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IÑAKI EZKERRA
Lunes, 16 de diciembre 2019
Cuando, a mediados de 1939, Mijaíl Bulgákov supo que le quedaba muy poco tiempo de vida y la nefroesclerosis arteriolar que padecía le iba sumiendo en la ceguera, se entregó en cuerpo y alma a la última redacción de 'El Maestro y Margarita', en la ... que trabajó hasta un mes antes de su muerte, que le sobrevino el 10 de marzo de 1940. Cuando, en enero de 2014, a Henning Mankell le diagnosticaron un cáncer y supo que tenía los días contados se lanzó a escribir 'Arenas movedizas', un libro sobre su vida y su lucha con la enfermedad que fue publicado en ese mismo año, unos cuando meses antes de que nos dejara el 5 de octubre de 2015. Ambos escritores reaccionaron de modo similar al saber que se morían, pero sus proyectos tuvieron, sin embargo, antagónicos planteamientos. En Bulgákov primó el novelista, si bien esa obra de ficción contenía muchos aspectos de un cariz autobiográfico. En Mankell primó la autobiografía directamente, exenta de ficción, y el afán de dejar un testamento político.
El caso de Nélida Piñón encarna una tercera posibilidad. A la autora brasileña le diagnosticaron un cáncer de páncreas que terminaría con ella en el plazo de un año a lo sumo. Con esa certeza, empezó a escribir 'Una furtiva lágrima', que iba a ser lo que ella misma denomina «el diario de la muerte» y en realidad es un proyecto bastante parecido al de Mankell, aunque algo más abierto a la subjetividad divagatoria y creativa así como carente, por otro lado, de la ambición de líder espiritual que tenía el novelista sueco.
Nélida Piñón tampoco renuncia a asumir en este libro una cierta representación colectiva aunque se mueve en un registro más modesto, intimista, doméstico, y también menos ideológico que el escritor de Estocolmo. «Cuando hablo de mí misma, o pienso por mí misma -afirma en la primera página significativamente titulada 'Soy diversa'-, incorporo a los demás a mi genealogía. No voy sola por el mundo». Pero la diferencia fundamental de esta obra testamentaria con respecto a las de Mankell y Bulgákov reside en que su autora descubrió, a los dos meses de iniciarla, que el fatal diagnóstico que la había impulsado a tomar la pluma era erróneo. De este modo, 'Una furtiva lágrima' es el libro de una sentencia de muerte y de una absolución; del desasosiego y a la vez de la paz anímica; de la despedida definitiva y también del regreso a la vida.
El título, esa 'furtiva lágrima' que alude a la célebre romanza para tenor de la ópera 'El elixir del amor' de Donizetti, encaja con un texto que en absoluto se detiene en la tristeza sino que apela a menudo a la fuerza determinante para afrontar las contrariedades de la existencia e incluso a la gozosa reafirmación de ésta. «Soy ciudadana de la miseria y la esperanza», confiesa en referencia a la doble naturaleza -pesimista y optimista- de su temperamento y del propio libro, en el cual nunca tarda en imponerse el disfrute vital de los viajes, la cocina, los seres queridos, los recuerdos, la entrega a la imaginación y la misma experiencia de la soledad, «el lugar metafísico» donde mejor dice encontrarse.
Sus 234 páginas están escritas con una fórmula fragmentaria. Son prosas que van de los tres renglones a las escasas tres páginas y cuyo contenido oscila entre el diario y el dietario, entre el apunte crítico y el fogonazo aforístico, entre la glosa cultural o social y el trazo filosófico o confidencial, entre el relato memorialístico y la reflexión ensayística. En estas páginas, no faltan los recuerdos de su experiencia en la Galicia de sus padres y abuelos, unas emotivas invocaciones en las que la sentimentalidad resulta compatible con la honestidad cuando explica, por ejemplo, que cuando habla de los hórreos que adornan el paisaje gallego «falsea los sentimientos» porque «en casa de la abuela Insolina los llamaban canastros», o cuando rehúye la tentación de actualizar en su literatura las leyendas de esa tierra porque «los mitos no se modernizan» y ella no quiere «pintarlos a la moda, con andrajos que parezcan falsos».
Sin duda, son esa honradez y esa fidelidad tanto a su fuerte carácter como a su sólida poética los grandes alicientes de este autorretrato de cuerpo entero de la escritora. En él, hay referencias y episodios que podrían pertenecer a cualquier mujer de ochenta y dos años -los dos perros Gravetinho y Suzy, sus rutinas cotidianas...-, pero hay también observaciones que rebelan algunas claves de su narrativa -su obsesión por el mundo bíblico, la mitología griega...- y sobre todo esa sinceridad sin imposturas.
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