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LUIS ESCAVY
Sábado, 15 de octubre 2022, 02:07
Escribir sobre la muerte de un ser querido es una tarea difícil, porque para escribir, y sobre todo para escribir poemas, necesita uno de cierta ... distancia que únicamente ofrece el tiempo, no solo por una cuestión de objetividad y perspectiva, sino también por algo que tiene más que ver con la pausa que necesitamos para asimilar nuestra fractura.
Así pues, casi desde siempre, quien escribe sobre la muerte desde el amor, o quien vive el amor desde la muerte, no lo hace por escribir ni por vivir, sino por intentar comprenderse a través de palabras que expliquen un mundo que no se entiende, un lugar que ya no es el mismo.
No es solo una forma de terapia, es una necesidad de continuar la vida que se detiene de golpe, la de quien se ha perdido, porque la otra vida sigue demostrándonos, como decían aquellos versos de Javier Salvago, que misteriosamente es posible vivir sin casi todo.
Pero para eso hay que aprender a orientarse y nunca se está más desorientado que cuando perdemos lo que amamos. Luis García Montero (Granada, 1958) encontró un día de hace ya muchos años a una compañera que se llamaba Almudena Grandes. Se casaron. Tuvieron una hija. Él se convirtió poco a poco en el poeta vivo más reconocido de la literatura española con libros como 'Habitaciones separadas' o 'Completamente viernes', y ella en una de las mejores novelistas que ha dado nuestra lengua.
Después vino la enfermedad. La muerte. Y este libro. Pero 'Un año y tres meses' (Tusquets, 2022) no es la historia de una desgracia ni es la historia de la muerte; es la historia de la vida, o del tiempo de vida que quedaba.
Vayamos ahora a los poemas, no a la historia que hay detrás de los poemas, que no son la misma cosa, por mucho que una buena historia pueda ser también literaria. El libro que García Montero nos presenta lo componen 25 poemas y está dividido en tres partes sin título. En el poema 'De Madrid a Lima', que pertenece a la primera parte, encontramos estos versos serenos que retratan bien al Luis García Montero de siempre, ese hombre despistado que parece que no se da cuenta de nada, pero aún mira la vida con los mismos ojos: «... Llamaré / cuando llegue al hotel para decirte / que estoy en Lima, que viajar / me cansa, pero el vuelo ha sido bueno, / que todo está tranquilo, / que tengo ganas de volver a casa».
Pero no todo está tranquilo y la debilidad es una forma de fortaleza que el poeta asume en el final de la sección primera de este libro: «Pueden avergonzarse de mí, me doy vergüenza / en muchas ocasiones. Pero tengo razón, / la muerte es miserable, miserable, / la muerte es miserable».
La muerte es miserable, pero más allá de la suerte o la justicia, que nunca son buenas ni son malas, porque nadie merece más que nadie y no existe ni un premio ni un castigo, queda la serenidad de haberse amado día a día. En la segunda parte de este libro, rescato estos versos de quien todavía no ha perdido la esperanza: «Nada tiene sentido, ya lo sabes. / Y sin embargo el día / viene con su luz sucia, pero es luz».
No es el mejor libro de Luis, eso ya lo sabíamos, aunque sí es conmovedor. A ratos emocionan los poemas, a ratos su intimismo y su derrota. Es cierto que el tono se hace repetitivo, pero las cosas hay que leerlas como lo que son, y hay que reconocer que el libro, ya desde la solapa, no da lugar a equívoco: «Los poemas dedicados a Almudena Grandes por Luis García Montero». Sin embargo, a pesar del dramatismo de la situación, el poeta no es una víctima ni es un desgraciado, es un hombre tranquilo que se resigna y que trata de acompañar como puede ese tránsito difícil: «Con pocas fuerzas hoy, / el cielo de Madrid nos mira triste. / Una vez más nos faltan aliados / en las trincheras últimas de nuestros corazones».
La última parte de este libro solo contiene un poema, que asume toda la responsabilidad de darle un final digno a esta historia y que comienza resumiendo lo que hemos leído: «Como las narraciones de la lluvia / o los cuadernos de bitácora, / tuvo la enfermedad sus argumentos». Esto es, en definitiva, lo que el lector va a encontrarse: un cuaderno de bitácora, un diario, que no desentona con su trayectoria poética y que tiene suficientes destellos de luz para que valga la pena sumergirse en estas páginas.
Quien entre aquí encontrará al Luis García Montero de siempre, a la sombra de su vida, esperando al lector para contarle que no es un buen momento y pidiéndole compañía en su soledad, como también dijo en otro de sus famosos poemas: «Déjame que responda, lector, a tus preguntas, / porque esto es la poesía: dos soledades juntas / y una experiencia noble de contarnos la vida».
Solo ese ejercicio de humildad y transparencia da derecho a escribir un libro como este y no salir mal parado. La literatura se mezcla con la historia, pero así ha sido siempre, y un poeta que consigue implicarnos en su vida se merece la lealtad de sus lectores, para pasar por alto lo que no es excelente, para acompañar en silencio lo que ya es un hermoso homenaje a la memoria de una de las escritoras más geniales y comprometidas de nuestra literatura.
No sabemos si habrá una vida eterna. Si la hay, sé que Luis no creerá en ella hasta que la vea, pero sé también que el destino más triste que los dioses podían haberle ofrecido no es la muerte, ni es la enfermedad, sino el vacío de no haberse encontrado con Almudena: «Y cuando me convoquen a declarar mis actos / aunque solo me escuche una silla vacía / será firme mi voz. / No por lo que la muerte me prometa / sino por todo aquello que no podrá quitarme».
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