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Rafael Reig y la novela metanegra
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El autor asturiano mezcla en clave de parodia el policíaco con otros géneros, como el fantásticoEn virtud de alguna secreta ley que debe de regir en el Universo de la creación narrativa, la sobreabundancia en la producción y en el ... consumo de determinado género novelesco demanda antes o después el ensanchamiento del mismo, bien hacia el cruce con otros géneros, bien hacia su parodia, bien hacia la reflexión metaliteraria o bien hacia productos que mezclan todas esas opciones de forma simultánea. Las novelas de caballerías generaron el 'Quijote', que era una sátira de estas y un ensanchamiento humanista del género hacia la gran novela moderna; las de la contienda española del 36 tuvieron ya en 2007 su primera parodia con '¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!' de Isaac Rosa, y el género negro encuentra en estos días una ampliación de su campo argumental hacia el terreno de la ciencia-ficción en una novela como 'El juego de los azules', de Bárbara Rodríguez Suanzes.
Precisamente, es en esa misma y fantaseadora dirección en la que, hace dos décadas, se puso a navegar el escritor asturiano Rafael Reig al publicar 'Sangre a borbotones', una novela ambientada en un Madrid distópico y surcado por canales de agua que se habían planteado como solución sustitutiva del antiguo tráfico rodado, ya impracticable tras el imaginario agotamiento de la fuente energética del petróleo. Y precisamente ese es también el caso de 'Guapa de cara', novela que ahora recupera el sello Tusquets; que ocupó en 2003 el lugar central en la trilogía policíaca que Reig dedicó al inspector Clot (después de ella vino en 2011 'Todo está perdonado') y que resulta una lectura tan recomendable como refrescante para este verano.
El deslizamiento hacia el género fantástico en ese ciclo narrativo de Reig no se queda en una esporádica incursión ni en un tímido amago, sino que es tan decidido que, en 'Guapa de cara', la encargada de investigar el caso de asesinato es la propia víctima de este. Una vez que ha dejado este mundo tras el tiro que recibe en la sien de uno de los dos tipos que entran en su domicilio, la escritora de cuentos infantiles Lola Eguíbar asume la tarea detectivesca de averiguar cuál ha sido el móvil del crimen. Y, para rizar el rizo de la fantasía novelesca, dicha heroína difunta va a tener como gran aliado de sus pesquisas a Benito Viruta, un niño entre lujurioso y antipático que es uno de los personajes de los relatos de ficción que escribió en vida.
Nos encontramos, de este modo, ante un planteamiento argumental absolutamente despendolado. Estamos en 1999, lo que hace a esta novela ucrónica, además de distópica. La capital de España sigue convertida en una Venecia alternativa, cutre y fantasmagórica. El país entero ya forma parte de los Estados Unidos. Y, en ese marco incomparable, sin embargo, la figura de Lola Eguíbar, protagonista y narradora en primera persona, se nos presenta como verosímil, demasiado verosímil incluso. Casi se diría, o se diría, sin el casi, que se trata de un 'personaje serio', si obviamos el hecho de que está muerta.
Lola tiene una biografía que se inscribe dentro del realismo, pese a hallarse en un escenario y unas circunstancias surrealistas. Lola recuerda y reflexiona. Recuerda episodios de su juventud, sus antiguas experiencias sentimentales, su primer novio, su matrimonio, la relación con sus progenitores, la clínica del padre psiquiatra… Y reflexiona sobre la existencia, sobre su trabajo, y sobre la escritura, hasta el punto de que el texto toma en algunos momentos un cariz culturalista y hasta metaliterario. Más aún, su propia edad coincide con la del autor (ambos son nacidos a inicios de la década de los sesenta) y este hecho no va a resultar en absoluto superfluo, sino que implica y compromete demasiado al propio escritor con su personaje, al producirse una premeditada y explícita identificación generacional que deja en un segundo plano la propia investigación criminal.
Esta seriedad no queda contrarrestada por el indudable carácter hilarante que tienen muchos episodios del libro, y que son presentados por la voz que narra mediante la técnica de la analepsis, esto es, alternándose con las escenas presentes de la autopsia, el entierro, las andanzas del pobre Clot, marcado por una hija que padece una parálisis cerebral… Lo que produce dicho contraste es más bien una contradicción, y la sensación en el lector de que se encuentra frente a dos novelas: una humorística y otra casi intimista, en la que una mujer se enfrenta, en una eternas vísperas de sus trigésimo séptimo cumpleaños, con sus culpas, con sus problemas de autoestima, con su vida.
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