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IÑAKI EZKERRA
Lunes, 7 de octubre 2019, 22:27
Ha sido precisamente la escritora croata Dubrav-ka Ugresic, exiliada de su tierra desde los años 90, la que ha desvelado de una forma crítica y no exenta de humor la tentación a la impostura que llevó a algunos intelectuales yugoslavos en el exilio a convertir sus biografías en hagiografías, sosteniendo en público «que escaparon de sus dictadores, cuando lo cierto es que tal vez escaparan de sus esposas». Su ácida observación no solo pone el dedo en la llaga de la corrección política, sino también en la complejidad de factores vitales y circunstanciales que concurren en la decisión de un ser humano para abandonar el lugar en que nació. Los hechos y sus causas nunca se dan en la existencia de una manera nítida, y el 'debate' que abre Ugresic con esas palabras ha cobrado una triste actualidad con el drama de los refugiados en Europa, en los que a menudo se confunde la figura del exiliado que huye de una situación bélica o política con la del inmigrante que huye de la miseria.
En el contexto de ese debate, hay que situar necesariamente 'El hijo del doctor', la primera novela del ensayista y publicista bonaerense Ildefonso García-Serena, que tiene por protagonista a Leo Garcés-Baldellou Muñiz, el hijo de un matrimonio exiliado de la Guerra Civil que guarda con el autor obvias coincidencias biográficas, como su nacimiento en la Argentina de la diáspora republicana y su aterrizaje en la España franquista de mediados de los años cincuenta. El descubrimiento de un extraño hecho familiar acaecido en el siglo XIX llevará a Leo, a finales del siglo XX, a iniciar un viaje y unas pesquisas que desvelen el gran enigma que oculta la historia de los suyos y que reconstruyan un paréntesis del pasado que afecta a cuatro generaciones.
Ese extraño hecho se remonta exactamente a una noche del año 1888 en la carretera de Ariño, la pequeña villa minera de la provincia de Teruel en la que vivieron Román Muñiz y Edelvira Alcaine, los bisabuelos de Leo. Román desapareció de forma repentina y sin dejar rastro cuando volvía con uno de sus cuatro hijos de una feria de Zaragoza. Detuvo su caballo en una fonda y se esfumó, no sin antes pronunciar ante el muchacho lo que el narrador omnisciente de tercera persona llama insistentemente «una frase» y que son dos en realidad: «Hijo, entre día y noche no hay pared. Adelántate, que ya te alcanzo.» Lo que realmente sucedió, y que constituye el secreto en torno al que pivota una buena parte del argumento de la novela, fue algo que excedía las cuatro posibilidades contempladas por la Guardia Civil que se ocupó del caso: la agresión criminal a manos de unos salteadores de caminos, el accidente en un barranco, el suicidio o la huida por una temporada tras perderlo todo en algún garito de juego.
'El hijo del doctor' es una novela escrita en un transparente registro realista que nos remite tanto por su estilo como por su temática a la producción narrativa española comprendida entre la generación del 27 y la del 36, muy especialmente a la de los prosistas referenciales del exilio: los Max Aub, los Francisco de Ayala, los Ramón J. Sender...
A esos básicos rasgos que lindan con el costumbrismo, pero también con la novela existencialista, se añade la técnica de la analepsis, más frecuente aún en las posteriores generaciones influidas por el cine y por la frecuente recurrencia de este al 'flashback', si bien es preciso puntualizar que Ildefonso García-Serena no abusa de los diálogos, como es propio de los autores muy contagiados por el celuloide, sino que tiende a recrearse en la pura narración y en la descripción.
En ese vaivén de los planos temporales, el texto nos lleva desde la desaparición del bisabuelo Muñiz a la epopeya argentina de su familia siguiendo la ruta de la inmigración de la época (los indianos de finales del siglo XIX o comienzos del XX) y a la boda del nieto de Román, Mariano Garcés Muñiz, o sea el doctor propiamente dicho, con Aurelia Baldellou Abaz, la chica más guapa de la villa de Campo, recién estallada la contienda del 36; a la movilización del médico en el Ejército de la República y a sus andanzas en la Barcelona de los tiroteos entre anarquistas y comunistas; a su marcha a la Argentina de Perón, en este caso sí en clave de exilio político; a la investigación que abrirá su hijo y el desenlace en un día de diciembre de 1999 en el aeropuerto barcelonés; así como a las escasas páginas en primera persona que alberga el libro y en las que irrumpe un personaje femenino que es una de los sorpresas bien dosificadas de este y que responde al nombre de Flor.
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