
El asesino nunca puede ser el mayordomo
'El problema final' ·
Como en 'El pintor de batallas', esta última novela de Arturo Pérez-Reverte se mueve en un ámbito muy similar al de las obras teatralesSecciones
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'El problema final' ·
Como en 'El pintor de batallas', esta última novela de Arturo Pérez-Reverte se mueve en un ámbito muy similar al de las obras teatralesNada nuevo bajo el sol. Y, sin embargo, todo parece distinto. Es distinto en esta última novela que Pérez-Reverte saca a la luz. Aunque ... su interés por lo policiaco se remonte a hace unas cuantas décadas, con novelas como 'El maestro de esgrima', 'La tabla de Flandes', 'El club Dumas' o 'La piel del tambor'. Por no hablar de la serie, aún en marcha, protagonizada por Falcó.
En la ya conocida 'coctelera revertiana', uno de los ingredientes que nunca ha faltado ha sido ese deseo del autor de que el lector ponga algo de su parte a la hora de desentrañar los misterios que encierra cada una de sus obras.
Pero vayamos por partes. 'El problema final' es, de entrada, una novela más breve de lo que nos tiene acostumbrados Pérez-Reverte, que suele pasar del medio millar de páginas. Y es, asimismo, una 'novela de autor', como ya lo fueron títulos como 'Trafalgar' o 'El pintor de batallas'. Por alguna parte tenía que aparecersu afición a la lectura desde su más tierna infancia, y, por otro lado, su predilecciónpor Conan Doyle y las aventuras de sus dos principales personajes, Holmes y Watson, a los que Reverte rinde aquí, en estas nuevas páginas, su más sentido y sincero homenaje.
Pero, además de todo eso, el novelista cartagenero saca a relucir, una vez más, su capacidad y su habilidad para hacer literatura desde la literatura, en una especie de juego -palabra clave aquí, y en tantos otros relatos suyos- metaficcional e intertextual que, lejos de convertirse en un obstáculo, en un complemento farragoso e inútil, da vigor al libro y lo hace más divertido.
La fama de novelista de acción, que comparte con autores de la tradición narrativa española como Baroja, queda aquí a un lado para dar paso a un Reverte menos sentimental, más metódico, más reflexivo y ordenado, no dejando ni un solo cabo suelto y, sobre todo, resolviendo con enorme destreza lo que plantea a lo largo del relato.
'El problema final', quizá como en 'El pintor de batallas', se mueve en un ámbito muy similar al de las obras teatrales; con un espacio reducido, con un escaso número de personajes, y con una tensión dramática que se palpa de principio a fin. Ocho huéspedes, tres empleados y una propietaria encerrados entre las cuatro paredes de un hotel situado en una isla misteriosa del Mediterráneo que termina convirtiéndose en una especie de montaña mágica. Unos personajes en busca de un autor que les aclare su verdadera naturaleza. Como en algunas novelas de Unamuno y en ciertos cuentos del maestro Borges, necesitan ser soñados por un ser -el autor-, que, a su vez, existe al ser soñado por otro ente superior. Pero la novela de Reverte no corre peligro de liarnos en exceso. Sólo lo justo. Aunque, de vez en cuando, se aluda a las reglas del género: desde el hecho de que el mayordomo, bajo ningún concepto, pueda ser el asesino, a esta otra regla, que nos regala Paco Foxá, con la que nos viene a decir que cuando una novela está bien construida -y la de Pérez-Reverte vaya si lo está- 'es casi imposible que el lector descubra al culpable antes que el detective'. Porque todo es cuestión de reglas. Las reglas del género.
No en vano, uno de los personajes -otro secundario de lujo, como el inolvidable Muñoz de 'La tabla de Flandes'- de este relato, el aludido Paco Foxá, es un escritor al que le fascina ese improvisado juego detectivesco que lo convierte, de la noche a la mañana, en un nuevo Watson, esta vez a las órdenes del protagonista, Ormond Basil, que es un personaje marca de la casa, extraído de la misma factoría en donde fueron construidos en su día otros como Astarloa, Teresa Mendoza, Diego Alatriste o Lucas Corso. Basil es un personaje otoñal que vive sus últimos espléndidos atardeceres. Un singular caballero inglés. Un antiguo actor de éxito, que en su día encarnó a Sherlock Holmes, y que ahora fuma puritos Panter, que se enciende con un Dupont de oro,regalo de la divina Marlene Dietrich. Pero, aun pudiendo ser visto como un nuevo 'héroe cansado' para añadir a la colección, todavía atesora la energía necesaria, la inteligencia precisa y ese sello cautivador que tanto atrae a las damas y confunde a los caballeros.
En cuanto al lenguaje, Pérez-Reverte vuelve a ser, como en tantas otras ocasiones, un maestro a la hora de elaborar los diálogos, tan necesarios en este nuevo relato por ese carácter dramático, casi teatral, del mismo. Y vuelve a demostrar que el castellano es una lengua con la que se lleva muy bien y de la que extrae todos sus secretos a base de magníficas reflexiones y de frases magistrales que parece sacarse de la manga, pero que son producto de su ya larga experiencia como lector, como escritor y como ser humano. Como aquella en la que se asegura que 'lo que nos parece nuevo es sólo lo olvidado'.
Es obvio que Arturo Pérez-Reverte ha disfrutado mucho escribiendo esta novela. Y así lo percibe de inmediato el lector. Justo al abrir la primera página del libro, tan importante y decisiva siempre en su ya larga trayectoria: 'En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero'.
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