!['Detrás del cielo': un puñado de espíritus](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2025/02/14/foto-k4MB-U230862611646FJC-1200x840@La%20Verdad.jpg)
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Antonio Parra Sanz
Sábado, 15 de febrero 2025, 07:56
Quien haya visto a Manuel Rivas firmando ejemplares de sus libros le habrá contemplado demorarse, pluma en mano, para acompañar la dedicatoria con algún dibujo, ... alguna ilustración o algún esbozo de imagen, muchas veces marinera. Es una verdadera delicia y demuestra una vez más cómo es la condición de escritor de este coruñés, y cuánto esmero pone siempre en ella.
De igual modo lo sentimos leyendo sus palabras, su fraseo corto, su descripción consistente apenas en un trazo, un brochazo intenso y rápido que nos salpica la retina al tiempo que fija el personaje, el lugar o el acontecimiento en nuestra memoria. Así ha sido en novelas y relatos anteriores y así vuelve a ser ahora en una novela que, aunque tildada como negra, va mucho más allá de los planteamientos genéricos, se desliza con un embrujo brutal por otros caminos, tanto sociales como argumentales, que no se conforman con el corsé de una calificación comercial.
Quien la haya etiquetado como negra sabrá las razones, mercantiles, propagandísticas, quién sabe, pero el hecho es que las palabras de Dombodán sobre lo que ocurre en Tras do Ceo dan para mucho más que para una intriga criminal, porque son el aliento de un pueblo, el gallego, de una manera de contar peculiar y propia del mismo, y finalmente son también un fresco social con muchas aristas, todas ellas muy aprovechables para el curioso lector.
Todo ello tampoco debería ser posible sin esa capacidad de Rivas para perfilar caracteres, personajes complejos que muchas veces se muestran sólo por sus palabras, sin apenas rasgos físicos, más bien atendiendo a lo moral, que es lo que nos permite conocerlos, junto a sus voces y a lo que los demás dicen de ellos. Tal vez una gran parte del mérito radique ahí, en esa suerte de alfarería narrativa que se va modelando a lo largo de doscientas páginas de las que nadie sale limpio, al contrario, porque no hay personaje que no esté salpicado por las gotas de los secretos, la ambición o los remordimientos.
Así, Dombodán, el narrador, no es sólo el corifeo de la novela, sino también el encargado de transmitir a los lectores ese fresco social de una Galicia profunda en la que caben muchos tipos humanos: el cacique tiránico, el médico disoluto, el granjero hosco frente a la hija que busca modernizar el negocio, el charlatán habilidoso, el policía corrupto, un piloto que en sus tiempos surcó la ría con turbios objetivos, el descerebrado que bebe del mal, el proxeneta que aspira a regentar un imperio, las prostitutas engañadas, y alzándose sobre todos, el parvo de Dombodán, que no es tan corto como todos piensan, y que nos encandila con las historias de los demás personajes.
Por si alguien duda, hay corrupción, hubo drogas, rencillas familiares, intentos de justicia, caza, pero también enfrentamientos soterrados, tanto familiares como de género, dominio de los más débiles, añagazas de mujeres explotadas, cárceles poco pisadas, y todo en un ambiente que, si bien no oprime, sí presenta sus credenciales en forma de costumbres arraigadas, algún misterio que otro, alguna traición mal llevada y el deseo de que, tras ese cielo que los contempla a todos y que se muestra en el título, no lleguen grandes cambios que lo remuevan todo, sino que se mantengan las condiciones que a todos les permitan sobrevivir, cada uno con sus manías y expectativas, pero sin estridencias.
Manuel Rivas, primero con la excusa de una cacería que logre abatir a un jabalí asesino, va perfilando unos retratos sociales de alto calibre, y luego se permite jugar con el tiempo, haciendo que el narrador salte al pasado para contarnos algunos hechos capitales que nos permitan comprender el comportamiento de estas criaturas en el presente.
Sería quizá reiterativo hacer comparaciones entre el coruñés y otros autores gallegos, léanse Cunqueiro o Cela, por ejemplo, que practicaron este tipo de narraciones, pero no vendrá mal en cambio recordar que la forma de plantear las tramas de Manuel Rivas trasciende lo puramente anecdótico (como le solía ocurrir a Cela) o lo mítico (tal y como se respiraba en Cunqueiro); él alcanza la autenticidad porque los hechos y las voces se encajan en el marco social y en el tiempo con total coherencia, y eso es algo que el lector siempre va a agradecer.
En las novelas de Rivas hay frescura, hay actualidad, hay incluso inmediatez, y nada de ello debe estar reñido con un lenguaje de embrujo, que nos recuerda incluso la oralidad, que nos hace creer que tenemos a un Dombodán junto a nuestra oreja, respondiendo con esa parquedad suya que siempre pone en cada respuesta. Esa oralidad llega de la mano de todos los personajes a quienes se les concede voz, porque es justo que tengan su hueco y así perfilen sus personalidades.
La trata de personas, la tiranía rural, el abandono que sufren muchos pueblos, las familias mal avenidas o condenadas a buscar la supervivencia entre el pasto y las vacas, o la fariña en las planeadoras, son otros de los temas presentes en unas páginas que Manuel Rivas ha cuidado con ese mismo esmero con el que dedica siempre sus libros.
No hay, ya se ha mencionado, tanta intención negra en el autor, y sí el propósito de mostrar la vida en un cosmos complejo, a ratos diríase que incluso maldito. Hay una pulsión de resistencia, de resiliencia cuando alguien regresa de su exilio, y es que en el fondo los personajes de Rivas son un puñado de espíritus buscando construir una realidad lo menos imperfecta posible, de otra manera no habrían sido dignos de salir de una pluma que con cada obra se vuelve más brillantemente reconocible.
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