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Era un crío atrevido Juan Ballester cuando agarró la cámara de fotos Voigtlander a su padre, «que se enfadaba cuando la cogíamos; me escondí entre ... coches, esperé a que viniera en la moto y la hice». Era 1972. Su padre se llamaba Francisco Ballester Navarro, hermano del pintor Mariano Ballester, del que el Centro Almudí de Murcia acoge estos días una exposición. Esa instantánea de su padre sin casco en un ciclomotor, que no había positivado nunca antes, puede verse también estos días en la planta baja del Colegio de Arquitectos de Murcia, en la imperdible exposición 'Ladrillos perdidos', evocación de la Murcia de los 70, con una arquitectura envidiable que fue pasto de la supuesta modernidad.
Lo moderno era derribar bellísimos ejemplos del patrimonio civil barroco. Eso no era la modernidad. «Si me quitan los negativos y hacen esta exposición, yo reconozco la de mi padre y alguna más. Pero no esas fotos; no están hechas por mi yo de ahora, están hechas ya por otra persona. Y no las reconozco porque no tenían carga estética personal. Simplemente era una necesidad de documentar lo que veía».
Dice Juan Ballester, que fue policía nacional antes que fotógrafo, que ilustrar el Ababol especial dedicado a la figura de José Bergamín ha sido una de las sorpresas más agradables de este 2023. Las obras escogidas para esta propuesta, explica Ballester, tienen mucho que ver con los aforismos de Bergamín sobre el arte de la danza. «Leo a Bergamín y no creía que podían encajar tanto imágenes realistas con pensamientos. Solo después me di cuenta de que sí, por una razón. Bergamín es muy realista, parece que está divagando, pero está muy, muy, muy en la realidad. Solo que es una visión de la realidad elevada, trascendida. Bergamín trasciende la realidad, pero parte de ella, y luego vuelve a ella».
Jubilado en 2017, donde fue profesor de Criminología de la Universidad de Murcia (UMU), Juan Ballester emprendió en 2018 un proyecto para fotografía la vida alrededor de la plaza de Belluga. «¿Y por qué no fotografiar Murcia durante un año, un mismo lugar? Aquilaté la cosa un poco más y me decidí a fotografiar durante un año [2018] lo que sucedía alrededor de la Catedral. Las he reunido en un libro, no tengo prisa en que sea público, porque las fotografías cada día que pasa valen más. Yo me imagino a mis nietos [tiene dos de su hijo Juan] dentro de 50 años haciendo una exposición con estas fotografías de Belluga, y pienso que sería una maravilla». Algunas de esas obras figuran hoy en Ababol.
Ballester leyó de Bergamín dos libros que le impactaron: 'Ilustración y defensa del toreo' y 'El arte de Birlibirloque'. «Yo estaba buscando dentro del toreo. Era el primer momento en que yo me acercaba, y entendía todavía muy bien por qué ciertos aficionados se emocionaban tanto. Cayeron en mis manos estos libros y a partir de ahí entendí que el toreo es música, que es ritmo, alma. Y que surge solo». Con el tiempo hizo una exposición sobre el toreo en la extinta galería Chys de la calle Trapería de Murcia. Tiene una serie de retratos de toreros en instantes previos a salir al ruedo. «Ya han saludado a todo el mundo y en el último minuto se retiran, se abstraen. Hice de todos los toreros famosos del momento».
Entró en la academia en 1973, consiguiendo la plaza de policía en 1974. «Y resulta que a los policías nos daban una placa los secretas y entrábamos gratis a todas partes. Entré gratis entonces a los toros en Las Ventas de Madrid con una corrida de Bienvenida, que cortó dos orejas. ¡La gente como loca aplaudiendo! Y yo ya empezaba a hacer fotos, pero no tenía ese tema como fotográfico».
Lo de la placa, reconoce, era una cosa franquista. Cuando volvió a Murcia no pudo usarla más para ir a los toros. «Pude no haberlo contado, porque estando yo en Madrid fue el atentado de ETA en el bar Rolando, donde yo comía todos los días, y ese día murieron todos mis compañeros. Yo no morí porque me vine de vacaciones. Y el 13 de septiembre [1974] estaban todos muertos. Me acuerdo de todos. Me escapé porque como no había hecho el año, me dijeron que podía tomarme 20 días. En realidad, me salvaron la vida».
Juan Ballester conoció a Rafael de Paula, torero jerezano, gracias a Fernando Bergamín Arniches, articulista taurino e hijo de José Bergamín. «En 'La música callada del toreo', dedicado a Rafael de Paula, Bergamín nos habla de la música muda, secreta e interior del toreo, en homenaje a la música callada de San Juan de la Cruz y su 'Cántico espiritual'. Estos intelectuales, ¡amantes del toreo!... y hoy no se puede hablar de tauromaquia... ¿Habría en esa época mucho intelectual que defendería la esclavitud y los gladiadores? El mundo va por donde va».
La vida, lo que sucede, es el gran tema fotográfico para Ballester. «No es el arte, lógicamente. Hacemos fotografías con intención artística, nos obsesiona mucho el arte, cuando la fotografía es tema, y nada más que tema. Después tú ya decides si el tema lo presentas con más fuerza, con menos o más lenguaje. Es decir, tú tienes que saber si pones más o menos intensidad en una luz, pero si no hay tema... Eso de fotografiar un charco, o una pared rota, la arena, o unos árboles... ¿Qué es lo que no está? Lo que no están son esos edificios de la Murcia de los 70, las personas que estoy fotografiando, que van a dejar de estar... y ya está». El retratista viene componiendo desde 2020 un mosaico social de la Murcia que ha sobrevivido a la pandemia: «A través de esas miradas yo quiero reflejarme y estar, no en figura, sino en ellos», decía en 2021. Y ahí está.
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