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Es una verdadera pena que la austeridad y la mesura de una editorial tan prestigiosa como Vitruvio, que ya cuenta con más de un millar ... de títulos publicados, con autores de tanto prestigio y abolengo como Rubén Darío, Neruda, Whitman, García Lorca, Miguel Hernández o Gil de Biedma, entre otros muchos, no ofrezca al lector, siempre paciente y buen pagador, siquiera una breve biografía de quien firma el volumen. Lo vengo a decir porque, quienes accedan a la presente obra de Pascual García, se van a quedar sin saber que se trata de uno de los escritores españoles más serios, prestigiosos y mejor considerados por la crítica más exigente. Y que es, además de excelente poeta, fiel a un estilo, a un código que pocos han sabido descifrar, un narrador de prestigio, con títulos como 'Nunca olvidaré tu nombre', novela aparecida en 2018.
Pero el envoltorio, sea el que fuere, ni quita ni añade calidad a una obra. Porque 'Lo que me entregaste' es, ante todo, un libro sincero y hermoso, surgido de lo más profundo de un corazón humano, demasiado humano, repleto de milagros, de mañanas de domingo, de sonrisas eternas, de manos enlazadas, de ángeles en vuelo al paraíso, de dulces luciérnagas que iluminan la noche, de sueños cumplidos, de inviernos reducidos a la nada, de palabras con música y besos. En definitiva, un libro de amor y de nostalgia, de horas lentas y lecciones verdaderas, muy en la línea de lo publicado con anterioridad.
Pero lo que más nos sorprende de un poeta como Pascual García, al margen, claro, de la indiscutible calidad de sus versos, es el sentido que tiene de la unidad en cada una de sus obras. No son, dicho con otras palabras, en ningún caso, 'colecciones' de poemas, surgidos un tanto al azar, aunque éstos sean espléndidos, sino un conjunto unitario, sólido, en donde una pieza complementa a la otra, en donde nada falta ni nada sobra. Una cuestión que no suele estar al alcance de cualquier escritor que no posea la suficiente inteligencia.
Desde el punto de vista estructural, 'Lo que me entregaste' es, sencillamente y dicho sin más rodeos, un libro perfecto, sin una sola fisura. Comienza con un soberbio poema titulado 'Para siempre', en donde elucubra sobre el misterio de ese primer amor, que es para siempre, echando mano de conocidas imágenes procedentes de la 'Odisea' -el regreso a Ítaca, las argucias de Ulises para poder llegar a su destino, a su reino, a su casa, donde una mujer paciente le espera-, y concluye con otra composición, de no menor calidad, titulada 'En esta parte de la dicha', en donde, de manera gozosa, el poeta anuncia, antes de que nos despidamos de este feliz viaje hacia una nueva y renovada primavera, que atrás ha quedado el mal de los inviernos, la soledad de las tardes tristes. Y, entre medias, poemas inmensos, como el titulado 'La revolución o el amor' que dedica, con toda justicia, a su 'hermano', el también poeta, tristemente desaparecido, José Cantabella, que, mientras vivió, nos hizo a todos un poco más felices.
Pascual García siempre ha sido fiel a una determinada poética. Sabe, como le ha enseñado Juan Ramón, encontrar la palabra justa en cada situación, y nunca se anda por las ramas, acotando su discurso poético a unos cuantos vocablos, los precisos en cada ocasión. Nada hay en estos poemas que no pueda entenderse. Muy al contrario, nos resultan cercanos, como si nos pertenecieran, como si hubieran sido escritos para nosotros mismos, para nuestro consuelo y nuestra eterna necesidad de belleza. Y por si ello fuera poco, emplea y maneja con una sorprendente soltura, el endecasílabo y el heptasílabo, como ya viene siendo habitual en él, con una musicalidad y una cadencia que llaman nuestra atención, así como, cuando es preciso y lo considera adecuado, el verso eneasílabo con una limpieza y una agilidad sólo reservada a los más grandes.
No son pocas las ocasiones en las que Pascual García, en una misma composición, tiene la habilidad de enfrentar el pasado con el presente; es decir, la soledad, el agua insípida y el aire vacuo, 'sin sabor y sin alma', de los tiempos pretéritos, con las mañanas extensas de este nuevo mundo recién rescatado, con un rumor de ternura y de palabras con música y con besos. Y concluye, ya en los tres últimos versos, manifestando que 'el único secreto es el amor, / la lección verdadera, / de donde nace el mundo cada día'.
La obra de Pascual García tiene otros muchos incentivos, otros secretos que le dan mayor empaque y grandeza al libro. Uno de ellos tiene que ver con el homenaje consciente, deliberado, a sus autores predilectos, echando mano y trasformando algunos de sus más conocidos versos. Homero, el insigne ciego de Quíos, es el primero de ellos. Pero al poeta clásico griego le siguen el Pedro Salinas de 'La voz a ti debida', aquel incomparable Ezra Pound del poema titulado 'He tratado de escribir el Paraíso', tan repleto de hermosura en tan solo tres versos: 'No te muevas/ deja que hable el viento/ ese es el Paraíso', el Quevedo de la postrera ceniza que tendrá sentido, el Aleixandre de 'Labios como espadas', el Manrique del morir sereno o el Miguel Hernández de ese toro que se crece ante el castigo. Una verdadera fiesta literaria para una obra repleta de encanto y de belleza.
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