca aquello que el magnífico Stevenson aconsejaba: el uso preciso y sabio de nuestra lengua, su sentido de la acentuación de lo importante, el mantenimiento de ese discurso civilizado a lo largo de sus páginas. Es lo mismo que señalaba Horacio en su 'Poética', y que repetirán Borges o Wilde: el poder del encantamiento. Un poder engarzado en una mirada limpia sobre el mundo y la vida. Y yo añadiría a esas cualidades, lo que el coro final de 'Antígona' nos pedía: la sensatez, esa primera condición de la dicha».
-¿De qué está usted segura?
-Lo estoy de que son reales los trigos del verano y los pájaros que pican el fruto de la higuera. También lo es la mirada precisa del amor.
Dionisia García, en 'Ante lo transitorio', escribe: «Detente instante / en este vaso ancho / que alberga las anémonas, / en los pétalos rojos / que recogen y atraen. / Préndete en la mañana / del domingo que fluye, / donde se muestra el mundo. / Que mi pasar no quede, / pero sí la belleza de las cosas». Discretamente, esta escritora serena que a veces consigue el escalofrío con sus versos, como pasa con 'Ser y no ser' y tantos otros, que cuando se leen provocan una emoción extraordinaria y nada avasalladora, cree que, de algún modo misterioso, la poesía nos salva: «Vemos que el arte, a través de la Historia, no nos ha salvado de casi nada. En Auschwitz se oía música de Bach, Beethoven, de Mozart, mientras se estaba incinerando a las personas en los hornos crematorios. Sin embargo, yo sí pienso que el arte y la poesía nos salvan de muchas cosas. Para mí, escribir un poema es un momento de luz, no sé si útil, pero valiosísimo». Se lee en 'Veranos': «No hay horas que perder entre lamentos; / otros vienen y están con sus dulzuras. / Son pródigos en besos inocentes / que alegran este mundo que nos toca / y animan nuestro tiempo, todavía posible».
Hay en su escritura sinceridad poética, huellas de lo leído y lo vivido, cantos necesarios al hecho de estar vivos, homenaje a los seres que se fueron, y también lamento por el dolor que recorre el mundo y casi siempre maltrata aún más a los ya heridos. «También yo», reconoce, «me siento culpable de que no nos inmutemos ante el horror, de que no nos importemos unos a otros, de que no acabemos entre todos con la barbarie; no, no somos inocentes». Pero no se deja vencer por el desánimo, no se acomoda a las derrotas, ni en la vida ni en la poesía, y deja claro que «este mundo en el que estamos tan desencantados es también muy hermoso».
Una hermosura que ella ha encontrado en las personas y en los lugares que le han hecho feliz, y en la poesía que, como enseña Machado -«vuelvo a él con mucha frecuencia», reconoce-, te acerca a través de su lenguaje a lo que no sabes. Amiga de poetas y amiga que cuenta con muchísimos amigos, a los que cuida con paciencia monacal y mano firme y cálida, es una enamorada de la memoria y los recuerdos, si bien jamás se queda anclada en la nostalgia y se adentra, curiosa, en el futuro. A los que sufren el mal terrible del olvido y a los desterrados del mundo de los afectos recíprocos, les dedica este deseo: «Confío en que tendrán algún momento de lucidez en el que puedan, incluso en la total oscuridad, apreciar una puesta de sol, un palabra amiga, un gesto de cariño...».
Puede que también hoy, al levantarse de la cama, lo primero que haga Dionisia García sea desperezarse con desgana, como le gustaba hacer de niña. Y puede que también hoy, si se deja llevar por sus recuerdos, su cuerpo frágil avance hacia la puerta del dormitorio para llamar a su abuela, que hace ya tiempo que habita entre los muertos, pero que en su memoria reina todavía deslumbrante y amorosa, capaz de plantar cara a las nubes más negras y a las desgracias familiares que llovieron sobre su casa con patio.
El recuerdo de los seres queridos que ya marcharon se acentúa conforme la vida se acerca a su estación final. En 'Habrá lilas', de su poemario 'El vaho en los espejos', se lee: «Tiemblo, / al pensar que, algún día, / ya no veré las lilas de los huertos...». Porque, escribe para siempre la autora, «No me gusta creer / que las lilas perderán su existencia / tras los velos de la noche. / Han de existir, / porque también ignoro / sí, en alguna parte o cerca, / hay presencias / que no palpo / y fueron siempre». Presencias misteriosas que parecen deseosas de compartir sus experiencias con los lectores de sus obras, pobladas por seres amados, descubrimientos, grandes dosis de calma y de ternura y algunos golpes bajos, terribles, vinculados a la madre y a los hermanos muertos mucho antes de tiempo.
-¿En qué momento vital y creativo se encuentra usted?
-Veo con serenidad el mundo, o intento que así sea. Valoro el amanecer de cada día, que sigue pareciéndome prodigioso. El mundo de los afectos y la cercanía con las personas es mi mejor refugio, siempre lo ha sido. Como poeta, soy más y más crítica con mis versos. Dicen que el mejor poema está por llegar... Estar a la espera no es mala cosa.
-¿Dónde encuentra usted el verdadero consuelo?
-En la esperanza, porque el ser humano, que es capaz de las mayores bajezas, también lo es de altas consecuciones. El día que logre alcanzar un mayor entendimiento con sus semejantes, habrá conseguido llegar a ese punto luminoso que justifique su estar en un planeta sin luz llamado tierra. También está la esperanza del espíritu, que puede dar sentido a nuestra vida y llevarnos a 'apostar' por lo desconocido, por el misterio. En esa 'apuesta' trato de profundizar, y me siento bien. Soy creyente practicante, y busco; trabajo en ello. Con frecuencia recuerdo a Agustín de Hipona y sus palabras: «Mi fe es la fe que busco». Viene a la memoria una vivencia de hace años, en compañía de una poeta agnóstica que quiso acompañarme y entrar en una pequeñaiglesia veneciana. Sin prisas por abandonar el recinto, comentó: «Qué bien se está aquí».
-¿Qué ha aprendido?
-Que somos sólo pasajeros de este mundo, dada la brevedad de nuestra permanencia. He aprendido a allanar, a evitar conflictos, y a comprender a las personas como deseo ser comprendida. La vida es un don hermoso, una aventura que no merece la pena manchar... También he conseguido poner 'a raya' la vanidad, en cuanto a mi trabajo se refiere. Todos precisamos de ella como aliento para seguir. Considero que está cumplida la dosis que necesito, no aspiro a más. Para Borges, ser notorio es ser olvidado un poco después. Se escribe desde la vida y para la vida. Si alguien se acerca y beneficia de lo escrito, sería una buena compensación.
-¿Qué se dice a sí misma cuando tiene miedo?
-Trato de racionalizarlo. Si no lo consigo, le abro la puerta y llegamos a un entendimiento.
Entró Dionisia García un día, siendo niña, en el dormitorio de sus padres con intención de abrir el armario de luna. Tras no pocas dificultades, su rostro resplandeció al conseguirlo. Alargó la mano hasta coger la caja blanca rosada que contenía chocolates. Qué deleite. Desde entonces, sonríe cuando ve un armario de luna. Y adora el chocolate con la misma fe con la que adora a sus amigos, que encuentran en ella, siempre, tierra firme sobre la que recobrar las fuerzas para seguir en pie. «Era bello su rostro a pesar de la nada. / Lo ungió con la saliva untada en el pañuelo», dicen dos versos de 'El sol sobre la nada', uno de los poemas más tristes (y hermosos) de 'El engaño de los días', quizá el poemario más hermoso (y triste) escrito por Dionisia García. Ahora, este poemario también está a buen recuado en 'Atardece despacio', un libro para dialogar con la vida, y también para disfrutar del silencio. A Dionisia García le gusta el silencio, aunque a veces el de Dios sea demasiado largo. «Asómate a las aves, / al mundo de los astros. / Nadie pudo abarcar tanto prodigio», escribe admirada y esperanzada.
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