
La viuda y los viudos de Alberti
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Un libro en el que María Asunción Mateo asume la condición de viuda tras casi un cuarto de sigloSobre las parejas en las que él le lleva a ella una porrada de años, hay un clásico comentario exento de idealismo y fe en ... la condición humana: «nunca verás a una chica que se enamora de un viejo pobre». Si es cierto lo que insinúa ese dicho, el caso de las compañeras jóvenes de escritores de edad avanzada puede constituir una excepción. Casarse con un viejo escritor, por reconocido o rico que sea, no es algo que conlleve una vida de abundancia y lujo. En el mejor de los casos más bien supone ingresar en un deslucido universo de conferencias, seminarios, cursos, bibliotecas, aulas, rituales académicos, largos recitales y tesis doctorales que son la pura antítesis del glamour y el desenfreno. Un ejemplo nos lo brinda 'Mi vida con Alberti', el volumen de memorias que acaba de publicar María Asunción Mateo, la mujer que acompañó al gran poeta gaditano de la generación del 27 en la última etapa de la vida de éste.
María Asunción Mateo era una valenciana de treinta y nueve años dedicada a la docencia de la asignatura de literatura en un instituto cuando conoció en 1983, y durante un homenaje a Antonio Machado en Baeza, a un Rafael Alberti ya metido en los ochenta y un años. Lo que le reportó su historia de amor con el autor de 'Marinero en tierra' fue descubrir que éste no sabía nadar y entrar en un círculo de amistades que no hubieran representado el sueño glamouroso de ninguna 'groupie' que se preciara de serlo -un Gerardo Diego de ochenta y siete años, un Fernando Lázaro Carreter de sesenta, un Pablo Serrano de setenta y cinco, un Dámaso Alonso de ochenta y cinco…- pero que para ella encarnaba sinceramente el paraíso en la Tierra.
Junto a las páginas intimistas en las que da rienda suelta a las ilusiones y emociones que le inspiraba el poeta de El Puerto de Santa María, el lector va a encontrarse con otras en las que se trasluce el auténtico entusiasmo que a María Asunción Mateo le producía poder hablar con el Dámaso Alonso que había sido capaz de despiezar el críptico y barroco entramado metafórico de las octavas reales que componen el 'Polifemo' gongorino. Solo una profesora de literatura amante de los libros, del polvo y el silencio de las bibliotecas, o de las técnicas retóricas de la poesía, podría disfrutar de semejantes conversaciones, que, por otra parte, conforman el interés y el atractivo de un texto autobiográfico en el que el lado agrio de los sinsabores que le pudieron reportar a su autora determinados detractores de su relación queda compensado por las anécdotas entrañables, los viajes y los episodios evocadores de una inenarrable felicidad.
Ese lado agrio lo protagonizan los poetas que se sintieron desplazados por la aparición de ella en la vida de Alberti y a los que llama «los viudos eméritos». De ellos cuenta auténticas perrerías que llenan las páginas más jugosas del libro (todo hay que decirlo) en lo que a chismografía se refiere y que son las comprendidas en la tercera y cuarta partes, tituladas 'Las ciegas constelaciones' y 'Moradora en mi sangre desde entonces' respectivamente. En una de esas páginas narra con detalles bien gráficos y no menos estremecedores cómo Luis García Montero y Benjamín Prado Rodríguez burlaron las objeciones de la asistenta y se colaron en el dormitorio del matrimonio «en un intento de imitación vanguardista pasado de moda, con afán de sorprender a Rafael en la cama», metiéndose «con él bajo las sábanas, mientras uno de ellos hacía la señal de victoria y se fotografiaban» (pág. 158). En otro momento relata cómo, pese a erigirse en defensores del colectivo LGTB, «se burlaban en privado de 'nuestro secretario' (el hijo putativo) imitando sus ademanes, su forma de mover las caderas y su floja poesía cernudiana» (pág. 212). La sombra del machismo e incluso de la homofobia planean sobre esas evocaciones.
'Mi vida con Alberti' es un valioso documento testimonial que no solo da cuenta de las desafecciones sino también del respeto a la figura de María Teresa León, la primera compañera de Alberti, aquejada de alzhéimer desde mediados de los años 70, o de las amistades y afectos, entre ellos el de una Carmen Balcells que entiende las resistencias de la autora a abrazar el papel de viuda: «Di que tú no escribes libros de viudas». Un libro que da cuenta de un cambio de criterio cuando, pasado casi un cuarto de siglo desde la muerte del poeta, esa misma mujer decide asumir su viudedad sin complejos; cuando se sube a una escalera doméstica y una polvorienta carpeta llena de recuerdos le cae encima desde una alta estantería de libros.
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