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ANTONIO PARRA SANZ
Viernes, 17 de junio 2016, 07:56
José Luis Correa, con su detective Ricardo Blanco, nos pone ante la sombra de los malos tratos
Hay quien piensa que la obsesión desmedida por la belleza puede llevar a la perdición, y si a ese síndrome le sumamos que la belleza la encarne una joven y turbadora universitaria,capaz de conquistar a su casi cincuentón director de tesis, el conflicto entonces se agranda hasta límites insospechados. Pero todo puede complicarse aún más, sobre todo en los casos de Ricardo Blanco, a quien el canario José Luis Correa hace ya transitar por su octava entrega. La muerte de la joven Paola Bortolucci lleva a la cárcel a su profesor y amante, un tipo con más sombras que luces,y a éste a contactar con el detective para que demuestre una inocencia en la que nadie se ha molestado en creer.
En esta ocasión es el propio mal quien pide ayuda a un Ricardo Blanco que ya por fin ha levantado cabeza del todo tras la desaparición de su abuelo Colacho Arteaga, su única familia. Acogido por su ayudante Inés, por Beatriz, con la que sigue intentando iniciar un proyecto común de vida, y por el matrimonio formado por el inspector Gervasio Álvarez y su esposa Susana, Blanco encuentra al fin un poco de estabilidad, tal vez cuando la edad más se lo estaba pidiendo, cuando se hace más necesario vencer a la soledad y tener alguien al lado para comentar el camino transitado, ahora que supera en distancia al que queda por recorrer.
Pero como no hay nada perfecto, esa serenidad se verá sacudida por el recuerdo de la universitaria violada y asesinada, que le pone frente a intrigas académicas, odios amorosos, crisis de madurez, antecedentes de malos tratos, turbios secretos familiares que provocan extrañas alianzas, y hasta la conciencia de que, por muchos síndromes de Stendhal o de Lolita que se padezcan, el mal es mucho más sibilino y retorcido, y nunca nadie parece decir lo que en verdad debería.
Es, posiblemente, la entrega más reflexiva de Correa, y la que más bandazos le obliga a dar a Ricardo Blanco, señalado por todo el mundo por defender a quien carga con todas las papeletas de la culpa, y obligado también a luchar contra Inés y Beatriz, que se alían en un frente de género atentas a cercenar cualquier atisbo de errónea solidaridad masculina. Por lo demás, el ritmo típico de Correa sigue intacto, sus afiladas observaciones y su deambular por la isla siempre son una delicia, y la forma en la que nos hace llegar al desenlace tiene la suavidad de una piel adolescente.
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