![Filosofía y vida: combate de metáforas](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202209/17/media/cortadas/aristoteles.-kLOH-U18078272804ouB-1248x770@La%20Verdad.jpg)
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Para algunos la filosofía no es un ejercicio académico rígido o riguroso, según puntos de vista, con citas, referencias cruzadas, notas al pie, exhaustivos tesauros, análisis comparados o sesuda hermenéutica. Labores dignas de encomio sobre las que nos elevamos los frescos para mirar lejos. Labores ... llevadas a cabo por los verdaderos filósofos que constituyen los hitos, las piedras miliares del pensamiento.
Es útil apoyarse en esa base inabarcable para, de forma más o menos confusa, tener una cierta visión con la que interpretar la realidad. Una misión imposible si se pretende totalmente coherente, pues la coherencia extrema es demencia. Es, pues, una labor iterativa, aproximativa, prudente; un caminar de gato con sus almohadillas que hace de la pisada menos que un susurro. Lecturas y lecturas, paradas y acelerones, incluso periodos sin combustible tirado en una carretera espiritual desértica y desarbolada.
En esa búsqueda no aparecen verdades, sino certezas. Dos cosas bien diferentes. Una verdad absoluta no sé muy bien lo que es; una certeza, sí: es una idea bien encajada en la trama de las ideas previas, familiares. Pero, como esta visión de nuestras ideas es un tanto relativista, aclaro que solo deben ser aceptadas después de frotarlas, una y otra vez, contra la realidad en forma de experiencias y búsqueda de coherencia y acuerdo. Realidad observada cuidadosamente, metódicamente; como hacen las ciencias sociales o físicas, que someten a cualquier propuesta al agobiante escrutinio de miles de pares de ojos en cráneos con cerebros muy inteligentes y a la antipática experiencia de rozar nuestras convicciones con las de los demás. Antipática porque el cuerpo reacciona con repugnancia a las ideas nuevas y no digamos a las contrarias, como la porfía política muestra cada día.
Toda la filosofía de todos los tiempos ha tratado de encontrar explicaciones al problema que subyace a nuestras tribulaciones: la inevitabilidad de la muerte o, mejor, como afrontarla dignamente, mientras se vive luchando por un mundo mejor para los que se quedan. Unos, agobiados por el ruido de las opiniones -nos suena, ¿no?-, buscaron un fundamento eterno, inmóvil, inmutable… un sueño -el de Parménides-. En contraste, otros, los sofistas, con una visión que hoy podemos compartir -hablamos de hace dos mil quinientos años-, aceptaron el ruido eterno de la diversidad y la paradójica volatilidad del ser como la realidad en la que vivir. Este realismo, esta mirada directa a la realidad, todavía está presente, en su forma negativa, nombrando a las falsedades con apariencia de verdad como sofismas y, en su forma positiva, nombrando a la sutileza intelectual como sofisticada.
Este realismo sofista fue pendularmente contradicho por el rey de la filosofía, Platón, el joven de anchas espaldas -eso significa literalmente su nombre-. El platonismo, en su cara positiva, permite dirigir la mirada a las creencias que, en lógica o matemáticas se han mostrado más resistentes a los sucesivos cribados intelectuales. Por su parte, el sofismo, cuya última versión es la filosofía posmoderna, permite una mirada a los ojos de la realidad en su sutil evanescencia y en su dura inmanencia. Un enfoque que requiere un valor intelectual pocas veces observado.
Unos, pues, huyen de las tribulaciones de la vida -como luego hicieron dentro de los gruesos muros de los monasterios- y, otros, buscan soluciones al día a día. Curiosamente, dado el carácter ficcional del ser humano, todo se ha convertido en una lucha de metáforas. Unas siguiendo la estela de la metáfora de los ríos que nunca dejan de fluir y fuegos que licúan lo sólido -pongamos que hablamos de Heráclito- y otros, siguiendo la inspiración de la metáfora de la caverna -pongamos que hablamos de Platón-. Una metáfora esta cuyo éxito pedagógico habría que ir discutiendo, pues es una expresión de la huida de la realidad de los personajes que en la penumbra son embaucados por el que regresa de la luz contándoles ficciones en una tradición que aún hace estragos en las almas de millones de incautos. Cuántos falsos profetas han regresado de la «luz» para sacarnos de una supuesta oscuridad -no hay nada más que preguntar a cada religión por los fundadores de las religiones rivales-.
Ya en la época inicial de esta batalla entre metáforas surgieron movimientos pragmáticos que proponían el muy moderno abandono de la lucha para refugiarse en el placer o en uno mismo -Epicuro y, pongamos, Zenón-. Fueron sucedidos por las versiones más platónicas de todas, nacidas, precisamente, en metafóricas cavernas: son las religiones con libro, que proponen una huida de la realidad, como los estoicos o epicúreos, pero ahora hacia otro mundo situado más allá: donde está el refugio último de la esperanza. No es de extrañar su éxito.
Se han necesitado siglos para tener un método de desvelamiento, no de la realidad, sino de nuestra confusión. Una confusión que solo una pedagogía poderosa y constante puede disolver en cada generación. Y siempre al borde del fracaso cuando de sus abrazos se zafan millones de personas que piensan mágicamente.
La filosofía es, debe ser, para la vida. El resto es desvarío. Si la búsqueda de la verdad absoluta fracasó, tenemos certezas de muy buena calidad gracias a la paciencia de científicos y filósofos y así posibilitar no ser arrollados por la propia estupidez y pereza intelectual y moral. Quizá después se pueda hablar de la apasionante -generadora de pasión- actividad de explicar por qué nos emocionamos ante la belleza.
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