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Lunes, 6 de noviembre 2017, 22:13
El 16 de enero de 1918, un tribunal presidido por el comisario de Instrucción Pública, Anatoli Lunacharski, juzgó a Dios. La vista duró cinco horas y en el banquillo de los acusados reposaba una biblia. El fiscal, que representaba al pueblo soviético y con él a la Humanidad en su conjunto, leyó una sucesión de cargos; el abogado defensor alegó «grave demencia» en favor del acusado. La sentencia se hizo pública de inmediato: condena a muerte. La ejecución se llevó a cabo a las seis y media de la mañana del día siguiente: un pelotón disparó una ráfaga de ametralladora al cielo de Moscú. En otros lugares del país, algunos grupos de soldados o de ciudadanos armados repitieron la ejecución apuntando hacia estatuas con la imagen de Dios o al mismo cielo.
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