!['Bajo un sol de ceniza' y 'Retóricas de la carne'](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/201806/04/media/cortadas/125405064--624x819-koAE-U502101370039ZS-624x500@La%20Verdad.jpg)
!['Bajo un sol de ceniza' y 'Retóricas de la carne'](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/201806/04/media/cortadas/125405064--624x819-koAE-U502101370039ZS-624x500@La%20Verdad.jpg)
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PEDRO SOLER
Lunes, 4 de junio 2018, 22:34
No hace falta recurrir a métodos interpretativos en la obra que Antonio Montalvo presenta en Centro Párraga; más bien, el espectador debiera intentar penetrar en por qué el artista busca consumar cada una de las obras con ese perfeccionismo envolvente. Podría afirmarse que el conjunto de esta pintura, con el título 'Bajo un sol de ceniza', está grabado en un sistema intuitivo, en el que el autor se vuelca en cada una de las piezas que, espontáneamente, brotan de su pensamiento. De no ser así, quizá le resultaría muy dificultoso hallar en el relajamiento y en la búsqueda una serie tan variada de temas y sus correspondientes concreciones. Y, sin embargo, todas las obras parecen enmarcadas en un recogimiento, en una intimidad, aunque algunas puedan asemejarse a paisajes inabarcables.
En gran parte, la exposición es como un conjunto de bodegones, entre los que se multiplican unas escenas vivas y novedosas, más que unas estampas fijas. Acogido a un hiperrealismo de resonancias renacentistas, con claras evocaciones a los grandes pintores de aquella etapa, lo cierto es que Montalvo prefiere transfigurar las imágenes, aunque se mantenga fiel a unos formatos expresivos. Partidario de la naturaleza muerta, lo cierto es que cada uno de sus cuadros parece acompañado de distintos factores que le proporcionan una innegable vivacidad. Sea cuando la figura central es la imagen femenina o cuando se trata del adolescente pretencioso, siempre busca alejarlos de la iteración y de la regularidad. Por esto, el movimiento que les proporciona, los distintos momentos -incluso, el drama- que parecen vivir, les convierte en impresionantes tomas, que, además, aparecen acompañadas de enriquecedores detalles, que necesariamente también se convierten en focos de atención del espectador. Cuando se trata de otros 'rincones', más propensos al tradicional bodegón, Montalvo también quiere proporcionarle un recurrente imán, capaz de atraer la miradas.
El acabado que aplica a cada una de las piezas demuestra la evidencia con que están trabajadas, precisamente porque también esos detalles, que pudieran parecer intrascendentes, están acabados con el máximo rigor. Son obras que, en conjunto, surgen de la chispa, porque sobre ellas es preciso volcarse inmediatamente para que no se evapore el contenido idealizado de cada cuadro. Y puede ser verdad lo que el propio autor confiesa sobre su inclinación insalvable hacia la naturaleza muerta. Cierto que el momento que denotan los rostros de unos retratos mezcla momentos de profunda tristeza, pero no puede negarse que, aunque no pretenda la belleza espontánea en esas imágenes femeninas, también contienen una respetable dosis de hermosa sinceridad. Otras obras parecen ser experiencias, pruebas, ejecutorias, para expandirse en sus conceptos artísticos.
Dentro de la multiplicidad temática que Antonio Montalvo nos muestra en la exposición, hay que destacar también el acatamiento cromático al que se somete, sin grandes alardes diversificadores, salvo en unas contadas obras, de modo que el ambiente sea como un espacio cerrado a ese ámbito abatido, en el que se desarrolla el conjunto de la exposición.
Está claro, nada más contemplar la exposición 'Retóricas de la Carne. El cuerpo como experiencia', en el Museo de Bellas Artes, que se impone la elegancia que la retórica conlleva en la interpretación que diez autores realizan sobre el cuerpo humano. Se arranca nada menos que con dos obras de Francis Bacon, que, aunque quieren incidir en visiones sangrientas, la verdad es que lo hace con una finura, que invita más que al dolor a la serenidad.
El resto de artistas son Jon Ander del Arco, Nicolás de Maya, Luis Fernández, Paco Fernández, Edwige Fouvry, Luis Fracchia, Paco Lafarga, Martínez Cánovas, Enrique Marty, Ulay y Santiago Ydáñez. No es posible ofrecer, aunque fuese resumidamente, el propósito de cada uno de los autores. Hay quien ha realizado varias obras, para demostrar cuál es el sentido artístico que encierra sobre el cuerpo humano. Sí puede decirse que cada cual -al menos, entre los más conocidos por la cercanía- se mantiene en sus originales formatos expresivos, aunque aportándoles una elevada dosis de variabilidad, propia, lógicamente, del tema tratado. Incluso en estos autores más cercanos pueden advertirse unos cambios conscientes. Algunas de las obras expuestas -véase 'Coyuntura', de Paco Fernández-- también demuestran el interés por convertir la escena representativa en una ofrenda carnal, muy cuajada de desenvoltura. Otras piezas son muy significativas, en el sentido de que los autores han querido reflejar en ocasiones una presencia entrañable, o un sentido interpretativo de unas escenas idealizadas. Todo, a través de estilos muy distintos, pero que colman de riqueza visual los límites del cuerpo humano.
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