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«Bernarda somos nosotros», dice el director de escena José Carlos Plaza (Madrid, 1943) a propósito de la obra de García Lorca 'La casa ... de Bernarda Alba', de la que prepara una nueva puesta en escena –la montó por vez primera en 1984–, que se estrenará el 27 de marzo en el Teatro Principal de Alicante, para la que ha contado, nuevamente, con la colaboración de Paco Leal, que se encargará de la escenografía y la iluminación. Leal (Murcia, 1957), escenógrafo, iluminador, también jefe técnico del TCM desde 2011, hombre de teatro sigiloso y respetado al que se le rindió homenaje en la 46 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, certamen en el que lleva veintiséis años al frente de su apartado técnico, se enfrenta a este nuevo proyecto «con la ilusión de siempre, que afortunadamente no he perdido pese a llevar ya tantos años trabajando». Para él sí que es su primera Bernarda.
«Como toda obra 'clásica', y la de Lorca ya lo es aunque nacida en un pasado muy cercano, 'La casa de Bernarda Alba' va creciendo día a día ofreciéndonos facetas diferentes al compás de los cambios de la sociedad», sostiene Plaza. «¿Qué dice a los espectadores de hoy este 'drama de mujeres de los pueblos de España'?» es una pregunta que al veterano director de escena, gran maestro de actores, le interesa mucho. La Bernarda de Lorca «incide en la posición de la mujer en la sociedad, con sus techos de cristal, las diferencias salariales y su indefensión física ante la violencia, provenga de donde provenga». Plaza apunta que Bernarda Alba «ocupa, sin ser consciente o siéndolo demasiado, el papel de la autoridad, del manejo del poder económico y la representación del orden establecido». Y esa, a su juicio, «sería la mejor reflexión o lectura de la obra desde hoy, en pleno siglo XXI: ¿de dónde viene ese poder establecido que parece inamovible tenga el aspecto que tenga?».
Defiende que «Lorca habla de nuestros ancestros» y que «la historia de Bernarda y de sus hijas, como nuestra historia, tiene sus raíces antes de su nacimiento». Unas «raíces profundas, retorcidas, de un origen lejanísimo y perpetuadas por quién sabe qué oscuros intereses». «Es un origen ancestral que se sustenta en el miedo», precisa. Y añade: «Bernarda teme que todo cambie y que ese cambio le haga perder su aparente e impuesta entidad; teme no saber qué hacer con una auténtica esencia vital que la desequilibre y, por eso, mantiene a fuego las normas con las que la educaron». «Igual podría decirse de sus cinco hijas», prosigue, «insertadas sin opción en un mundo inflexible y yerto pero cómodo, un mundo anestésico e inculto que las anula y por el que venden su libertad, salvo Adela [la hija menor] y María Josefa [madre de Bernarda], cuya acción de intentar realizarse es condenada con la muerte y la locura». Estamos ante una obra «sobre los ancestros que no conocen la compresión, ni la compasión, hacia aquel ser que han creado. Como Saturno devora a sus hijos, Bernarda es devorada y devora sus deseos y los de sus hijas; y, como consecuencia sus vidas».
Y se plantea y nos plantea el director: «¿Pueden actualmente nuestros ancestros continuar devorándonos?, ¿sabemos reconocerlos, diferenciar aquellos que nos ayudan a crecer de los que nos destruyen?, ¿qué precio tiene hoy la necesidad de esa ruptura?, ¿estaríamos dispuestos a pagarlo?».
Este nuevo montaje de 'La casa de Bernarda Alba', producido por el entusiasta y combativo Celestino Aranda, cuenta con un reparto formado por Consuelo Trujillo (Bernarda Alba), Rosario Pardo (Poncia), Luisa Gavasa dando vida a María Josefa –en sustitución de Julieta Serrano hasta que esta pueda incorporarse al montaje–, Ana Fernández, Ruth Gabriel, Zaira Montes, Montse Peidro y Marina Salas; de vestirlas para la escena se ha encargado la diseñadora de vestuario Gabriela Salaverri. El montaje que estrenó Plaza en 1984, en el madrileño Teatro Español, contaba con Berta Riaza dando vida a Bernarda Alba, un personaje que ella encaró huyendo del prototipo hierático e impenetrable que se le supone y otorgándole, al mostrárselo vulnerable al público, una dimensión distinta. Entonces, una deliciosa Ana Belén se metía fiera en la piel de Adela.
Ha llovido desde entonces, pero Plaza no se permite anclarse en la nostalgia: «Recuerdo con mucho cariño las cosas vividas que han merecido la pena, pero me centro en el presente y en el futuro». «Yo creo –indica– que todos somos víctimas de nuestro pasado; creo que Bernarda es una víctima y que por eso también es verdugo. Las hijas son sus víctimas, que pagan por ello, pero también son verdugos que se hacen daño unas a otras».
–¿No hemos cambiado de forma de ser?
–Venimos de un pasado muy duro, muy tradicional, muy conservador, muy católico...; hemos quitado las hojas pero no hemos quitado la raíz, y eso va devorándonos poco a poco. Yo vivo la vida como se presenta, pero conforme me voy haciendo más viejo comprendo menos cómo nos dedicamos a dar pasos hacia atrás. No entiendo la separación de las clases sociales, no entiendo que la palabra patria separe en vez de unir, no entiendo que la extrema derecha vuelva...; cada vez que veo una injusticia o un comportamiento intolerante, mi cuerpo se rebela y mi estómago se retuerce, pero de ahí a poder hacer algo...; eso es más complicado.
–¿Qué le gustaría que el público se dijese viendo esta Bernarda Alba?
–Yo también soy Bernarda y soy esta función, yo también soy estas envidias, estos rencores, esta insolidaridad, este egoísmo, esta intolerancia... Todo esto forma parte de nuestra raíz y ojalá pudiésemos matarla.
A Paco Leal –«como diseñador de escenografías y de iluminación me creo mis propios conflictos, porque yo no dejo en manos de los técnicos que después se encarguen ellos de hacer posibles mis sueños»–, trabajar con Plaza le produce una gran satisfacción: «He hecho muchos trabajos importantes durante los últimos más de 30 años, casi todos ellos con él, aunque también he trabajado para Pilar Miró, Josefina Molina...». Defensor «del rigor y la disciplina en el trabajo» y «tremendamente serio a la hora de trabajar», recuerda que la primera escenografía que realizó por encargo de Plaza fue para las 'Comedias bárbaras' [de Valle-Inclán], que dirigió en el Teatro María Guerrero en 1991. «Tenía», cuenta, «el encargo de la iluminación, y la escenografía la iba a realizar Gerardo Vera, quien finalmente no pudo hacerla. Plaza me llamó a su despacho y me dijo: 'Paco, tenemos un problema: Gerardo no puede hacerse cargo de la escenografía. He pensado que la hagas tú'. 'Pero yo no soy escenógrafo, aunque alguna idea tengo', le dije yo. «Si tú te atreves, yo me atrevo, no tendría ningún inconveniente», fueron entonces sus palabras. ¡Así es que empecé por la puerta grande, con unas 'Comedias bárbaras' con cuarenta actores en escena!».
Obra 'La casa de Bernarda Alba', de Federico García Lorca.
Intérpretes Consuelo Trujillo, Rosario Paro, Luisa Gavasa, Ana Fernández, Ruth Gabriel, Zaira Montes, Montse Peidro y Marina Salas.
Dirección y versión José Carlos Plaza.
Escenografía e iluminación Paco Leal.
Diseño de vestuario Gabriela Salaverri.
Producción Celestino Aranda.
Estreno 27 de marzo. Teatro Principal de Alicante.
Hoy, muchos años después, Plaza explica así el secreto de la complicidad personal y profesional que les une: «Se basa en dos cosas fundamentales: en el profundísimo respeto y en la gran admiración que yo tengo hacia él». Sus dos últimos trabajos en equipo fueron 'Divinas palabras', también de Valle-Inclán, y 'La habitación de María', de Manuel Velasco, con Concha Velasco –a la que ambos veneran– en escena.
'La casa de Bernarda Alba' ha conocido en los últimos tiempos algunas puestas en escena de alto voltaje artístico. En 2007, por ejemplo, la gran actriz Margarita Lozano –unida a la ciudad de Lorca desde su infancia– se despidió de los escenarios encarnando a Bernarda Alba, a las órdenes de Amelia Ochandiano, con un montaje que entre sus atractivos contaba con la participación de María Galiana en el papel de Poncia. El público que acudía a ver la función, programada en el madrileño Centro Cultural de la Villa, dedicada una rotunda ovación a ambas intérpretes al finalizar la representación.
Lozano daba vida a una Bernarda Alba que se convertía en la encarnación escalofriante de todos los dictadores y tiranos más o menos disfrazados de corderos o de salvadores de patrias. Su Bernarda Alba imponía temor al tiempo que hipnotizaba, y repelía sin que paralelamente los espectadores pudiesen dejar de asombrarse ante su poder y su fuerza, ante la inmensidad de una figura que recordaba a la de un patriarca, un guerrero legendario, un dios inmisericorde de la Antigüedad, o a toda la ira y la frialdad humanas encarnadas en una mujer. El primer escalofrío llegaba cuando, casi al principio de la obra, la Lozano le decía a sus hijas, tras regresar de enterrar a su padre: «En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas». Era el primero –escalofrío de una pureza dificilísima de hallar– de una larga serie de escalofríos que provocaba, como una descarga eléctrica en mitad de una noche siniestra, el trabajo rebosante de sabiduría de la actriz que conquistó los corazones de Buñuel, Pasolini, los hermanos Taviani o el singular Nanni Moretti. Y en 2011, Alquibla Teatro, siempre bajo la dirección de Antonio Saura, logró uno de sus mayores éxitos con un montaje de este inagotable texto de Lorca que derrochaba fuerza, y al frente de cuyo reparto estaba la murciana Lola Escribano, cuya Bernarda Alba tampoco dejaba a nadie indiferente.
El 27 de marzo próximo, Consuelo Trujillo encarnará por vez primera ante el público, arropada por la escenografía y la iluminación –con tintes cinematográficos– creadas por Paco Leal, a un personaje que siempre supone un reto en la carrera de toda actriz. Lo fue para Nuria Espert –en 2008, a las órdenes de Lluis Pasqual– y para la inconfundible María Jesús Valdés –en 1999, dirigida por Calixto Bieito–.
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